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Revista Zur / Volumen 3 N°2 / José Emilio Pacheco: la ciclicidad de su obra.
Notas

José Emilio Pacheco: la ciclicidad de su obra. Memoria y tiempo en el cuento “Tarde de agosto” y algunos poemas

seccion notas de la revista de literatura zur

"Apenada" de Yamile Giovanny Antonio Medina Castellano

Autora

Universidad Nacional Autónoma de México

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Fecha

26 Enero 2022

Autora

Guillermo Bejarano Becerril

Universidad Nacional Autónoma de México

26 Enero 2022

Fecha de recepción: 30 de septiembre, 2021

Fecha de aceptación: 2 de noviembre, 2021

1. Introducción

Un ciclo acontece cuando dos elementos, de manera consecutiva, muestran un inicio y final. Ambos conceptos se contraponen, se presentan como oposiciones, si uno existe el otro debería de desistir, por ejemplo, la vida y la muerte, que se resume en el nacimiento de un infante y concluye con el último suspiro de vida sin importar la edad; el día y la noche acompañado de luz y sombra, acontecer en el mundo cuando el sol se postra en un hemisferio –día para Oriente–; en el otro, plena oscuridad –noche para Occidente– y viceversa. De esta forma, se llega a una lista finita o infinita de posibilidades donde los dos conceptos se comprenden uno a otro, cada uno de ellos se encuentra en una dependencia, mientras que también se contraponen por ser contrarios. El principio de la “cicilicidad”1 radica en que todo debe de empezar y terminar. No obstante, para cada uno de los extremos, deben de acontecer procesos intermedios, parte fundamental para llegar de un punto al otro. El proceso es parte, también, del ciclo, puesto que no se puede hablar de ambos términos si no se recuerdan los puntos medios, las intermitencias, lo que ha pasado para encontrarse entre sí.

La literatura, al encontrarse en renovación constante, presenta ciclos en la transición de una época a otra, como lo son las corrientes literarias, la caída de paradigmas, la invención de algún recurso literario, el rescate de la tradición, la reivindicación de escritores, ideas, expresiones de cada época, en fin, una gran renovación por todas partes. Anteriormente comenté que la idea de los ciclos no sólo consiste en el principio y en el final, sino que también considera los procesos intermedios, dado que en estos habita, en este caso, el rescate, la memoria, el avance y el crecimiento de cada escritor.

Los escritores atraviesan por la ciclicidad, la cual se refleja no solo en su edad, sino especialmente en su estilo literario. Las ideas, los temas o motivos empleados en la etapa pueril, donde se escribe sobre los deseos, anhelos, experiencias –hambre por el futuro y la esperanza– ya no son los mismos en la edad madura –cuando se acerca a su vejez– donde los embates de la realidad y la experiencia, entre otras circunstancias, han tenido ya su efecto. El yo del presente difiere del yo del pasado y en ese momento la experiencia y la trayectoria literaria surgen para influir en nuevos escritos y dar un giro al estilo: el escritor se renueva.

Al ser un ciclo donde presente y pasado conviven, el escritor de edad adulta regresa al pasado para recorrer sus pasos o para derribar las ideas que antes poseía, la voz poética cambia y se transmuta en algo nuevo. Ejemplo de lo anterior es el escritor mexicano José Emilio Pacheco quien a lo largo de su carrera se presentó de diferentes formas, renovando tanto su lírica como su narrativa y adaptándose a su entorno, atacando al escritor del pasado, preguntándose por el presente y preocupándose por el futuro. Todo esto para abrir o cerrar ciclos.

2. El nombre de José Emilio Pacheco

Cuando se habla del poeta mexicano, oriundo de la Ciudad de México, nacido el 30 de junio de 1939 y fallecido el 26 de enero de 2014, evoca pensar en sus obras narrativas cúspides protagonizadas por infantes, como El principio del placer (1972) donde, a manera de diario, el protagonista, Jorge, redacta las aventuras que acontecen en su nueva morada ubicada en Veracruz. Al mismo tiempo, conoce más sobre el amor y la vida en una ciudad ajena a la que se encontraba acostumbrado. Los problemas políticos y sociales no son la excepción y aquejan, constantemente a su familia porque se vinculan a su entorno directo.

