Artículo
Consideraciones sobre la muerte en la poesía de Gabriela Mistral
"Obra - Todos los días oímos historias" de Omar Moreno
Fecha
01 Diciembre 2020
Resumen: La obra de Gabriela Mistral muestra como lugar recurrente diversas problematizaciones sobre el concepto de la muerte, destacándose : las reflexiones de Mistral en torno al concepto general de la muerte como destino impersonal e inherente a la condición humana; los sentimientos que la voz poética de la autora manifiesta sobre su propia muerte; y los pensamientos asociados a los seres queridos que han muerto, diferenciando la sensación de despojo de quien se queda “de este lado” y los recuerdos que dialogan con sus muertos. Dichos temas serán caracterizados para desarrollar las distintas nociones que la lírica de la poeta nos sugiere, a partir de las obras Desolación (1922), Tala (1938) y Lagar (1954).
Palabras clave: Gabriela Mistral, muerte, poesía chilena, poesía latinoamericana.
Abstract: Gabriela Mistral’s work presents several problematizations regarding the concept of dying, coming to be a recurrent place within her writing, standing out: Mistral’s thoughts on the overall idea of death as an impersonal destiny attached to the human condition; the emotions that the poetic voice of the author expresses about its own mortality; and therefore the feelings associated to beloved people that have died, differentiating the sensation of dispossession for those that stay “on this side” from the memories dialoguing with those that have passed away. These themes are going to be depicted to develop the various notions that the poet’s lyrics suggest, from the works Desolación (1922), Tala (1938) and Lagar (1954).
Keywords: Gabriela Mistral, death, Chilean poetry, Latin American poetry.
Fecha de recepción: 2 de abril, 2020
Fecha de aceptación: 17 de mayo, 2020
1.- INTRODUCCIÓN
A partir de la lectura de las obras Desolación (1922), Tala (1938) y Lagar (1954) se distinguen tres formas de reflexión en torno a la muerte. Cada uno de estos apartados expondrán una breve explicación de su título para comprender en qué consiste la arista en torno a la cual se desarrollarán las distintas nociones que la lírica de la poeta nos sugiere.
De tal modo, el primer apartado, “La certeza intangible de la muerte”, se centra en interpretar las reflexiones de Mistral en torno al concepto general de la muerte como destino impersonal e inherente a la condición humana, para eso se analizarán fragmentos de los poemas “Interrogaciones”, “Otoño”, “Vieja” y “Canción de las muchachas muertas”. En el segundo apartado, “La muerte de mi misma”, se explorarán los sentimientos que la voz poética de la autora manifiesta sobre su propia muerte, llámese expectativas o temores, serán analizados a partir de los poemas “El ruego”, “Éxtasis”, “La montaña de noche”, fragmentos de “Otoño”, “Cima” y “El pensador de Rodin”. Para el tercer apartado, “Muerte ajena: pérdida, duelo y luto”, se profundiza en los sentimientos asociados a los seres queridos que han muerto, diferenciando la sensación de despojo de quien se queda “de este lado” y los recuerdos que dialogan con sus muertos, en él se revisarán los poemas “La dichosa”, “La fuga”, “Aniversario” y “Luto”.
Para concluir, se presentará la síntesis de las impresiones que la poeta nos revela en su obra punto por punto, desentrañando parte de su simbolismo, estableciendo que el acabado ordenamiento de los temas no se da necesariamente por separado en cada poema, sino que es tan siquiera una forma de sistematizar el análisis de un universo lírico que se nos es expuesto en su plenitud a través de la obra de Gabriela Mistral, que como bien expresara durante su vida, no inicia en sí misma sino que se nutre de las experiencias, oportunidades y deudas que carga el ser humano desde que nace.
