Y yo que he abandonado la alevosía del océano,
lleno de venas como musgo está mi pecho.
América, balanceada en cuyas calaveras clorofílicas,
encerrada
refulge la sangre como granadas;
ya no gruñe, mi América, tu empedernida alma,
amasándote cuyas y todas las manos
de este cielo en donde he venido a caer,
qué, cuándo depondrás el pisoteo brutal
de mis hermanos abandonados por la piedad?
es que acaso, mi América, he dejado de escuchar
tu verdadera proclamación, aterciopelado vaivén?
Es tu alma la preñez de las piedras salpicadas desde mis manos.
Rosales flameantes pronuncian
toda tu piel continental.
Yo no sé si el ave, como ampolletas parpadeantes
que se queman, ha surcado y rasgado esta manta gallarda,
pues, de día, los dialectos despedazan al abismo solar,
pues, aun de noche, alcanzo a ver al último rostro en ti, América.