Otra novela donde un niño es el protagonista es Las batallas en el desierto (1981) donde se retrata y resume la situación de un México del pasado donde imperaba el priismo y las obras que relucieron en el sexenio de Miguel Alemán; no obstante, en paralelo a la crítica, se desarrolla la historia del niño Carlos quien se enamora de la madre de uno de sus amigos. En el ir y venir, Carlitos pasa por escenarios diversos donde se adentra tanto en la realidad de los niños como en la de los adultos porque vive situaciones que no le habrían pasado por la cabeza. La obra muestra la vida adulta desde los ojos de un niño.

Después de un la lectura o relectura de la obra de Pacheco se puede afirmar que la temática del protagonista infante nace con El viento distante (1963)2, colección de relatos que se publica previo a las novelas antes mencionadas. En cada uno de estos cuentos, Pacheco recurre y explora lo siguiente: infantes protagonistas, adultos que observan –retrospectivamente– el paso del tiempo, la familia y niñez, lugares de tránsito como el parque, zoológico, juegos mecánicos y otros símbolos que remiten a la memoria y la historia. La sangre de medusa y otros cuentos (1959), primer libro publicado del autor, es totalmente diferente, lo que refuerza la idea de que El viento distante es realmente primer texto de Pacheco que aborda la temática de la niñez. Aurora M. Ocampo de Gómez, Ernesto Prado Velázquez y otros mencionan en el apéndice de la Historia de la literatura mexicana dedicado a José Emilio Pacheco que “en el cuento […] sigue de cerca a José Luis Borges” (González 426), lo cual se cumple en La sangre de medusa y otros cuentos, pero de manera escasa en las obras subsecuentes.

Ya mencionado el trabajo narrativo, corresponde hablar de la poesía, donde se suscitan otras consideraciones. Vicente Quirate menciona lo siguiente: “Tanto en El reposo del fuego (1963) como en Los elementos de la noche (1966) –poesía pura y abstracta desde los títulos dureza y ductilidad del diamante– sus poemas lo anticipaban como un cultivador de la forma” (180). Es decir, en un principio el escritor mexicano se apegó a la tradición, lo cual es comprensible ya que, como en toda edad temprana y en la búsqueda de un estilo propio, se emula a los grande autores, ya sean los favoritos o del momento, aunque, como todo autor que crece, su poesía se renueva, lo que se ve reflejado en No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), ganador del Premio de Poesía Aguascalientes, e Irás y no volverás (1973), donde el autor –un hombre a esas alturas– se encuentra con una nueva voz lírica. Al no ser la misma que en sus dos libros anteriores de poesía, Pacheco presenta un nuevo ciclo para así cerrar el pasado.

Los sucesos históricos y literarios ciertamente influyen en su poética, motivando la exploración de nuevas vertientes. Por ejemplo, la estructura de No me preguntes cómo pasa el tiempo se encuentra dividida en cuatro partes, donde los nombres y contenidos resuelven la intención del escritor, es decir, su acomodo es el recordatorio del tiempo y de las influencias que lo han inspirado: “En esta circunstancias”, el segundo, “Mira cómo son las cosas”, el tercero, “Postales/Conversaciones/ Epigramas” y el cuarto, “Los animales saben” para concluir con su “Apéndice. Cancionero apócrifo”. Lo anterior se resume de manera general y concisa en las palabras del investigador mexicano Vicente Quirarte:

Al principio Pacheco mantenía su trabajo en verso alejado de la información vastísima que manejaba en sus crónicas. Pero a mediados de los años sesenta tiene lugar un cambio definitivo su poética. Sin abandonar sus temas esenciales –el paso del tiempo, la catástrofe diaria, la regeneración y permanencia de la vida–, a partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) su poesía dejó entrar impurezas, nombres, libros, prosaísmos […] la poesía pura de su juventud parecía desplazada por un discurso en el cual tenían cabida la información cotidiana, el cuestionamiento sobre el trabajo del poeta, “postales, conversaciones, epigramas”. (181)

Escribir sobre Pacheco no sólo implica abordar su labor como escritor sino, también, su rol de traductor y crítico literario, entre otros oficios. Lo que hasta aquí hemos mencionado es solo una pequeña muestra de su trabajo literario ya que, a su vez, participó en antologías como Poesía en movimiento (1966) y Antología del modernismo mexicano 1884-1921 (1970). Su amplia obra ganó cuantiosos reconocimientos y premios que visibilizan su labor literaria. Actualmente, existe una cátedra extraordinaria al fomento de la lectura, por parte de la UNAM, con su nombre.

