Revista ZUR

Revista ZUR - Volumen 4, N°1
Artículos

Juan Ignacio Molina y La Araucana

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"Serie - El desgaste de las sombras" de Leonardo Cortina

Fecha

31 de Julio 2022

Fecha de recepción: 18 de febrero, 2022.

Fecha de aceptación: 16 de mayo, 2022.

1. Lecturas y tradiciones

Según un balance historiográfico de lo publicado sobre los jesuitas expulsados de América, la vida y obra de Juan Ignacio Molina es la que ha concitado mayor número de investigaciones y estudios (Gaune 308); en 1776, publica en italiano, en forma anónima y a sus expensas, el Compendio sulla storia Geográfica e Civile del Reyno del Chile. Luego de varias traducciones (alemán, inglés, francés), se traduce y publica en español, el tomo sobre historia natural en 1788, y más tarde, en 1795, la Historia Civil del Reyno de Chile 1.

La crítica ha distinguido tres vertientes que confluyen en el pensamiento y obra del abate. Con respecto a una vertiente clásica, se han señalado resonancias o sentencias de Aristóteles, Epicuro, Séneca, Plinio, en sus Compendios, además, la presencia del neoplatonismo (en la idealización de la naturaleza); también influencia de algunas obras de Cicerón en su visión de la historia (De Oratore y De Officis). Es conocida la formación de los jesuitas en filosofía grecolatina más allá de la aristotélica, asimismo, respecto a Molina, su manejo de textos griegos y latinos (Bello 9). Dominaba el latín y el griego (que hablaba y escribía), en Bolonia se le ofreció una cátedra de enseñanza del griego que no aceptó (Espinoza 15). Siendo novicio llamó la atención de sus superiores por su afán autodidacta, y lo nombraron bibliotecario en el Colegio Máximo de Santiago, biblioteca que contaba con 15 mil volúmenes (Saldivia y Caro 143).

Otra vertiente de su pensamiento es la escolástica y la filosofía tardo medieval, patente en su Compendio de Historia Natural, en que acude al esquema del génesis: Dios creó los cielos y la tierra y los ordenó, las aguas de los ríos y los mares, las plantas y los árboles, las aves y los peces y los animales de la tierra y al sexto día creo al hombre colocándolo en el centro de todo lo existente. El abate dispone su Compendio de Historia Natural siguiendo el modelo de la creación según el génesis: el clima, la geografía, los montes, los ríos, lagos y mares, las plantas, los animales y el hombre (Arancibia 21). Concibe a América como un lugar de “singularísima fecundidad” o sea, tan singular que no tiene igual en la tierra, equiparándolo por ende al Jardín del Edén2.

Molina en su Historia Civil le otorga gran relevancia como insumo a la Historia Militar, Civil y Sagrada de Chile del Padre Miguel de Olivares, escrita alrededor de 1764 y publicada en 1864. En esta, señala que el primer tomo del manuscrito le proporcionó los materiales para avanzar en el Compendio y sostiene, incluso, que está a la espera del segundo tomo (cuyo manuscrito nunca recibió) para poder concluir su obra. El Padre Olivares fue cronista oficial de la Orden en Chile y uno de los maestros que Molina tuvo durante su noviciado. Su Historia Civil y Sagrada tiene un tono moralizante con respecto a los araucanos a quienes crítica por sus idolatrías y costumbres. Se trata de una obra iluminada por la fe que responde en gran medida al pensamiento medieval y escolástico español, una obra en la que subyace una concepción providencialista de la historia. A pesar de estos aspectos, sobre los que el abate no se pronuncia, considera al padre Olivares un autor fundamental por los datos históricos que proporciona, lo sigue también en el orgullo de ser criollo americano y en la valoración del mapudungun, lengua que Olivares dominaba a la perfección (Garay 49).

