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Revista Zur / Volumen 3 N°2 / Oblómov, una radiografía del sinsentido de la vida en la Rusia zarista
Notas

Oblómov, una radiografía del sinsentido de la vida en la Rusia zarista

seccion notas de la revista de literatura zur

"Apenada" de Yamile Giovanny Antonio Medina Castellano

Fecha

26 Enero 2022

Autora

Juan Ignacio Incardona

Universidad de Palermo

26 Enero 2022

Fecha de recepción: 26 de julio, 2021

Fecha de aceptación: 21 de septiembre, 2021.

Iván Goncharov1 publicó Oblómov en 1859, en pleno transitar de la “edad de oro” de la literatura rusa2. A mediados del siglo XIX, con la autocracia zarista imposibilitando todo tipo de expresión cívica (una forma absolutista muy propia de la Rusia periférica, dentro de un orden global en formación)3, la crítica al orden social llegó a ser el contenido principal del arte ruso, como indica B. Kagarlitsky (29-37). Esa intelligentsia surgida al calor de los primeros contactos con occidente, que no tenía una función clara dentro del ordenamiento zarista, fue desde el inicio una fuerza antigubernamental e hizo del arte su herramienta de lucha. Era un grupo social con un surgimiento trágico, pues, por un lado, estaba aislado de las esferas de poder y, por el otro, estaba separado por un abismo cultural de los plebeyos de un país atrasado y semianalfabeto.

Era un conjunto identificable de personas que compartían el manejo de un saber de alta cultura, especialmente de ideas políticas y filosóficas. Pero también, y aquí está el elemento decisivo, estos sujetos estaban comprometidos con las ideas de libertad y justicia. El saber tenía para ellos un sentido práctico y sus tareas debían desarrollarse con una fuerte obligación moral. A pesar de sus diferencias, los intelligenty se situaron en un lugar de oposición al poder autocrático. (Baña y Stefanoni 22)

Como señala Service, entre los miembros de esa intelligentsia “era habitual sostener que la monarquía autocrática estaba ahogando el desarrollo del espíritu nacional ruso”, por eso “hicieron de los llamamientos en favor de la transformación drástica de las condiciones del país la obra de sus vidas” (32). Y dentro del mundo de las artes, es en el terreno de la literatura donde se van a dar más expresiones de este tipo.

No era sólo una disciplina estética: funcionaba especialmente como espacio de juicio, de debate y de crítica social en un territorio donde las posibilidades de participación política eran nulas. Los pensadores radicales de la década de 1860 vieron a la generación de sus padres y al gobierno como inútiles para hacer reformas efectivas y ellos siempre se propusieron, a través de sus tratados filosóficos, sus reseñas literarias y sus novelas, como vectores del cambio. (Baña y Stefanofi 23-24).

Siguiendo a Ingerflom, el objetivo de la intelligentsia era transformar el despotismo en un régimen constitucional. Pero ese despotismo parecía impermeable a la acción de cualquier tipo de agente. ¿Cuál sería el sujeto de la acción, ese que iba a generar la trasformación del zarismo? Esos primeros pensadores del orden social creían que el cambio sería primero a nivel individual, ante la descomposición social y política de Rusia tras siglos de sometimiento (81-83). Pensarse fuera de la relación de servidumbre sería el primer paso y hacia allí dirigirían sus esfuerzos estos hombres de las artes, para romper de alguna manera las redes de patronazgo que sostenían la “estructura comando” de la que habla LeDonne, esa estructura que impedía cualquier tipo de espacio de horizontalidad o contrapeso al poder del zar en su alianza con la clase dominante (27). Se requería entonces de “hombres nuevos”, ajenos a esa estructura de poder, “limpios” de condicionamientos mentales moldeados a través de siglos de sometimiento y servidumbre. Estos individuos van a ser justamente los intelligenty, emancipados de la tabla de rangos que enjaulaba a todos los sujetos sociales; son los que, desde afuera, van a introducir conciencia política generando espacios de igualdad y contribuyendo al surgimiento del sujeto político que destruiría la autocracia . La etapa previa al socialismo no se definía por la economía para los primeros socialistas rusos, sino por la “conciencia cívica” (Ingerflom 123).

En la obra de Goncharov vemos algunas de estas intenciones de la intelligentsia, sobre todo el aspecto  de  la  crítica  social.  Quizá  no  se  aprecia  tanto  el  compromiso  social  del  autor4,  su  afán transformador, como sí puede verse en obras cómo ¿Qué hacer? de Chernyshevsky que se publica unos años más tarde, pero el cuadro que pinta con el concepto de “oblomovismo” se considera como una radiografía de la inacción fatalista de la sociedad rusa en ese momento histórico. Un cuadro realista y transparente de lo que se conoció como el “hombre superfluo”, un hombre inútil, representante de esa casta parasitaria de señores que por su falta de trabajo se volvían entes totalmente improductivos y carentes de cualquier tipo de iniciativa; seres abúlicos, incapaces incluso de sentir pasión por algo: “Estar tumbado no era para Oblómov una necesidad como lo es para el enfermo o para el que tiene sueño, ni una casualidad como para el que está cansado, ni siquiera un placer como para el perezoso: era su estado normal” (Goncharov 9).