2.- ENTENDIENDO LA AUTOPERCEPCIÓN DE LA POETA COMO SUJETO DE ESCRITURA
El 27 de enero 1938 durante los cursos de verano de Montevideo, la escritora chilena Gabriela Mistral se presenta en el Hall del Instituto Alfredo Vásquez Acevedo convocada por el gobierno uruguayo para dictar la conferencia Cómo compongo mis versos, conocida también como Cómo escribo. La autora, previo a leer su prosa comenta la extrema dificultad de la premisa, cita una parábola de Pedro Prado para comparar al poema con una rosa roja, que no acaba en su cáliz, ni en su tallo, ni en su base, ni en su raíz; sino que en todo lo que la nutre. Así, para escudriñar cuándo comienza la gestación del poema sería necesario remontarse hasta “la vislumbre de nuestros antepasados” (Mistral 1938). Dicho discurso sentaría las bases para divisar la mirada de la poeta en torno al ejercicio literario:
Mientras fui criatura estable de mi raza y mi país, escribí lo que veía o tenía muy inmediato, sobre la carne caliente del asunto. Desde que soy criatura vagabunda, desterrada voluntaria, parece que no escribo sino en medio de un vaho de fantasmas.
La tierra de América y la gente mía, viva o muerta, se me han vuelto un cortejo melancólico pero muy fiel, que más que envolverme, me forra y me oprime y rara vez me deja ver el paisaje y la gente extranjeros (Mistral 1938).
El texto no solo nos deja dar un vistazo a las condiciones materiales y disposiciones personales de Mistral al momento de sentarse a escribir, sino que nos revelará ciertos modos transversales que reconoce en su poesía y que trascienden al tema lírico. Por un lado, está el carácter dual y contradictorio de su lírica, entre lo impulsivo y lo letárgico, la ternura y la dureza. Por otro, señala la importancia que le otorga al territorio dentro de su obra, traducido en descripción paisajística, exposición cultural e, incluso, léxico americano.
Un tercer elemento que permea toda la poesía de Mistral es un sincero sentimiento religioso que se manifiesta desde aquellos primeros versos que la hicieron destacar a los 23 años cuando sus “Sonetos de la Muerte” ganan el Concurso Literario Juegos Florales en 1914. Estos poemas nos introducen a un tópico que se desarrollará a lo largo de toda la obra de la poeta.
Aunque se atribuye los “Sonetos de la muerte” al dolor derivado del suicidio de Romelio Ureta, un vistazo a las publicaciones anteriores a tal acontecimiento revela que la muerte está presente en la creación de Gabriela Mistral desde sus inicios en el año 1904 cuando publica su primer texto conocido “El perdón de una víctima” en el diario El Coquimbo, donde relata la historia de un calumniador que solo espera el perdón de su víctima para morir.
Pero al terminar Esther vio que Gabriel había rodado sobre la hierba y que no se movía, se acercó a él y lo miró; pero ¡horror! ¡ya era cadáver!
Esperaba el perdón de su víctima y había muerto.
Entre los cipreses del cementerio de la aldea una cruz blanca se ve: arrodillada en esa tumba está una mujer.
Es la tumba de Gabriel; la mujer es Esther, la pobre loca, vuelta a la razón, allí está orando por aquel que amargó sus días con la más enorme de las calumnias. (El Coquimbo 15).
El tema de la muerte, un hecho que se ve atravesado por los tres planos mencionados anteriormente, que es tan universal como íntimo, tan inevitable como los ciclos naturales pero sorteable a través de la promesa de la vida eterna junto a Dios o en la palabra. Conocer la visión de Mistral sobre los distintos planos del morir, otorga acceso al resultado final de una configuración temática, nutrida previamente por la experiencia personal y literaria de la autora, con ello aproxima a una comprensión más profunda de su mundo poético.
3.- LA CERTEZA INTANGIBLE DE LA MUERTE
Todos los seres son mortales. Solo la muerte no tiene solución. De lo único que estamos seguros es que vamos a morir. Estas oraciones presentes en el lenguaje cotidiano delatan un hecho irrefutable, el ser humano reconoce que su existencia terrenalesfinita. Y no soloeso, también admite la imposibilidaddeinterrumpireste devenir natural. De este modo, la presencia intangible de Thánatos permea todo el contenido de la vida, entiéndase, especialmente, la reflexión y la creación artística.