La tercera corriente, y la que con más frecuencia identifica a Molina, es la vertiente ilustrada de su pensamiento. A su obra se la inscribe en la floreciente prosa naturalista y científica dieciochesca que se divulga en los sectores letrados europeos. “Sabio de su tiempo”, lo catalogó Walter Hanisch en un libro al que puso ese título. Como señala Miguel Rojas Mix, el abate estaba familiarizado con Vico, Rousseau, Locke, Voltaire, Herder y Humboldt. Molina piensa la historia como un proceso cuyo curso deja de estar supeditado a la Divina Providencia y sustenta una visión teleológica de progreso (un itinerario humano que transita de salvajes, a bárbaros y a civilizados) (Rojas Mix, “Filósofo” ). Su pensamiento sigue el modelo de conocimiento de la ciencia y de las historias naturales de la época, las que consideraban un registro empírico, una descripción y luego el análisis y la catalogación. En su descripción del mundo vegetal, animal y mineral Molina recurre a la nomenclatura de Linneo, considerada en la época como la más moderna. También se ha mencionado la presencia en el pensamiento ilustrado de Molina de autores renacentistas considerados precursores de la Ilustración, como Michel de Montaigne y su defensa del buen salvaje incontaminado, o como el Barón Montesquieu (1669-1755) y sus ideas respecto al rol del clima como determinante en la sicología y temperamento de los colectivos humanos (O’Malley 14).

2. Puentes e intertextualidades

El abate es un pensador complejo en el que confluyen distintas tradiciones y lecturas que no siempre armonizan entre sí. Escribir y leer son, tal como señala Kenya Bello, actividades conectadas, lo que plantea la necesidad de abordar las lecturas de un autor para examinar su escritura (2-3). Se trata de establecer puentes, de pensar en la interacción que se produce entre lo que se lee y lo que se escribe. Postulamos, en esta perspectiva, que la lectura de La Araucana como documento histórico fue entre las lecturas realizadas por el abate una lectura particularmente significativa en varios aspectos. La Araucana también es una obra compleja en que hay indeterminaciones y tensiones semánticas; por una parte está dedicada a Felipe II y canta loas en tono grandilocuente a las hazañas del Imperio español (batallas de Lepanto y San Quintín, invasión de Portugal), pero por otra parte hay una crítica despiadada a la Conquista tanto en las arengas de algunos personajes (Lautaro y Galvarino) como en la voz del propio Ercilla relatando su viaje a Chiloé.

Luego que le han cortado las manos, Galvarino percibe cierta indecisión en sus compañeros de lucha, herido y todavía con los muñones ensangrentados, proclama:

Volved, volved en vos, no deis oído / a sus embustes, tratos y marañas, / pues todas se enderezan a un partido / que viene a deslustrar vuestras hazañas / que la ocasión que aquí los ha traído / por mares y por tierras tan extrañas / es el oro goloso que se encierra / en las fértiles venas destatierra. / Y es un color, es apariencia vana / querer mostrar que el principal intento / fue el extender la religión cristiana, / siendo el puro interés su fundamento; / su pretensión de la codicia mana, / que todo lo demás es fingimiento, / pues lo vemos que son más que otras gentes / adúlteros, ladrones, insolentes. (Ercilla 145)

Son palabras que Ercilla coloca en boca de Galvarino pero que salen de su pluma. El propio poeta cuando relata el viaje a Chiloé con las huestes de Don García Hurtado de Mendoza, se refiere en el Canto XXXVI a la bondad de los naturales que les salen al encuentro, con versos en que está presente el tópico renacentista del buen natural, enmarcado en una referencia histórica:

La sencilla bondad y la caricia / de la sencilla gente de estas tierras/ daban bien a entender que la codicia / aún no había penetrado aquellas sierras; / ni la maldad el robo y la injusticia / alimento ordinario de las guerras. / Pero luego nosotros destruyendo/todo lo que tocamos de pasada / con la usada insolencia el paso abriendo / les dimos lugar ancho y ancha entrada / y la antigua costumbre corrompiendo, / de los nuevos insultos estragada,/ planto aquí la codicia su estandarte / con más seguridad que en otra parte. (Ercilla 220)