Esos hombres estaban totalmente maniatados, inmóviles, eran incapaces de romper con las estructuras políticas, sociales, económicas y sobre todo mentales que había erigido el zarismo. Eran parte de una mancomunidad de amos-esclavos, que había envuelto a todos los sujetos, que pululaban por la vida, incapaces de salirse de esa lógica de pensamiento, ya que estaban presos dentro de ella. En el sufrimiento de Oblómov se aprecia esa especie de chaleco de fuerza mental: “Algo le había impedido lanzarse a la vida y volar por ella, desplegadas las velas de la inteligencia y la voluntad. Un enemigo oculto había frenado con mano de hierro su andadura, arrojándolo muy lejos del directo destino humano…” (Goncharov 94).

El protagonista de la obra de Goncharov es un ser perezoso, holgazán, falto de todo tipo de iniciativa, que anhela algo que no conoce bien, sino que era un vago recuerdo de un pasado lejano (esa vida idílica sin preocupaciones en su aldea, como sueña en el capítulo IX de la primera parte, algo más cerca de la utopía populista que de la realidad)5; despreciaba toda la parafernalia de su clase (él es un “señor” terrateniente con más de 300 criados a su cargo aunque no tenga el más mínimo registro de sus posesiones y de la cuestión material), y se fatigaba de solo pensar en todos los protocolos y reglas de etiqueta de las tertulias sociales, llenas de hipocresía y falsedad, deseando solo estar tranquilo en su ociosidad, viendo pasar la vida. Por un lado, pareciese el fiel representante de la clase dominante, que de tanto ocio se convirtió en inútil, pero Goncharov lo erige en alguien querible, puro, honesto; pese a estar “muerto moralmente”, apático, incapaz de construir algo nuevo pese a todos sus privilegios, no deja de ser un esclavo más de esa atmósfera de letargo. No se trata de un ser maligno, sino de un ser sin razón de ser, un hombre sin vocación, casi un siervo, como su pobre criado Zajar, quizá el más plebeyo de los personajes, donde más se identifica el amor-odio hacia su señor y esa situación de encierro dentro de la lógica amo-esclavo (incapaz de constituir un sujeto de cambio). Este rasgo también es muy característico de Agafia, la honrada ama de casa, que, pese a casarse con Oblómov, nunca sale de su identificación con lo plebeyo, inmóvil también en su lugar de nacimiento, dónde elige terminar su vida. Evidentemente en ellos no reside el sujeto transformador.

El oblomovismo termina por consumir la vida del protagonista pese a los reiterados intentos de su amigo (curiosamente de origen extranjero) de sacarlo de la oscuridad de la inacción. La que más cerca está de lograrlo es Olga, de quien Oblómov se enamora y por quien parece, por un corto verano, recobrar el sentir y el vivir, pero tampoco es el caso. La tragedia final de una supuesta vida desperdiciada también puede tomarse como una muerte apacible en un contexto en el que Oblómov estaba a gusto, pese a sus sufrimientos internos: “No habiendo experimentado jamás los placeres que proporciona la lucha, Oblómov renunció mentalmente a ellos y sólo en aquel rincón perdido, ajeno al movimiento, a la contienda y a la vida, se sentía tranquilo” (Goncharov 452).

En el personaje de Olga se pueden ver algunos rasgos de esos seres que podían llegar a sacar a la sociedad de ese fatal orden social, de su estupor y de su atraso cultural. Con sus sufrimientos, incluso en contextos de máxima comodidad, felicidad y amor (como cuando ya está casada con hijos y viviendo en plenitud junto a su esposo frente al mar), se trasluce un inconformismo perpetuo, un estado de alerta permanente ante cualquier rasgo de oblomovismo (cuando la rutina del casamiento podía llevar incluso a Sholtz, a ese hombre activo, emprendedor, antitético al protagonista, a cierta forma velada de oblomovismo).

