Pueblo, el lucero del amanecer te despierta
enfrentando el invierno
que va avanzando.
Un concierto de gorjeos se silencian
el ulular del viento
la reemplaza.
Crujen los huesos del anciano
en el campo árido
de su entorno.
La sombra triste de la noche
callado, vigilante
sincroniza su espacio.
El pergamino inevitable de sus años
los ojos cansados de ver,
transcurrir el tiempo.
Recuerdos, hiel de vida que no es vida
vida, muerte, esperanza
espejismos, rostros ausentes.
Vida que nace en las montañas
vida que sucumbe en noches que queman
esperando a los que se marcharon.
Campesino enmudecido rompe los días
hambrientos de dolor y de justicia
gritan a los cerros su aliento.
Huyen, como cenizas que lleva el viento
la gran ciudad les sacude el alma
aluviones de tristeza, parca encantadora.
Vida que no conocía, amaneceres rotos
todos lo ven, todos lo observan
sin enterarse de que lo vieron.
Suplica lanzando al firmamento
sin ecos, mudos bramidos
derramados de una copa.
Oxidado el corazón llora en silencio
aquí tiene el alma amordazada
las estrellas, son sus estrellas.
Que alumbran la tierra mustia que dejo
su sombra camina de día y de noche
como alma condenada en los páramos.
Recostado en la hierba fresca de un parque
una laguna de semáforos al frente
sepulta una canción que intenta salir.
Vibraciones guturales que golpea el cerebro
sonido de zampoñas en esta soledad
repique de tambores.
Son rasguños de esperanza
de la vida que se va
a fecundar nuestras tierras.
En tierra ajena los hombres no mueren
marchan tras relámpagos y truenos
del vendaval de mordazas.
Nuestras vidas no nacieron desterradas
atrapados entre mitos, cuentos e historias
conjuran la existencia.
El hombre retorna a la tierra
como los ríos, vuelven a su cause
como cenizas en calma.
Nuestros muertos fecundan la tierra
ya no nos podremos marchar
somos semillas, somos paz.