Refiriéndose al período que antecede a su llegada a Chile, Ercilla, como narrador y cronista, hace alarde de imparcialidad (Ercilla 86). En los prólogos de la Primera y Segunda Parte esgrime el criterio de lo visto y lo vivido, de la experiencia, de ser testigo de primera mano de lo que relata. Son criterios historiográficos presentes también en Molina (“El único mérito que apetezco” dice el abate “es el de ser imparcial” [“Prefación del Autor” VI]). En algunos episodios de La Araucana se hace patente una visión providencialista de la historia: Pedro de Valdivia muere por su excesiva codicia (35), pecado por el que él y un grupo de españoles –que no escarmientan con su muerte– son castigados por la mano Divina (45). Por otra parte, refiriéndose a los araucanos, opera más bien una visión de la historia distinta, en que el destino depende no de alguna acción divina sino exclusivamente de los propios araucanos, de su fuerza, de su persistencia y valentía. Respecto a la idea de que la Providencia Divina castiga a los españoles por su pecado de codicia– idea que está en Ercilla– resulta significativa la observación que hace Francisco Antonio Encina en el prólogo a la biografía que hizo Januario Espinoza del abate: señala el historiador que los jesuitas en Chile vivieron durante un siglo y medio “una sugestión colectiva  que les hacía ver en la guerra de Arauco la intervención divina que se servía del brazo de los mapuches para castigar los pecados de los españoles” (Espinoza 11).

Pero hay algo más. No cabe duda de que Molina leyó con atención y entusiasmo La Araucana. En una nota a pie de página identifica la edición que utilizó, la del famoso tipógrafo Antonio de Sancha, publicada en Madrid en 1776, considerada la mejor y más cuidadosa de las ediciones antiguas (además de una excelente tipografía incluye una biografía del poeta y un mapa). Por la fecha de la edición, Molina la leyó estando en Italia y en proceso de redacción de su Compendio de Historia Civil. Respecto a su retraso en concluir el Compendio, en la “Prefación del Autor” el abate explica la causa de esta tardanza y de paso reconoce la importancia de la obra del Padre Miguel de Olivares

Hace cuatro años que yo prometí dar sin tardanza al público el presente Compendio de la Historia Civil de Chile, en continuación del primer tomo, ya dado a luz, sobre la Historia Natural del mismo país. Las promesas humanas son por su naturaleza condicionales. Quando yo tomé aquel empeño, no dudaba poder tener en breve todo lo necesario para efectuarlo. El primer tomo manuscrito de la Historia de Chile del Señor Abate Olivares, que tengo en mi poder y otras relaciones impresas, me proveían los materiales necesarios para conducir mi obra hasta el año 1655. El segundo tomo del dicho autor, que debía suministrarme el resto hasta nuestros tiempos, se hallaba en el Perú, pero me lisonjeaba poderlo tener dentro del mismo año. Esta esperanza quedó enteramente desvanecida. El volumen tan deseado aún no ha venido a mis manos, de suerte que me he visto obligado a procurar por otra parte las noticias que pensaba sacar de él. (Molina “Prefación del Autor” III)

Para suplir el manuscrito del Padre Olivares, al final del Compendio Molina añade un “Catálogo de escritores de cosas de Chile”. Se trata de 66 autores entre los que se incluyen los principales cronistas (Gerónimo de Vivar, Padre Diego de Rosales, Alonso de Góngora y Marmolejo, y al Padre Alonso Ovalle, entre otros), pero también textos literarios: La Araucana de Ercilla, Arauco Domado de Pedro de Oña, Purén Indómito de Fernando Álvarez de Toledo, El cautiverio feliz de Francisco de Bascuñán y la continuación de La Araucana de Diego Santisteban. De todos estos textos el único que Molina cita en su Compendio y del que reproduce varias estrofas es La Araucana. Lee la obra como un documento histórico que cuenta con el aval de un testigo presencial, un autor contemporáneo a los hechos que narra. Por ejemplo, cuando señala que las mujeres araucanas tomaron las armas y participaron con sus maridos en las batallas, basa esta afirmación en Ercilla, a quien cita a pie de página. Así ocurre en varias ocasiones, en algunas además de indicar el Canto en que se ubica la cita reproduce una o más estrofas del poema.

