Estoy danzando al unísono del tiempo,
átomos dorados de los que hablaba Bécquer
flotando en castillos de ensueños,
arquitectura de fábulas invisibles.
Estoy pendiendo por hilos
delgados, rojos, móviles.
Hablo de estar y no de existir.
Hablo de callar y de palabras de polvo
que se levantan metamorfoseadas por el viento.
Hablo de no querer ser ruido, de no querer ser sombra,
quizás sea ella la que me observa sin ojos cada noche.
Somos sueños que han soñado alguna vez,
en tierras lejanas, en décadas pasadas,
somos el instante eterno en la memoria de algunos.
Ellos también nos sueñan como bolas de fuego perdidas en el universo,
como Whitman; existiendo en pequeños mundos imaginarios.
Somos el imperfecto invento del tiempo.