En el imaginario común, se distingue del verbo “morir” el sustantivo femenino “muerte”, distinto de “el/la muerto/a” o “el morir”. Se trata de una alegorización ampliamente integrada en nuestras concepciones; incluso en el lenguaje campesino encontramos distintas formas de referirse al mismo significado, así como “la pelá” o “la pálida”. Para efectos de este análisis, se hablará de la muerte en términos de esta omnipresencia y de las reflexiones en torno al acto de morir. El carácter implacable de la muerte se refleja en el poema “Vieja”, con un tratamiento natural. Se puede apreciar como la anáfora “la muerte”, simula la forma reiterativa en que el moribundo tiene pensamientos sobre el morir, hasta que dicho ejercicio de conocimiento y aceptación de su mortalidad lo guía hacia una buena muerte.
“La Muerte”, le diré al alimentarla;
y “La Muerte”, también, cuando la duerma;
“La Muerte”, como el número y los números,
como una antífona y una secuencia.
Hasta que alargue su mano y la tome,
lúcida al fin en vez de soñolienta,
abra los ojos, la mire y la acepte
y despliegue la boca y se la beba. (Tala 174).
Esta visión sobre el morir remite a un acto reposado e incluso reflexionado, sobre el cual siempre se ha tenido conciencia a través de los ciclos de la naturaleza. En el poema “Otoño”, se denota el paralelismo entre las estaciones del año y los estadios de la vida que ha sido planteado en otros poemas, como en “El pensador de Rodin”, en donde se presenta una reflexión sobre el hecho de la muerte natural como un fenómeno imperceptible, cuya misma naturalidad dota de un carácter irreversible, pues no existe ánimo de contrariar un hecho que parece no depender en absoluto de la voluntad del poeta, por lo que se desdoblan en aspectos del ambiente.
En mis sienes la hojarasca
exhala un perfume manso.
Tal vez morir sólo sea
ir con asombro marchando
entre un rumor de hojas secas
y por un parque extasiado.
Aunque va a llegar la noche,
y estoy sola, y ha blanqueado
el suelo un azahar de escarcha,
para regresar no me alzo,
ni hago lecho, entre las hojas,
ni acierto a dar, sollozando,
un inmenso Padre Nuestro
por mi inmenso desamparo. (Antología en verso y prosa 76).
La reflexión sobre la muerte como ente separado del ser humano está ligado a las concepciones católicas, pero siempre con un afán curioso e interpelante, lo que se refleja en el poema “Interrogaciones”, que, si bien se refiere específicamente a la muerte suicida, plantea las inquietudes de la autora sobre el estado de muerte, tanto en lo inmediatamente posterior (como el abandono del alma) como en la preocupación del encuentro del alma con la divinidad.
¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,
las lunas de los ojos albas y engrandecidas,
hacia un ancla invisible las manos orientadas?
¿O Tú llegas después que los hombres se han ido,
y les bajas el párpado sobre el ojo cegado,
acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido
y entrecruzas las manos sobre el pecho callado? (Antología en verso y prosa 50).
El mismo poema en sus estrofas finales refuerza la idea del encuentro con Dios tras la muerte, incluso para los suicidas, pues en la visión de Mistral no se puede morir fuera del amor de Dios, pues este no tiene límites.
¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?
¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?
¿Para ellos solamente queda tu entraña fría,
sordo tu oído fino y apretados tus ojos?
Tal el hombre asegura, por error o malicia;
más yo, que te he gustado, como un vino, Señor,
mientras los otros siguen llamándote Justicia,
¡no te llamaré nunca otra cosa que Amor! (Antología en verso y prosa 50).
Este mismo espíritu curioso acerca de qué significa la condición de muerto se repite en Canción de las muchachas muertas, poema cuyos tres primeros versos se componen de una pregunta retórica.
¿Y las pobres muchachas muertas,
escamoteadas en abril,
las que asomáronse y hundiéronse
como en las olas el delfín?
¿A dónde fueron y se hallan,
encuclilladas por reír
o agazapadas esperando
voz de un amante que seguir?
¿Borrándose como dibujos
que Dios no quiso reteñir
o anegadas poquito a poco
como en sus fuentes un jardín? (Tala 157).