En la primera parte del Compendio, al referirse a las costumbres, el abate se basa en Ercilla para describir la formación guerrera de los naturales, sus rasgos físicos, también la personalidad de Colocolo, Lautaro, Caupolicán, Tucapel y de Don García (“inclinado al rigor”), además de la descripción de algunas batallas y escaramuzas. En el relato cronológico de los distintos gobernadores, las páginas dedicadas a los años en que fue gobernador Hurtado de Mendoza son las de mayor vitalidad narrativa y difieren del relato de las gobernaciones posteriores las que son tratadas con un tono más bien apagado como si se tratará de un mero registro. Episodios como la elección de Caupolicán, la captura y muerte de Pedro de Valdivia, la muerte de Lautaro en Mataquito, la traición, captura y empalamiento de Caupolicán, la reacción airada de Fresia que se avergüenza y le lanza su hijo a la cara, son episodios que Molina relata basándose en la obra de Ercilla; algunos de ellos tomados literalmente. Incluso en detalles como el viejo cano que al oír hablar de un posible perdón a Valdivia, le asesta airado al gobernador un golpe de maza en la cabeza, o la participación del negro como verdugo en el empalamiento de Caupolicán. Nada de esto ocurre en la obra del Padre Olivares que también relata estos episodios pero basándose no en La Araucana sino en las crónicas de Pedro Mariño de Lovera y del Padre Diego de Rosales. En el relato del padre Olivares Caupolicán muere “asaetado” y no “empalado”.

Pero hay más todavía. El padre Miguel de Olivares señalado por Molina como un insumo básico de su Compendio, a diferencia del abate que admira al “célebre” e inmortal Ercilla, no esconde sino que más bien enfatiza su antipatía y desprecio por el poeta, a quién critica por haber infamado a Valdivia: “los que arruinan la fama de los que deben tenerla buena, es bien claro que son más tiranos con la pluma que lo que pretende fueron aquellos con la espada. Y me recelo que la pluma de Ercilla es de esta calidad, pues en dos octavas de su primer Canto pinta con feos colores la conducta de Valdivia y de sus primeros soldados” (de Olivares 123-24). Olivares desacredita también, como cronista, al padre Alonso Ovalle, a quien reprocha por seguir y no refutar “las maliciosas conjeturas” de Ercilla contra Pedro de Valdivia (Figueroa 200-01).

Cuando el Padre Olivares describe las riquezas naturales de Chile critica a los mapuches por no permitir a los españoles trabajar las ricas minas de oro de la zona del Bío-Bío, “repugnan tanto que las trabajemos que aun querrían que las ignorásemos” (Figueroa 202). Molina en cambio, en el Compendio de Historia Natural, describiendo los minerales y el oro, señala que los araucanos luego de despojar a los españoles de tierras en que estos habían instalado minas de oro, las cerraron “prohibiendo a toda clase de personas, bajo pena de la vida, el abrirlas de nuevo, porque aquel pueblo guerrero está muy distante de hacer el aprecio que hacemos nosotros de este ídolo adorado de la avaricia” (Molina Compendio 91). Hay en Molina una sintonía con la postura Lascasiana anti codicia y anti crueldad presente en la obra de Ercilla. Las diferencias entre ambas posturas (la del Padre Olivares y la de Molina) tiene una clara vinculación con la lectura atenta y empática que hizo el abate de La Araucana; la lee como un documento histórico avalado por un testigo directo de lo que relata, pero, también, sintoniza con algunas críticas presentes en la obra y con la valoración de los araucanos como pueblo indómito, libertario y “adicto a la independencia” (Molina 52). Son intertextualidades que permiten postular una cierta identidad espiritual entre la obra de Ercilla y el pensamiento del abate.