Olga tenía miedo de caer en algo semejante a la apatía de Oblómov, procuraba librarse de esos momentos periódicos de entumecimiento, de ese letargo espiritual; y cuando menos lo esperaba se sentía de nuevo feliz, la rodeaba otra vez la noche azul acunando sus sueños. Luego, la vida parecía detenerse, como dándose un descanso, y después… sentía confusión, temor, angustia, una sorda tristeza y surgían en su inquieta cabeza oscuras y complicadas preguntas. (Goncharov 436)

Hay muchas otras cuestiones a tener en cuenta en la obra y algunos simbolismos curiosos, como la cuestión del verano asociado a un renacer y el invierno emparentado con la inacción. La cuestión del clima para los rusos es de vital resonancia en las obras y en sus vidas, por lo crudo que resultan los inviernos y lo corto que terminan siendo los veranos de luz y calor. Los perfiles psicológicos de muchos personajes también grafican el dolor y la hipocresía a la que llevaba esa tabla de rangos imperante, con todos los requerimientos y reglas que constreñían el sentir más puro, ese que Oblómov tanto se esfuerza por controlar (y reprimir).

En los personajes de Iván Matvéievich y Tarántiev también hay algunos mensajes de crítica social: el hermano de Agafia era uno de esos arribistas representantes de la putrefacta burocracia, que no eran nobles sino meros empleados administrativos de baja estofa, con pretensiones materiales usurarias, y que engaña fácilmente a Oblómov, nuestro antihéroe “puro”, sin maldad, “víctima” del sistema desde varios puntos de vista y, a la vez, sostenedor de ese mismo sistema a través de su relajo y conformismo.

Tarántiev, por su parte, es presentado como un “proletario” y parece simbolizar lo peor de la sociedad rusa. Justamente él es quien profesa un visceral odio por todo lo extranjero, que para muchos miembros de la intelligentsia rusa (los llamados “occidentalistas”)6 eran un modelo a seguir para salir del atraso del “modelo asiático” de la autocracia zarista. En Tarántiev por lo tanto, tampoco reside el sujeto de cambio, ya que aún no puede pensar libremente desde su individualidad.

Es interesante que sea su amigo extranjero, Shtolz, de padre alemán y madre rusa (que es la que le aporta algo de sentimientos y color a su rectitud y eficacia germánica), el único que llega a conocer la “vida interior” de Oblómov, ese sufrimiento intestino que lo acongojaba, y el que nos muestra su pureza, pese a toda su abúlica pasividad. En esta relación de amistad entre opuestos también se aprecia el vínculo que muchos intelectuales de la época pregonaban entre la “noble” Rusia y el “eficaz” occidente:

¿Cómo un hombre así podía ser amigo de Oblómov, cuyos rasgos y cuya existencia toda eran una protesta clamorosa contra la vida que llevaba Shtolz? Es bien sabido, sin embargo, que los extremos opuestos, si no provocan simpatía, como se pensaba antes, no se oponen a ella de ningún modo. Además, los unía una infancia y el colegio, dos bases sólidas; luego, el cariñoso y magnánimo trato ruso que la familia de Oblómov dispensara al niño alemán, más tarde el papel del fuerte que Shtolz desempeñara junto a su amigo, tanto en sentido físico como moral, y, finalmente, había en el propio carácter de Oblómov algo puro y bondadoso, lleno de profunda simpatía por todo cuanto era noble, por todo cuanto se abría y respondía a la llamada de ese corazón sencillo, ingenuo y siempre confiado. (Goncharov 158)

Es el propio Shtolz quien pone en palabras al “oblomovismo”, el que nos presenta el problema qué, sin embargo, parece estar lejos de resolver. Es quién, viniendo de afuera, nos muestra las aparentes contradicciones de nuestro antihéroe, el que nos ilumina el oscuro escenario y nos dice por qué es debemos querer a Oblómov pese a todo:

Porque tiene una cualidad que vale más que toda inteligencia: ¡un corazón honrado y fiel! Ha conservado esos dones naturales a lo largo de toda su vida. Sufrió toda clase de golpes que le hicieron caer, perder las ilusiones, permanecer inactivo y, al fin, desencantado de todo y sin ganas de vivir, se refugió en el sueño, pero conservó su honradez y su bondad. Ni una sola nota falsa brotó de su corazón, ni se manchó de lodo. Nunca se dejará seducir por una mentira engalanada ni nada le hará seguir un camino falso. Aunque se agite a su alrededor todo un océano de maldad y vileza, aunque todo el mundo esté envenenado y gire al revés, Oblómov jamás rendirá culto al ídolo de la hipocresía. Su alma seguirá siendo pura, honesta y clara… transparente como el cristal […] He conocido a muchas personas dotadas de magníficas cualidades, pero jamás conocí a nadie con un corazón tan puro, claro y sencillo; he sentido afecto por muchos, pero a nadie profesé un cariño tan profundo como a Oblómov. Quien le conoce, no deja de quererle. ¿No es cierto? ¿Tengo razón? (Goncharov 446)

Con Oblómov, el autor no parece llamar a la acción directa hacia un cambio revolucionario como hacían otros autores con los personajes de sus obras, pero así y todo Goncharov nos da un pantallazo acabado de la sociedad del siglo XIX en Rusia, con una crudeza y un realismo magistral en esta novela costumbrista que, a más de 150 años de su publicación, sigue despertando diversas interpretaciones. En cada capítulo, en cada relación interpersonal, en cada perfil psicológico de los personajes se pueden rastrear mensajes que desnudan las jaulas de una sociedad injusta, engalanada con la pompa de una nobleza parasitaria que comenzaba a desgranarse, justamente cuando estos perspicaces autores comenzaron a correr los velos que ocultaban su hipocresía.