3. Paseo por “Tarde de agosto”

Este cuento presenta un narrador protagonista en segunda persona cuyo nombre nunca es mencionado y a quien solo se le describe como “el desposeído”, “el casi huérfano”. Él ve todo a través del recuerdo: la manera en que enuncia lo sucedido es como si el protagonista se atormentara a sí mismo con su pasado, volviendo a sus años de infancia en la casa de su tío, puesto que su madre se ocupaba de trabajar para mantenerlo. En la casa del hermano de su madre las cosas no resultan cordiales, se le muestra lástima y se le asocia con el estigma del niño que lee novelas y que imagina ser un héroe. Sin embargo, habitar en esa casa se vuelve tolerable por la presencia de su prima Julia, quien le expresa su cariño. La historia avanza y el protagonista experimenta una serie de peripecias, como conocer a su rival, Pedro, novio de su prima, vivir un accidente con un guardabosque y participar del último cumpleaños que compartiría con Julia, justamente, en una tarde de agosto.

De tal forma, la relación entre el título del cuento, la historia y los poemas mostrarán de qué manera empieza y termina el ciclo en la obra de Pacheco. Ya que se ha dado un paseo por el cuento, es hora de pasar a su recorrido, proporcionando algunas definiciones importantes para comprender qué es la memoria y el tiempo.

4. Recorrido por “Tarde de agosto” y los poemas “Memoria”, “Imagen” y “Aquél otro”

Para comprender los conceptos de memoria y tiempo se necesita consultar las definiciones y aproximaciones que han dado los críticos literarios. Karl Kohut sintetiza memoria de la siguiente manera: “‘La memoria es del pasado’ escribió Aristóteles. En su libro La memoria, la historia, el olvido, Paul Ricoeur retoma la frase escribiendo: ‘Aceptamos que la memoria se refiere, no preferente, sino exclusivamente al pasado’” (11). La cita fundamenta nuestro trabajo porque el personaje vive de la memoria y del pasado, es decir, su recuerdo no es ya su realidad, forma parte de un momento de su vida, el cual lo ha definido hasta su enunciación. Kohut se remite a Aristóteles por ser el primero en realizar una teoría sobre la memoria, posteriormente, Ricoeur contrastará, recapitulará y aportará nuevas características para la definición del concepto. Ambos convergen en un punto en común: la memoria se ancla al pasado por ser inamovible, es decir, por no poder alterarla, perpetuándola en el tiempo, pues la experiencia ya pasó.

Por otra parte, en La memoria, la historia, el olvido, Ricoeur enlaza dos términos que no se separan sino que depende uno de otro, memoria y recuerdo:

Un primer rasgo caracteriza el régimen del recuerdo: la multiplicidad y los grados variables de distinción de los recuerdos. La memoria está en singular como capacidad y como efectuación los recuerdos están en plural, se tienen recuerdos (¡se dice maliciosamente que las personas mayores tienen más recuerdos que los jóvenes, pero menos memoria!) […] los recuerdos pueden ser tratados como formas discretas de límites más o menos preciso, destacándose sobre lo que se podría llamar fondo memorial, en el que uno puede deleitarse en estados de ensueño impreciso”. (42)

Las palabras del crítico francés suponen que la función de la memoria se centra en guardar, mantener y preservar recuerdos, a los que solo se puede acceder mediante la memoria. No es posible separar ambos términos, pues quien rememora vive en una ilusión, en un “ensueño impreciso”, dado que los recuerdos pueden ser alterados, especialmente si tenemos en consideración que mientras más avanza el tiempo, más se pierde la fidelidad de lo acontecido. Recordar va más allá de solo revivir sino que también confunde, es impreciso y, hasta cierto punto, sirve de deleite para quien recuerda. No obstante, en el cuento de Pacheco no sucede así, dado que el protagonista regresa al pasado para recordar la pérdida y la orfandad que vivió en su infancia, además del distanciamiento Julia, aspectos que consideraremos más adelante.