Hay una prueba indirecta de esta sintonía y puente entre Ercilla y el abate, se trata de las molestias que causan en España tanto La Araucana como el Compendio de Historia Civil. En 1798 José Luis Munarriz, crítico literario y ex rector de la Universidad de Salamanca, en un “Apéndice sobre la Poesía Épica Española” trata detenidamente y critica a La Araucana, señalando que realiza una alabanza excesiva de los araucanos mientras que los españoles “aparecen solamente como una sombra”, lo que implica una grave mengua “hacia el honor” hispano (Munarriz 50). Alrededor de la misma fecha, el Adjunto de la Embajada de España en Italia le informa al abate Molina que el gobierno español está molesto por algunas expresiones de su Compendio que no “hacen honor a los españoles”, y le advierte que existe la posibilidad de que la Corte, ante este agravio, dicte un decreto con el propósito de suspender el subsidio que le otorgaba la Corona a raíz de su expulsión de América (Espinoza 165-66).

3.  Contexto de producción y epistemología americana

 Instalado en Bolonia, Italia, el proyecto y quehacer de Molina se da en un contexto propicio. Por una parte, hay una efervescencia científica en que las historias naturales y las ciencias físicas desempeñan un rol significativo, además de un interés por conocer especímenes autóctonos de flora y fauna. Entre 1750 y 1789 se fundaron en Europa más de 900 publicaciones periódicas científicas contra 35 en el mismo período del siglo anterior (Anderson 28). Solo en Italia había 170 talleres o imprentas activas en las que se publicaban diversas gacetas científicas y literarias. Los jesuitas se encontraron en Europa con una bibliografía instalada sobre el nuevo mundo, algunos de cuyos autores nunca habían pisado el continente. Se trata, entre otros, del naturalista francés George-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) autor de Histoire Naturalle (1747), del holandés Cornelio de Pauw (1739-1799) que publica en Berlín Recherches philosophiques sur les Americains (1768), de Guillaume Thomas Raynal conocido como el Abate Raynal (1713- 1796), continuador de las ideas de Pauw y autor de Histoire philosophique et politique des establissements et du commerce des Européens dans le deux Indes (1770), también el historiador escocés William Robertson (1721-1793) autor The History of America (1777). Molina polemizó con estos autores en una disputa que ha sido reseñada y analizada por Antonello Gerbi. Son autores que perciben una América degradada, De Pauw, por ejemplo a partir de referencias geológicas y de fósiles, también climáticas, describe a América –en relación con Europa– como un continente disminuido en su naturaleza, en sus especies y habitantes, desde lo físico hasta lo espiritual, desde el tamaño de los habitantes y animales hasta el intelecto. El Compendio de Molina discute directamente a estos autores, calificándolos de “historiadores de gabinete” y a Cornelius de Pauw lo califica de lunático (Molina Compendio 26-27).

Frente al conocimiento sobre el nuevo mundo que circulaba en Europa polemizaron no solo Molina sino también Clavigero y Velasco. En España algunos de estos textos europeos fueron prohibidos y quemados, lo que revela que tras estas polémicas subyacían disputas imperiales. El modo de responder del abate fue siguiendo el modelo de las historias naturales en base a observación, experiencia y descripción o en base a fuentes y manuscritos fidedignos, cotejando luego su verdad en los hechos. Esgrimió también la idea de que los paradigmas europeos eran incapaces de dar cuenta plenamente de la realidad del nuevo mundo: “Nuestro continente no es aprehensible de acuerdo con los valores y formas europeas, sino que tiene sus propios valores y formas” (Molina Compendio 11). De allí que se pueda hablar de una epistemología americana (Cañizares 19) desde la que el abate proclamaba la singularidad de América, lo que algunos autores, como Luis Hachim, han calificado de “epistemología patriótica” (Tres estudios 42). De la obra total de Molina puede afirmarse lo que sostuvo el jesuita peruano Juan Pablo Viscardo en su Carta a los españoles americanos (1791) “el nuevo mundo es nuestra patria y su historia es la nuestra” (10). Miguel Luis Amunátegui incluye a Molina entre Los precursores de la Independencia (12). Según Miguel Rojas Mix, el pensamiento y la obra de Molina fueron valoradas por Francisco de Miranda, mentor de varios líderes de la Independencia (“La idea” 67). Cabe señalar que La Araucana también ha sido leída como el despertar de una conciencia americana por Beatriz Pastor, (Discursos narrativos de la conquista: mitificación y emergencia [1988]), quien siguiendo a Svetan Todorov, contrapone el punto de vista de Ercilla al discurso mitificador europeo. Por otra parte, en nuestro país, Pablo Neruda y Raúl Zurita han calificado a Alonso de Ercilla y Zúñiga como el “inventor de Chile”, en un libro homenaje a Ercilla que lleva ese título.