La visión de Mistral sobre el problema humano de la muerte puede resumirse en la dicotomía de naturalidad y novedad. Por una parte, a lo largo de su obra demuestra la similitud de la muerte con otros procesos de la naturaleza, como el cambio de estaciones o el fin de cada día, recalcando que, al igual que no se puede evitar la llegada del invierno, tampoco hay forma de evadir el momento en que cada ser humano deba morir. Mistral va incluso más allá, proponiendo que la certeza del morir puede ser ocupado a nuestro favor, pues es un concepto al cual podemos acercarnos para estar familiarizados con él. Así, tener conciencia de la vida finita, nos permite prepararnos y con ello tener una existencia plena.
Por otro lado, destaca la interpelación, no al Dios que permite que la muerte ocurra, sino a la misma muerte, que lejos de renunciar a su cuestionamiento en función de su inevitabilidad, invita a preguntarse cómo será este momento que sí o sí experimentará llegado el tiempo. El discurso de Mistral podría hablar de una aceptación no pasiva de la muerte, sino un afán de entendimiento que satisface con su creencia y expectativas, pero también transparentando todas las preguntas que aún tiene en torno a este estado más allá de la vida. Es solo a través de ir contestando a nuestras propias preguntas y reflexiones que la muerte no nos tomará por sorpresa, sino que entrará como invitada.
4.- LA MUERTE DE MI MISMA: POETA MÍSTICA
Pareciera que no existe acción del ser humano sobre los hitos más importantes de su vida, pues nace sin que su voluntad interceda y ha de morir generalmente contra su voluntad. Pese a la falta de conciencia sobre la muerte propia, en favor de lo evidente de los efectos de la muerte cuando ésta acontece en otro, gran parte de las tesis que forman nuestras nociones al respecto revelan directa o indirectamente la idea la de individualidad en el momento último de la vida. Para ejemplificar lo anterior puede mencionarse la postura del filósofo alemán Martin Heidegger que señala el carácter individual e intransferible de la experiencia humana, como el ente que soy cada vez que soy yo mismo (Ser y tiempo 51). Así, también, la cultura cristiana ha expandido la imagen del cuerpo individual resucitado en el paraíso o la conciencia propia sometida al juicio de Dios.
En cuanto a la visión mistraliana en torno a la propia muerte, se debe considerar la veta mística de la poeta, cuyo discurso, dentro y fuera de su obra, refleja una visión contemplativa y espiritual del mundo que la rodea y la habita. Para ella, el cultivo de las letras y su materialización en la palabra era el medio que conecta desde el Creador, la creación y sus propias intuiciones que debe ordenar para nombrar al mundo.
Hablar de la noción de la propia muerte de Mistral es, ante todo, hablar de la cosmovisión de la poeta sobre la existencia de sí misma. Su profundo sentimiento religioso y su sensibilidad estética devienen en un vínculo que une su conciencia con un Todo, y devela la añoranza del camino que la acerca a Dios mediante la búsqueda de la belleza en la poesía. Está ampliamente documentado, incluso en la prosa Cómo escribo, que Mistral buscaba la máxima depuración del verso: “corrijo más de lo que la gente creería” (1938), hecho que reflejaría una actitud de vida, la implacable hambre de conocer y con ello la búsqueda de la perfección, estableciendo en este punto la virtud que la aproxima a lo divino. Esta inspiración promueve también un sentimiento empático hacia cuanto forma parte del Todo, como queda reflejado en el poema “El Ruego”, en el que el hablante lírico inicia un diálogo argumentativo con Dios buscando interceder ante él por uno de sus muertos.
Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca,
cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por éste! (Antología en verso y prosa 57)
Sin embargo, uno de los puntos evidentes que diferencian la visión de la muerte mística de la mistraliana es la angustia. El contradictorio sentimiento de saberse un espíritu infinito y no desear ese estado como el más pleno, en este punto Mistral revela su inspiración material, insinuada en su lenguaje concreto y americano, pero exaltada definitivamente en la angustia de renunciar a la existencia terrena. Para ello recurre a su afición hacia los paisajes que fueron escenario de su infancia, lo que la lleva a transfigurarse en dichas imágenes, las cuales son especialmente visibles en el apartado Naturaleza, de su obra Desolación, grupo en el que cuatro poemas, Otoño, La montaña de noche, El Ixtlazihuatl y Cima, reiteran “(…) las imágenes del ocaso y el motivo de las montañas formando por ellos los símbolos de la vida ardiente la rojez de la sangre frente a la blancura y la negrura de la muerte, asociadas en la visión del paisaje” (Goic, p. 59). Especialmente, en el siguiente poema La montaña de noche, existe un tránsito que va desde lo anaranjado, cálido y vital hacia lo pálido, sombrío y azul que se relaciona al invierno y la muerte.
Haremos fuego sobre la montaña.
La noche que desciende, leñadores,
no echará al cielo ni su crencha de astros.
¡Haremos treinta fuegos brilladores!
Que la tarde quebró un vaso de sangre
sobre el ocaso, y es señal artera.
El espanto se sienta entre nosotros
si no hacéis corro en torno de la hoguera.
Semeja este fragor de cataratas
un incansable galopar de potros
por la montaña, y otro fragor sube
de los medrosos pechos de nosotros.
Dicen que los pinares en la noche
dejan su éxtasis negro, y a una extraña,
sigilosa señal, su muchedumbre
se mueve, tarda, sobre la montaña.
La esmaltadura de la nieve adquiere
en la tiniebla un arabesco avieso:
sobre el osario inmenso de la noche,
finge un bordado lívido de huesos.
E invisible avalancha de neveras
desciende, sin llegar, al valle inerme,
mientras vampiros de arrugadas alas
rozan el rostro del pastor que duerme.
Dicen que en las cimeras apretadas
de la próxima sierra hay alimañas
que el valle no conoce y que en la sombra,
como greñas, desprende la montaña.
Me va ganando el corazón el frío
de la cumbre cercana. Pienso: acaso
los muertos que dejaron por impuras
las ciudades, elijan el regazo
recóndito de los desfiladeros
de tajo azul, que ningún alba baña,
¡y al espesar la noche sus betunes
como una mar invadan la montaña!
Tronchad los leños tercos y fragantes,
salvias y pinos chisporroteadores,
y apretad bien el corro en torno al fuego,
que hace frío y angustia, leñadores! (Antología en verso y prosa 77).
La poeta genera una mirada íntima de la muerte la cual pinta en tono grisáceo, y aunque no llega jamás a negar la prolongación de la existencia más allá de la muerte, pareciera que esta trascendencia no apaga del todo el triste destino que la cesación del cuerpo, y con ello su intervención en el mundo material, producen en la autora. Dichos elementos se aclaran en “Otoño”, en el cual se reitera un paralelismo entre el mundo natural y la vida humana, tomando el otoño el lugar de la vejez, el crepúsculo previo a la oscuridad del invierno.
A esta alameda muriente
he traído mi cansancio,
y estoy ya no sé qué tiempo
tendida bajo los álamos (…)
¡Ahora se me va perdiendo
como un agua entre los álamos;
pero es otoño, y no agito,
para salvarlo, mis brazos! (Antología en verso y prosa 76).
En dichos versos se puede interpretar la noción de la autora ante el vivir la muerte, como una experiencia de proceso con que finaliza la vida y que necesariamente contiene sufrimiento, cansancio, enfermedad y vejez. Además del recurso paisajístico, la autora revela visiones más claramente personales de los sentimientos que le evoca la temática de la muerte. “El pensador de Rodin”, el soneto que abre su obra Desolación, en el apartado “Vida”, es un ejemplo de los sentimientos angustiosos frente a la impotencia del ser que se sabe “carne de huesa/ carne fatal, delante del destino desnuda/ carne que odia a la muerte” (Antología en verso y prosa 7).
En los tercetos finales, el tono del poema asciende de angustiante a aterrador y doloroso, destacando el lenguaje que evoca datos sensibles, descripciones táctiles y sonoras de incomodidad.
Y en la angustia, sus músculos se hienden, sufridores.
Cada surco de la carne se llena de terrores.