Para concluir con el listado de conceptos, Carmen Carrillo-Torea define al tiempo –desde Bergson– como:

La concepción bergsoniana plantea que lo propio del tiempo es avanzar: el pasado es el tiempo ya transcurrido, y el presente, el instante que ocurre y que separa el pasado del futuro. Bergson precisa que el presente es el estado de nuestro cuerpo en la acción; en este sentido, el pasado es lo que ha dejado de actuar, pero que revive en tanto su recuerdo se inserta en la sensación del presente. (20)

El tiempo y la memoria se presentan cuando el narrador cuenta, en calidad de testigo, su pasado, retrospectiva en la cual se refleja un diálogo entre todos los tiempos y en donde pasado y presente convergen en el recuerdo. El pasado del niño se enuncia así: “Nunca vas a olvidar esa tarde de agosto. Tenías catorce años, ibas a terminar la secundaria. No recordabas a tu padre, muerto al poco tiempo de que nacieras. Tu madre trabajaba en una agencia de viajes” (Pacheco De algún tiempo 199).

El recurso que brota en la obra es mostrar al infante como un ser indefenso y débil que no puede valerse por sí mismo ya que, al ser un desprotegido, no le queda más que guarecerse en lo seguro, que en este caso estaría representado por Julia quien, al mismo tiempo, causa un malestar en su recuerdo: “te ayudaba en las tareas, te dejaba escuchar sus discos, esa música que hoy no puedes oír sin recordarla” (Pacheco De algún tiempo 200).

Por otra parte, existe un momento en que se presenta la idea del niño indefenso que se considera héroe, pues se cree invencible y está convencido que podrá perdurar en el tiempo, al igual que los personajes históricos:

Te sentiste ya no el huérfano, el intruso el primo pobre que iba mal en la escuela y vía en un edificio horrible de la colonia Escandón, sino un héroe de Dunkerque Narvik, Tobruk, Midway, Stalingrado, El Alamein, el desembarco en Normandía, Varsovia, Monte Cassino, Las Ardenas […] no pensabas en buenos y malos, en víctimas y verdugo. Para ti el único criterio era el valor ante el peligro y la victoria contra el enemigo. En ese instante eras el protagonista de la Colección Bazooka, el combatiente capaz de toda acción de guerra porque una mujer celebrará su hazaña y su victoria resonará para siempre. (Pacheco De algún tiempo 201)

La cita anterior remite a los sucesos histórico que marcaron la historia y que se perpetúan cada vez que se mencionan en alguna clase de historia. Si bien gran parte de la obra del escritor mexicano se encuentran en un diálogo constante con otras obras, donde se comparte la intertextualidad, las referencias no son fortuitas, sino que se trata de un recurso que apela a reconstruir la memoria a partir del contexto de la época. La importancia de las lecturas radica en que es posible ser un héroe y alcanzar su nivel, dado que algunos de los personajes han pasado por infancias problemáticas o plagadas de desventura que han conseguido superar como señal de supervivencia.

La narrativa de José Emilio Pacheco propone la importancia de la colección Bazooka donde se valoriza el pasado del tiempo: “En JEP es frecuente la utilización de la literatura de mass media en sus relatos. La colección Bazooka consiste en una serie de cuadernillos sobre la segunda guerra mundial, publicados en Barcelona alrededor de 1950 y que circularon en México divulgando la ‘visión de los vencidos’ (italianos, alemanes)” (Jiménez de Báez 55).

No obstante, el niño pierde la cualidad de héroe cuando recuerda su realidad en el encuentro con Pedro:

Una noche te llevó al cine, después te presentó a su novio, el primero que pudo visitarla en su casa. Desde entonces odiaste a Pedro. Compañero de Julia en la universidad, se vestía bien, hablaba igual a igual con tu familia. Le tenías miedo, estabas seguro de que se burlaban de ti y de tus novelitas de guerra que llevabas a todas partes. Le molestaba que le dieras lástima a tu prima te consideraba un testigo, un estorbo, desde luego nunca un rival. (Pacheco De algún tiempo 200)

Más delante, se narra la hazaña heroica que realiza Pedro al rescatar al protagonista de los problemas en que se mete, donde se demuestra su valor y la abismal diferencia que existe entre ambos: “Al final el guardabosques se despidió, Pedro le dejó en la mano algunos billetes, y pudiste bajar pálido, torpe, humillado, con lágrimas que Julia nunca debió haber visto en tus ojos porque demostraban que eras el huérfano y el intruso, no el héroe de Iwo Jima y Monte Cassino” (Pacheco De algún tiempo 202).