4.  Recepción anglosajona y disputas imperiales

Resulta significativo constatar que La Araucana también se vio involucrada siglos antes que la obra de Molina en este tipo de disputas, lo que no fue abordado explícitamente ni por Gerbi ni por Cañizares. Lo evidencia la recepción y lectura que tuvo la obra de Ercilla en el romanticismo inglés (Picón 251). En 1783 William Hayley (1745-1820) publica Essay on Epic Poetry, en que traduce un segmento y hace un resumen de La Araucana, manifestando entusiasmo por la personalidad de Ercilla como héroe romántico y poeta. Hayley lo elogia por haber honrado a los toquis araucanos, condenando los horrores cometidos por los españoles en la conquista. También fue el responsable de introducir el poema a William Blake, quien hizo un retrato de Ercilla en que se lo representa como un soldado y poeta laureado. A comienzos del siglo XIX varios autores ingleses rindieron tributo a la obra de Ercilla, valorando sobre todo la representación de los araucanos y la crítica a la conquista española. Entre ellos, el poeta Henry Boyd, quién tradujo al inglés La Araucana (los cantos III y IV) publicándola en Nueva York como apéndice de la versión inglesa del Compendio de Historia Geográfica, Natural y Civil del Reino de Chile, de Molina. Publicar ambas obras en un solo volumen implicaba reconocer un vínculo y un puente entre ellas. En el mundo anglosajón se recepcionó y se leyó a La Araucana y al Compendio como dos obras en sintonía, que juntas sumaban a la causa del Imperio Inglés. Cabe recordar que tanto La Araucana como el Compendio describen a los araucanos como un pueblo indómito y libertario.

Más tarde, entre los que se entusiasmaron con la figura y obra de Ercilla, Daniela Picón menciona al ensayista y poeta Robert Southey (1774-1843) autor del poema épico Madoc (1895). Picón señala que “entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX Inglaterra se estaba examinando a sí misma como poder imperial” (258), en ese contexto el género épico experimentó una intensa politización, en la que se sitúa la lectura y recepción de Southey de la obra de Ercilla. Tras esta simpatía por los araucanos e interés por identificarse con los indígenas del nuevo mundo, denunciando las atrocidades españolas, está la idea sostenida por Picón y antes por Rebeca Heinowitz Cole, de que se trataba de ensalzar un colonialismo benevolente (el inglés) frente a un colonialismo cruel e inhumano (el español) (252). En la prensa de la época se estableció con frecuencia un paralelo que contrastaba la India Británica con la América Hispana. En este clima se puede afirmar que tanto la obra de Ercilla como la de Molina fueron leídas en el romanticismo anglosajón en el ámbito de intereses y disputas imperiales, sin desconocer, por cierto, el interés por una terra ignota y un finis terrae.