Se hiende, como la hoja de otoño, Señor fuerte
que le llama en los bronces… Y no hay árbol torcido
de sol en la llanura, ni león en flanco herido
crispados como este hombre que medita en la muerte. (Antología en verso y prosa
7).
La voz lírica, como ser humano, está tan cerca de la muerte por medio de la sola reflexión en ella, como lo están al árbol o el león cercanos a morir; es más, su humana condición le hace ser la única consciente del advenimiento inexorable de la muerte, y por lo mismo sufre.
En síntesis, en la obra analizada de Mistral, en especial en su libro Desolación, se dibuja una visión disonante de sus aspiraciones para con su propia muerte. Por una parte, su discurso y su obra exponen una profunda fe en la doctrina católica, cuyo pilar fundamental es la promesa de a eterna vida tras la muerte terrenal, pero por otro lado el tono angustioso y consciente con que se le da tratamiento al tema, pareciera ser una pulsión visceral de un ser humano inconforme con su destino mortal y cuyo lenguaje busca trascender en los elementos naturales y sus procesos, como en el poema Cima, en el que se transfigura a sí misma en el paisaje.
La hora de la tarde, la que pone
su sangre en las montañas
Hay algún corazón en donde moja
la tarde aquella cima ensangrentada. (…)
¿Será yo la que baño/ la cumbre de escarlata?
Llevo a mi corazón la mano, y siento
que mi costado mana. (Antología en verso y prosa 78).
El anhelo de trascender en los escenarios que habita con la palabra queda revelado en su poesía como aquella pregunta fundamental sobre la muerte que la religiosidad intenta responder, y que Mistral, con su intuición mística, vincula con la naturaleza como un reflejo de la eternidad, así parece acercarse más a la plenitud de Dios, integrándose en su Creación.
5.- MUERTE AJENA: PÉRDIDA, DUELO Y LUTO
La muerte siempre es asunto de los demás, reconocemos con mayor facilidad la condición mortal en los otros que uno mismo, y esto puede deberse a que, como se ha mencionado, nadie ha vuelto de la muerte y por tanto el proceso individual del morir es indocumentado. Solo nos acercamos a esa idea por medio la fantasía o las convicciones religiosas. Cuando se trata de saber en qué arista de la muerte poseemos más conocimientos por experiencia propia de la carne, necesariamente nos ubicamos en nuestro lugar de vivos que han sufrido los efectos que produce la muerte de un otro. La muerte de una persona cercana afecta de forma emocional a los que, paradójicamente, están vivos, pues son ellos los que sufren o viven el duelo de dicha pérdida.
El pensamiento mistraliano a la hora de plasmar sus sentimientos frente a la muerte de una persona amada, nos ambienta en un espacio donde se pierde un poco el sentido de lo real y lo imaginario, y muchas veces se mezclan imágenes mentales que nos sitúan en algún tipo de plano espiritual en el que, al parecer, están los que cesaron su existencia física con signos que corresponden al mundo tangible o material.
Atravesaré de muerta
el patio de hongos morosos
El me cargará en sus brazos
en chopo talado y mondo (…)
La aldea que no me vio
me verá cruzar sin rostro. (Lagar 70)
Más allá de alucinaciones que pueden ser repercusiones de la negación de un hecho, también se presentan en el mundo onírico que, de igual forma, expresa la sensación de pérdida a través de los sueños, como lo escribe en el poema “La fuga”. En él, plasma la imagen de su infancia que vivió con su madre, y se refiere al lugar en el que creció durante su infancia, el valle del Elqui rodeada de montes como lo describe en sus versos:
Ando por paisajes cardenosos:
un monte negro que se contornea siempre,
para alcanzar el otro monte;
Y en el que, a pesar de su muerte
su huella está todavía allí.
y en el que sigue estás tú vagamente,
pero siempre hay otro monte redondo que circundar,
para pagar el paso. (Tala 11).
Esta figura de los montes que refiere al mundo terrenal servirá para, como dice Mistral, “enhebrar los recuerdos” en los que vivía junto a su madre, aunque estos no sean un fiel reflejo de su realidad, puesto que hay un hecho que no se quiere mencionar como si de alguna forma, si no se dice no ha pasado, cabe destacar que la negación de la pérdida reciente es algo recurrente en los procesos de duelo.