Finalmente, la memoria y el tiempo regresan para convivir y, de alguna manera, marcar la despedida con un antes –haber sido un héroe, estar cerca de Julia– y un después –el olvidado, el cobarde, el que ya no estará junto a Julia: “Bajaste en la primera esquina que te pareció conocida. Caminaste sin rumbo algunas horas y al volver a casa le dijiste a tu madre lo que ocurrió en el bosque. Lloraste y quemaste toda la colección Bazooka y no olvidaste nunca esa tarde de agosto. Esa tarde, la última en que tú viste a Julia” (Pacheco De algún tiempo 203).

El cuento de Pacheco refleja un inicio y final. Su ciclicidad se expresa en la distancia que el protagonista mantiene con Julia, primero cerca, luego lejos. Se presenta un principio y un final en la vida que se preserva en la memoria. Sin embargo, esto no concluye aquí, puesto que continúa en diálogo con la poesía de Pacheco, lo cual apunta al cierre, a la pérdida, la despedida y la orfandad, la verdadera realidad: ya no memoria, sino tiempo. Podemos entender la poesía como el proceso de asimilación de este protagonista o de otros posibles en donde Pacheco mezcla y demuele los lindes entre los géneros literarios, los que, al enlazarse, muestran diferentes perspectivas de un mismo asunto.

Los ejemplos poéticos que terminan con el ciclo aquí presentado son “Memoria”, “Imagen” y “Aquél otro”3 . Comenzaremos de manera cronológica con “Memoria” e “Imagen”, ambos pertenecientes al mismo poemario. Se podría plantear que “Memoria” mantiene un diálogo con “Tarde de agosto” en la búsqueda de una posibilidad alternativa, como si el protagonista del cuento ya hubiera avanzado y dejado atrás la tristeza, la melancolía y el recuerdo, contraponiéndolas con el ensueño, el desengaño, la futilidad del momento y lo endeble que resulta ser la memoria:

No tomes muy enserio

lo que te dice la memoria.

A lo mejor no hubo esa tarde.

Quizá todo fue autoengaño.

La gran pasión

sólo existió en tu deseo.

Quién te dice que no te está contando ficciones

para alargar la prórroga del fin

y sugerir que todo esto

Tuvo al menos algún sentido. (Pacheco Tarde o temprano 509)

La voz poética plantea que la memoria es engañosa y que no se puede confiar en ella, dado que las malas interpretaciones o suposiciones que aquejan al sujeto ocurren en su mente y no en la realidad. El segundo verso alude a una tarde, que en este sentido podría interpretarse como la tarde de agosto del relato, aquella en la que se produce el alejamiento con Julia, quizás, de manera indebida. El protagonista y el sujeto lírico avanzan para no continuar estancados. En este momento la ciclicidad se renueva, se vive del recuerdo y, para ello, se acude a la memoria, aunque en esta ocasión sea un malestar.

Octavio Paz propone: “El poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre” (14). Las palabras de Paz muestran que poesía e individuo se juntan para convivir; la poesía es el medio donde el hombre denuncia su realidad. En el poema de Pacheco, ocurre justamente esto, puesto que el sujeto lírico enuncia su pasado, se cuestiona y debate consigo mismo, al igual que en “Tarde de agosto”, cuando la narración deja de enfocarse en Julia, olvida a Pedro y no revela cómo fue que se produjo el paso de niño a adulto. “Tarde de agosto” y “Memoria” se leen como un principio y un final desde perspectivas distintas, ajustadas dependiendo de quién es el enunciador; en otras palabras, se trata de la retrospectiva del tiempo que se aleja de la memoria.

Por otra parte, la voz lírica en “Imagen” menciona una fotografía, el objeto común que conserva un escenario pasado sin respetar el paso del tiempo, es decir, la representación más realista de un recuerdo:

La foto queda allí. Detuvo un segundo.

Se convirtió en pasado en el mismo instante.

El oleaje del tiempo no cesa nunca.