 5.  Chile: un significante móvil

 La voz “Chile” es un significante móvil tanto en La Araucana como en el Compendio, pues menta realidades geográficas y demográficas distintas. En la famosa estrofa del primer canto de La Araucana, en la que se indica lo que se va a narrar, aquella que se inicia con “Chile fértil provincia y señalada”, el referente de la voz “Chile” no es lo que en la época se conocía como el Reino de Chile o la Capitanía General dependiente del Virreinato del Perú, sino que se refiere –como aclara la misma estrofa– a esa gente “tan soberbia, gallarda y belicosa / que no ha sido por Rey jamás regida / ni a extranjero dominio sometida” (19), vale decir, a los habitantes de la sureña provincia de Arauco, situada entre los ríos Bío-Bío y Toltén. Posteriormente, con mirada cartográfica, el narrador describe a Chile y lo perfila como un largo y angosto territorio, que va desde el extremo norte, en el límite con Perú, hasta el estrecho de Magallanes, un largo territorio circundado por la cordillera y el mar. Se trata de una caracterización dual, en que el significante de la voz “Chile” es móvil; en un caso menta al mundo araucano-mapuche y, en el otro, al Chile colonial español.

En La Araucana, en el relato de lo que antecede a la llegada de Ercilla a la zona de Arauco, solo se nombra al Chile español de paso, como parte del recorrido de Pedro de Valdivia: “siete ciudades fundaron: / Coquimbo, Penco, Angol y Santiago / la Imperial, Villa Rica y la del Lago (21)”, en circunstancia que Santiago ya era un espacio citadino con 127 manzanas, que contaba, además, con una plaza central y con un escudo de armas y el título de la “Muy Noble y Muy Leal Ciudad” (1552), ya era por lo tanto, administrativamente, el centro de la vida colonial. La obra de Ercilla transcurre en Arauco, y el uso de la voz “Chile” se refiere casi siempre a esa región. En la mayoría de los usos “Chile” resulta una voz intercambiable con la voz “Arauco”, en otras ocasiones no. Lo mismo ocurre, como veremos, en el Compendio.

En su Historia Civil, Molina califica de “nacionales” a los araucanos, se focaliza en Arauco, ese “Chile” que considera “el país ancestral”. Los araucanos, según él: “son los custodios fieles de todos los conocimientos antiguos de los chilenos” (Molina Compendio 27). El capítulo III, del Libro primero del Compendio, se titula significativamente: “Estado de los chilenos, antes del arribo de los españoles”. El sujeto colectivo y actor básico, tanto en la obra de Ercilla como en la de Molina, son los araucanos y sus líderes. El otro Chile es, para el abate, un lugar al que por aquí y por allá se lo consigna como dependiente del Perú, apuntando a un país “que se extiende a lo largo del Pacífico” (Molina Compendio 9), y que corresponde a “aquella parte de Chile que obedecía a los peruanos” (Molina Compendio 50).

Refiriéndose al pasado prehispánico y a la incursión Inca por el norte, a la que califica como “peruana”, Molina dice: “Chile permaneció desde entonces hasta después dividido en dos partes, la una libre [se refiere a Arauco y a los araucanos] y la otra sujeta a una dominación extranjera” (Molina Compendio 11). Aunque no usa el concepto “colonia” o “colonizado” en su sentido político moderno, sí apunta a una realidad en que hay una fuerza externa dominante y otra que se resiste a ser dominada, a la que califica de “nación”. Con el concepto de nación se refiere a una comunidad humana que ostenta soberanía sobre un determinado territorio. Molina sitúa este proceso –en que hay un afuera y un adentro– en un plano continental: “en la relación que hemos dado de los sucesos ocurridos en Chile después del descubrimiento del Nuevo Mundo, se ve que la posesión de este país ha costado a los españoles más sangre y más dinero que la del resto de América” (Molina Compendio 303).

Respecto a la ciudad de Santiago, en Molina hay una referencia a su fundación pero nada se dice –hasta el final– de una ciudad de fines del siglo XVIII, que a la sazón era la capital administrativa, eclesiástica y educativa del Reino, de esa realidad que Molina califica como el “Chile español”. Se trata en unas pocas páginas, en el capítulo “Estado presente de Chile”, respecto a habitantes que no son araucanos sino españoles, criollos, mestizos, europeos y negros, ocasión en que la voz “Chile” se refiere a una realidad muy distinta a la que predomina en el resto del Compendio.