Pero a veces no vas al lado mío:
te llevo en mí, en un peso angustioso
y amoroso a la vez, como pobre hijo
galeoto a su padre galeoto,
y hay que enhebrar los cerros repetidos,
sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada a dioses crueles
y que vamos a un Dios que es de nosotros. (Tala 12)
Las lecturas de los versos finales del mismo poema nos incitan a pensar que de alguna forma todavía existe esperanza de estar juntas, o al menos el hablante así lo anhela. Pues bien, se sabe que luego de cesar la existencia física de una persona es imposible el reencuentro material de un muerto con los que viven, entonces el intento de encontrar a alguien es en vano y resulta sumamente doloroso tener que aceptarlo cuando uno es quien está viviendo el duelo.
O te busco, y no sabes que te busco,
o vas conmigo, y no te veo el rostro;
o vas en mí por terrible convenio;
sin responderme con tu cuerpo sordo,
siempre por el rosario de los cerros,
que cobran sangre para entregar gozo,
y hacen danzar en torno a cada uno,
¡hasta el momento de la sien ardiendo,
del cascabel de la antigua demencia
y de la trampa en el vórtice rojo! (Tala 13).
Luego de la muerte de su hijo adoptivo Yin Yin, en los múltiples poemas que hacen referencia a esta tragedia que marcó su vida, la confusión la inunda y el trastorno toma las riendas de su conciencia, aunque no por eso deja de componer versos con gran lucidez, pese a que los límites entre la vigilia y el sueño no están claros. La añoranza de estar acompañada, sea en vida o en lo que trascienda la muerte, están expresado en su obra.
Todavía estoy contigo
parada y fija en tu trance,
detenidos como en puente,
sin decidirte tú a seguir,
y yo negada a devolverme. (Lagar 39).
Por otra parte, la desolación que siente frente a la muerte es la misma que la deja abatida, con una sensación de pobreza, en el sentido que no le queda nada para dar, ya que todo se le ha ido “En lo que dura una noche/cayó mi sol, se fue mi día” (Lagar 46). La muerte de Juan Miguel sin duda marca una antes y después en la poesía mistraliana, la soledad que espera sentir luego del fallecimiento de su hijo adoptivo es tan terrible como lo muestra en los últimos versos del poema “Luto”:
y se cansarán de amarme,
De comer y de vivir,
Bajo de triángulo oscuro
Falaz y crucificado
Que no cría más resinas y
Raíces no tiene ni brotes.
Un sólo color en las estaciones,
Un sólo costado de humo
Y nunca un racimo de piñas
Para hacer el fuego, la cena y la dicha. (Lagar 46).
En conclusión, la poeta reconoce que el dolor por la muerte de un ser amado es la experiencia más cercana a la muerte que puede vivir, por lo mismo, esta experiencia la traslada a un plano abstracto que no es el mundo físico completamente ni algo que esté después de la muerte, casi como un limbo entre la posible existencia de dos mundos, ya que frente a la muerte de personas amadas no cesa en la descripción de la cercanía física que puede mantener, aun cuando la persona ya no existe más para nosotros, y que, al mismo tiempo a través de signos que refieren a objetos materiales nos ancla a pensar en el mundo material. Desbordada en sentimientos desoladores que acarrea la muerte, es cuando en un intento de sentirse todavía acompañada por la otra persona, aunque sea mediante la escritura. Se confunden los límites entre lo que es y lo que no, la vida y la muerte, para desembocar en el luto que como bien describe en su poema, la deja sin sol o un atisbo de esperanza y queda solitaria sin ser “ni llamas ni brasas”.
6.- CONCLUSIÓN
Derivado de su fuerte sentido religioso, Mistral sostiene un discurso que revela la convicción en la vida más allá de la muerte, desarrollando elementos tanto del mundo como del individuo, por ejemplo, en el último poema de Lagar, expresa lo que espera después de su muerte “Por si en la segunda vida/ no me dan lo que ya dieron” (187).