La vejez nos distancia a cada minuto

De la imagen inmóvil donde quien fuimos

observa fiel muerto que seremos. (Pacheco Tarde o temprano 535)

En este caso, la intertextualidad con “Tarde de agosto” se genera a partir de dicha fotografía, puesto que el cuento narra lo que sucedió ese día, congelando el momento como un recuerdo que le permite al narrador regresar las veces que sean necesario para rememorar las causas de su alejamiento original. La presencia del tiempo, en cambio, es otra, puesto que se percibe como una continuidad, un avance. El sujeto lírico apuesta por el “ya pasó”, “no es posible hacer más”, lo que se puede interpretar como que la persona del pasado ya no es la misma, sino “otro” quien, también, morirá. El pasado no define pero sí ayuda a encontrarse en el futuro, así como en “Tarde de agosto” la tarde impacta al protagonista quien queda marcado por ese momento específico, al que regresa y percibe solo como un malestar.

El último poema que concluye el ciclo es “Aquél otro”. El poema presenta un diálogo desde el tiempo, la memoria, el recuerdo y el pasado.

Hoy vino a verme el que no fui:

Aquél otro

Ya para siempre inexistencia pura,

Ardid verbal para el hubiera sido

Forma atenuada de decir no fue.

Ahora le entiendo:

Quien no fui ha triunfado,

La realidad no lo manchó, no tuvo

Que adaptarse a la eterna sordidez,

Jamás capituló ni vendió su alma

Por una onza de supervivencia.

El que no fui se fue como si nada.

Ya nunca volverá, ya es imposible. (Pacheco Tarde o temprano 733-34)

El poema muestra un desdoblamiento de la voz lírica, quien se presenta como “el que no fue”. Si en el pasado hubiera sido alguien diferente los resultados habrían sido distintos. Por decirlo de alguna manera, “ese habría sido yo si las cosas fuesen diferentes”. El sujeto lírico continúa con el ciclo del tiempo, de la suposición, el cual se relaciona con “Tarde de agosto” porque si el protagonista del cuento hubiera realizado cualquier otra acción, todo habría sido diferente, no obstante, no existieron las posibilidades y ese cambio nunca sucedió. Si hubiera sido fuerte, valiente, no un “huérfano”, sus circunstancias habrían cambiado, Pedro no habría tenido que salvarlo ni él se habría tenido que alejar de Julia. Una característica especial del poema es que emplea verbos conjugados en el modo conjuntivo, algo que también sucede en algunos pasajes del cuento. Se debe recordar que en ese modo verbal radica la suposición, el deseo, la hipótesis y el consejo, es decir, lo imposible.

Ruxandra Chisalita plantea que: “Presencia y ausencia […] el poeta es su espectador siempre a punto de sumergirse en el objeto mirado y es a través de este que descubrirá la verdad del mundo, lo cual justifica el tono de extrañeza, sorpresa o desajuste” (20). Tanto los poemas como el cuento representan el pasado, presente, futuro y al espectador que vive en cada uno de ellos. Personaje, narrador y yo lírico avanzan, se detienen y continúan para sobreponerse como ayuda o desventaja del tiempo y la memoria. Todas las opciones muestran una diferente perspectiva de lo que se mira, vive y se es.

5. Conclusión

Después de una asidua lectura de los conceptos de tiempo, memoria y recuerdo podemos concluir que la obra del escritor mexicano José Emilio Pacheco se presenta como un ciclo en todo momento puesto que, en primera instancia, este renueva su poética a través de una prosa que intenta visibilizar lo que pocos se atreven a ver: el avance del tiempo y de la memoria. Pacheco logra esto apelando a la realidad, sin ignorar en ningún momento que lo acontecido durante la infancia puede tener consecuencias durante la adolescencia y la adultez, como queda en evidencia con el protagonista joven y melancólico de “Tarde de otoño”. En los poemas, en cambio, la voz lírica ya no se resiste al sentimiento del recuerdo, sino que lo abraza como familiar, pero no para permanecer allí, sino para avanzar. Se podría decir que el vivir del recuerdo y de las historias pasadas permite revivir los momentos, sin embargo, en estas obras lo que se busca comprender cómo esto influye en la memoria y en el tiempo a lo largo de la vida de un lector, protagonista y narrador.