En la parte final de La Araucana Ercilla incluye un pequeño diccionario de vocablos y cosas “que por ser indios no se dejan bien entender”. Las últimas páginas del Compendio Molina las dedica al análisis de algunos aspectos de la lengua araucana y también incluye un pequeño diccionario. Habla de “lengua chilena” o “lengua nacional” y no utiliza la voz mapudungun que es la denominación actual de esa lengua. Y no la utiliza porque para el abate se trata de una lengua nacional y no de una lengua de minoría. Le llama poderosamente la atención el desarrollo de esa lengua a la que resalta tanto por su léxico como por su estructura: “todo en ella es reglado […] por un mecanismo geométrico” (Molina Compendio 6), (y sabemos el valor que en el racionalismo dieciochesco otorgaba al adjetivo “geométrico”). Incluso, hace una observación respecto a cierta asincronía entre la complejidad y riqueza de esa lengua y el estado algo rústico de la sociedad araucana. Sitúa entonces el tema de la lengua nativa en el esquema del progreso (salvajes, bárbaros, civilizados) que subyace a toda su obra. En su Historia Natural, Molina describe a los indios señalando la uniformidad de su fisonomía y de su lengua, a pesar de estar divididos en varias tribus (Arancibia 32). La unidad de la nación está dada por rasgos fisonómicos y lingüísticos comunes. La nación, entonces, es también una comunidad étnico cultural, que tiene ancestros comunes, que encarna y custodia el patrimonio del pasado y cuya cosmovisión se manifiesta de preferencia en una lengua propia, a la que el abate califica de “lengua chilena”, dando así pie para identificar a la nación con la lengua.

6.  A modo de conclusión

En el examen de las tradiciones de pensamiento y lecturas que han incidido en la obra de Juan Ignacio Molina se constata un vacío respecto a La Araucana como fuente histórica, particularmente respecto al Compendio de la Historia Civil del Reyno de Chile. Frente a este vacío señalamos varios ejemplos de la intertextualidad y de una sintonía en diversos planos entre ambas obras. Finalmente, de lo anterior y del uso de la voz “Chile” como un significante móvil, puede colegirse que tanto para Ercilla como para Molina los araucanos y su territorio conforman la base étnica de la nación. Ambas obras contribuyen así a configurar al araucano como un pueblo indómito y libertario, reafirmando un mito heroico que servirá a la utilización simbólica de su figura en las primeras décadas del siglo XIX, en el contexto de la Independencia y de fundación de la nación.

Notas

1 Las citas corresponden a Compendio de la Historia Civil del Reyno de Chile, traducida al español por Nicolás de la Madrid: Imprenta de Sancha, 1795. Citamos por esta edición , también por Com- pendio de la Historia Geográfica, Natural y Civil del Reino de Chile, Primera y Segunda Parte, con prólogo de Miguel Rojas Mix. Santiago de Chile: Editorial Pehuén, 2000.

2 La imagen del Jardín del Edén de resonancia neoplatónica resulta más convincente que la de los “jardines ingleses” planteado por Francisco Orrego González en “El jardín de la América Meridional, ciencia como deleite, información y el encanto de los jardines ingleses en un naturalista chileno en el iluminismo italiano” (2020).

Obras citadas

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Bernardo Subercaseaux Sommerhoff

Profesor Titular de Literatura Chilena e Hispanoamericana, Departamento de Literatura, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile. Autor de varios libros, entre otros, Historia del Libro en Chile (2010), Historia de las ideas y la cultura en Chile: desde la Independencia hasta el Bicentenario (2012), Simón Bolívar y la Carta de Jamaica (2015). Coordinador y editor de los volúmenes II (2018) y III (2021) de Historia Crítica de la Literatura Chilena.

Correo electrónico: besuberc@uchile.cl