Su posición frente a la muerte es de algún modo aceptada, un hecho que siempre fue constante en su vida, y ahora que se le avecina, lo sabe y lo acepta, y es por lo mismo que se percibe como árbol, en el que su trascendencia serán sus frutos que haya dejado para lo que sigue, en el mundo material y en lo que sigue a la muerte: “Yo lo devuelvo cumplido / y en brazada se lo entrego / al último de mis árboles, /a tamarindo o a cedro. (Lagar 187).
También hay que recordar las impresiones que deja en el último de sus cuadernos, el más cercano a la fecha de su muerte Cuaderno de los adioses (1956) en el que el enfrentamiento con la muerte, ya bastante próximo, es más bien aceptado y anhelado, sobre todo en los recuerdos que a su hijo adoptivo se refiere: “La extrema vejez es algo muy triste. Yin Yin tal vez ya me necesite. Y yo quiero estar donde él esté, donde sea. Él nunca supo que había que estar juntos –digo- en su última etapa de absoluto secreto, y por secreto de soledad. Cuando viene es que debe querer estar juntos, sentir eso” (Bendita mi lengua sea 236).
En ese mismo plano, Mistral, se sigue situando en conversaciones con personas que ya no están con ella y acompañada de estas mismas, deshaciendo el “muro” que divide las voces de este mundo y el silencio de la muerte. Por lo mismo, esta visión respecto al imaginario de lo que puede haber después de cesar la existencia material sumado a su cercanía con la religión católica, la llevan a escribir sobre un lugar, que no es precisamente el paraíso utópico de la salvación ni su contraparte. La sensibilidad de la poeta la anclan a querer reencontrarse en otro espacio, da igual el que sea, mientras esté con los que tanto añora volver a sentir.
Recapitulando, se puede decir que Mistral fue una poeta con una visión reposada de la muerte, la cual es representada en su obra como un proceso natural e irremediable que con su certidumbre atormenta al ser humano que tiene conciencia de su destino, es por ello que asemeja este hecho a ciclos de la naturaleza, y como tales, no deja sin preguntas a la poeta. La noción de naturalidad coexiste con un afán de desentrañar los misterios del estado mortuorio. En cuanto a sus propias expectativas de la muerte, Mistral trata el tema en un tono angustioso, pero que sobreviene a tres formas de trascendencia: la vida con Dios, según la doctrina católica; la integración con la naturaleza, como la obra de Dios, y por medio de las acciones y la palabra, que perdurará con los vivos, tal como con ella queda el anhelo de sus muertos. Todo apunta a una completa convicción de la posibilidad de seguir existiendo tras la muerte terrenal.
Obras citadas
Goic, Cedomil. “Cima de Gabriela Mistral”. Revista Iberoamericana XLVIII, 118- 119 (1982): 59-72.
Heidegger, Martin. Ser y tiempo. Trad. Jorge Eduardo Rivera. Santiago, Chile: Editorial Universitaria, 2005.
Mistral, Gabriela. “Cómo compongo mis versos”. Cómo escribo. Montevideo, 1938
. Audio.
—. “El perdón de una víctima”. El Coquimbo 10 de Agosto de 1904, p. 12.
—. Gabriela Mistral en El Coquimbo. Ed. Pedro Pablo Zegers Blanchet. Santiago: Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos : Museo Gabriela Mistral de Vicuña, 1994.
—. Gabriela Mistral en verso y prosa. Antología. Madrid: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2010.
—. Lagar. Santiago de Chile: Editorial del Pacífico S.A., 1954.
—. Tala. Buenos Aires: Sur, 1938.
Quezada, Jaime. Bendita mi lengua sea: Diario íntimo de Gabriela Mistral. Santiago, Chile: Editorial Planeta, 2002.
Michelle Andrea Montserrat Contreras Riveros
Nacida en 1997 en la ciudad de Chillán, Chile. Estudiante de Pedagogía en Castellano de la Universidad del Bío-Bío. Integra, desde el 2016, el Grupo Literario Ñuble y, desde 2018, Colectiva Literaria Mujeres Peligrosas de Ñuble. Participa en el festival literario anual Chillán Poesía en sus versiones 2016, 2018 y 2019.