Se ha escrito bastante sobre el tiempo y la memoria, sin embargo, en Pacheco estos conceptos desafían sus definiciones tradicionales y es necesario hacer nuevas investigaciones sobre su obra para intentar unir su trabajo poético y narrativo. Narrativa y poesía no distan entre sí ya que, como ha quedado claro en este análisis, ambas partes completan la misma idea en diferentes etapas, que van desde la infancia hasta la adultez. Estudiar la obra de Pacheco, desde la poesía y la narrativa, abre la posibilidad de realizar una lectura en donde se contrapongan rasgos disímiles, como, por ejemplo, las experiencias de un narrador sin nombre a la luz de sujetos líricos que abren y cierran sus respectivas formas de pensar. Cada una de las obras mencionadas se encuentra separada por varios años, pero no se alejan en su consideración de los asuntos que interesan a Pacheco: la distancia, la memoria y el recuerdo.

“Tarde de agosto” es un cuento que resulta ser sencillo, claro y sin gran complejidad, pero que se presenta como un rompecabezas a resolver por el lector a través de su examen del tiempo y los recuerdos, algo que también se replica en la extensa obra lírica del escritor que se conecta entre sí. En la poesía de Pacheco, el tiempo, de nuevo, aparece y construye puentes entre los cuentos ya que las obras abordan lugares comunes y constantes para todos, lo que permitiría sugerir una intuición por unir géneros, momentos y lugares que avanzan en el tiempo. Finalmente, en el cuento se nota que el protagonista crece, relata su historia y solo la admira, mientras que en los poemas se proporcionan otras versiones del “objeto observado” –tiempo y memoria– porque ya no es la voz de un niño sino una voz madura, de una persona adulta quien enuncia su pasado y desconfía de su memoria, sin que esto implique desconfiar del tiempo. La ciclicidad radica en el principio y el final, por lo que, luego de este repaso, puedo afirmar que el cuento abre y la poesía cierra.

 

Notas

1 Referente a la idea de que todo es un ciclo, donde todo inicia y acaba. Ya sea que se repita o no.

2 Menciono estas obras porque forman parte de la antología De algún tiempo a esta parte (2014), de ahí retomo el cuento “Tarde de agosto”. El único texto que no se incluye en la antología es Las batallas en el desierto.

“Memoria” e “Imagen” se incluyen en La arena errante (1999), mientras que “Aquél otro” es parte de Como la lluvia (2009).

Obras citadas

Carrillo-Torea, Carmen Virginia. “Tiempo y memoria en la poesía de José Emilio Pacheco”. La Colmena 83 (2014): 19-23.

Chisalita, Ruxandra. La mirada y la melancolía: elementos para una poética de la fluidez. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.

González Peña, Carlos. Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Apéndice de Aurora M. Ocampo, Ernesto Prado Velázquez, Ma. del Carmen Millán. México: Porrúa, 2012.

Jiménez de Báez, Yvette, et al. La narrativa de José Emilio Pacheco. México: El Colegio de México, 1979.

Kohut, Karl, “Literatura y memoria. Reflexiones sobre el caso latinoamericano”. Revista del CESLA 12 (2009): 25-40.

Pacheco, José Emilio. Tarde o temprano. (Poemas 1958-2009). Ed. Ana Clavel. México: Fondo de Cultura Económica, 2009.

Pacheco, José Emilio. De algún tiempo a esta parte. Relatos reunidos. México: Era/ El Colegio Nacional, 2014.

Paz, Octavio. El arco y la lira. El poema, la revelación poética poesía e historia. México: Fondo de Cultura Económica, 1979.

Quirarte, Vicente. Peces del aire altísimo. Poesía y poetas en México. México: Almadía/Universidad Nacional Autónoma de México, 2020.

Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Trad. Agustín Neira. Argentina: Fondo de Cultura Económica, 2004.

Guillermo Bejarano Becerril

Estudió la Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha colaborado como voluntario en el proyecto de promoción a la lectura Soga viviente bajo la dirección de la Dra. Tatiana Aguilar Álvarez-Bay. Actualmente, colabora en el proyecto Vida y obra de José Juan Tablada bajo la tutoría del Dr. Rodolfo Mata; ambos proyectos se han desarrollado en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

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