Observo una pira funeraria
a orillas del Ganges
mi mirada queda hipnotizada.
Una muchedumbre
de almas blancas
llenan el lugar,
una muchedumbre
de almas blancas
elevan plegarias
a su dios,
plegarias silenciosas
que libres vuelan.
Aparece una antorcha,
da varias vueltas
al túmulo,
se detiene,
se acerca.
La tea incendia
la leña,
arde la pira.
Llamas aromatizadas
se yerguen majestuosas
y el crepitar de la madera
al humo acompaña
en su plegaria.
Es el presagio de la subida
a los cielos del alma.
Un vibrante silencio
acompasado de silentes rezos
se dirigen al montículo,
confluencia de miradas blancas.
De pronto, un estallido,
un ruido lejano,
un disparo errado…
Es el cráneo
que ha estallado,
el alma del difunto
se ha liberado.
Las gentes conocen ese sonido,
aumentan sus rezos,
unos al suelo,
otros al cielo,
buscando el eterno descanso…
y los más, hacia el fuego,
fuego purificador
que convierte
el no ser, en ser,
conjunción
entre la tierra y el cielo…
una mano
abandona el fuego,
una mano negra
orlada de llamas
la misma que amó,
que acarició,
una mano que se contrae
dando su postrero adiós.