Revista ZUR

Revista Zur / Volumen 2 N°2 / Ese Amanecer
narrativas

Ese Amanecer

imagen-portada-narrativas-del-volumen-2-numero-2-para-la-revista-de-literatura-zur-obras-literarias

Autora

Tania Gloria Tapia Opazo

COMPARTE

Fecha

01 Diciembre 2020

Autora

Tania Gloria Tapia Opazo

01 Julio 2021

No sé qué día es hoy, creo que no tiene la menor importancia, es un día activo, bueno, energético, ¿qué lo ha hecho distinto a otros tantos días?

He despertado lentamente tratando de reconocer cada una de mis partes, mis brazos, mis manos, mi espalda, mis piernas, mis párpados todavía pesados, con deseos de seguir en las profundidades de un bienestar difícilmente explicable, simplemente placer. Abro lentamente mis ojos que permiten ver un rayo de luz, un rayo de sol que se filtra a través de la persiana de madera de color verde, un verde poco definido, opaco, que nunca me ha gustado, pero que ha sido el verde que siempre ha estado. Ese rayo de luz permite visualizar una infinidad de pequeñas partículas flotando, moviéndose desordenadamente, eléctricas, furiosas, como jugando a tocarse tangencialmente. Me hipnotizan, me magnetizan, quedo por largo rato mirando esas diminutas formas que pocas veces veo, pero que siempre están, y que toman la forma del rayo de luz. Por un rato juego interponiendo mi mano en su camino, que hace desaparecer y aparecer esos pequeños seres, que siento que toman vida sólo cuando aparece el sol. Me levanto y elongo suave y lentamente, estirando mis brazos y luego mi cuerpo entero, con una respiración profunda y una exhalación más grande aún. Subo a la cama y como fisgoneando entre la celosía de la persiana miro hacia la calle y allí está ella una vez más, inalterable, mayestática, imponente, con un gran velo blanco que recorre su cuerpo, que sin duda se vistió con él la noche anterior. Una noche fría, húmeda, que limpió cualquier residuo pecaminoso, porque ella alberga secretos, pero no pecados. Ella es única, aunque tiene competencia, aunque otros la miren con desprecio, por pequeña, con una vestidura menos elegante que otras, alejada, poco accesible, aquella que siempre me miró fijamente y sin interrupciones, con sus ojos azules, y otras veces violeta, como si fuera una maqueta, especialmente en los días como hoy, en las mañanas soleadas luego de una noche lluviosa. Ella, la alta cordillera, frente a la casa de mis padres.

Obras literarias relacionadas

Alejandro Zurita
Fernando Vérkell