Así como Goncharov nos dice mucho sobre ese pasado con su inmóvil tabla de rangos, sobre esa clase privilegiada que vivía a costas de la explotación de la mayoría y, al fin de cuentas, sobre la necesidad de algo nuevo –aunque no era muy discernible qué era eso nuevo y apenas había algunos atisbos de posibles salidas a la inacción fatalista en la que había caído la sociedad rusa– también no dice mucho sobre los peligros de la burocratización en general, fenómeno que se repitió en todos los sistemas sociales creados por la humanidad. La vigencia de su obra radica allí; creemos de suma utilidad recuperar y discutir ese mensaje sobre la inoperancia de esperar algún cambio por dentro del sistema, la inutilidad de esperar un vuelco transformador de las injusticias por parte de ese aparato burocrático que otrora estaba al servicio de la parasitaria nobleza que yacía en sus cómodos sofás y que hoy responde a los intereses de los reducidos sectores dominantes. Pese a la honradez individual de algunos de sus componentes, de allí no obtendremos los sujetos de un necesario cambio transformador, ni ayer ni hoy. Esos seres, por más puros que sean, como nuestro antihéroe Oblómov, también están maniatados y atrapados en el mencionado chaleco de fuerza mental.

Gracias a las intervenciones de estos intelligenty, se fue preparando el cambio rupturista que tendría lugar en Rusia a principios del siglo XX; la Revolución se nutrió de esta radicalizada y rica herencia artística en sus intentos por reconfigurar de raíz las estructuras fundamentales de la sociedad en su búsqueda de un porvenir más libre e igualitario.

Notas

Iván Goncharov (1812-1891) fue un novelista ruso de familia noble que se formó en la Facultad de Filología e Historia de la Universidad de Moscú. Manejaba varios idiomas (entre ellos el francés y el alemán) y realizó su carrera profesional en la administración del Estado. Fue un típico representante de la intelligentsia de la época, aunque no participó tanto de las tertulias políticas como otros contemporáneos suyos. Formaba parte de grupos literarios y llevó una vida cómoda por la fama que adquiriría por sus novelas, entre ellas Oblómov, una “obra maestra” según Lev Tolstói.

2 Para el presente trabajo se utilizó la edición en español de la editorial Alba, publicada en octubre de 1999 en España. La traductora fue Lydia Kúper de Velasco, una mujer nacida en el antiguo imperio ruso (en la ciudad de Lodz, actual Polonia) y luego exiliada en España al comienzo de la guerra civil rusa. Estudió Filosofía y Letras en Madrid y comenzó sus tareas de traductora durante la guerra civil española, sirviendo como intérprete del Estado Mayor de la República y para la numerosa delegación de militares soviéticos. Ha traducido a los principales autores rusos clásicos, entre los que se cuentan Tolstói, Dostoyevski, Pasternak, Pushkin y el autor aquí trabajado: Iván Goncharov.

3 En momentos en que Goncharov escribía su obra Oblómov, el Zar era Alejandro II, que gobernó desde 1855 hasta su asesinato en Si bien era igual de represivo que sus antecesores en cuanto a toda iniciativa o innovación en el plano político, forzado por las circunstancias penosas de la vasta población campesina, firmó el “Manifiesto de Emancipación” en marzo de 1861, “liberando” a los “siervos” (los campesinos cuyas vidas dependían del terrateniente privado para el que trabajaban). Sin embargo, esta iniciativa no se implementó tan fácilmente y despertó muchas quejas entre las empobrecidas masas campesinas, que tuvieron que pagar por su libertad y quedaron en situaciones penosas que los obligaron a someterse nuevamente a regímenes laborales criminales. Entre otras cuestiones, estos descontentos llevaron al asesinato de Alejandro II el 13 de marzo de 1881, justo 20 años después de la “Emancipación de los siervos”. El atentado fue organizado por el grupo “La Voluntad del Pueblo”, antiguos “populistas” qué, decepcionados por las políticas de acercamiento hacia los campesinos y ante la imposibilidad de cualquier tipo de participación o actividad política (actuaban en la clandestinidad), adoptaron la vía terrorista para visibilizar sus demandas.

4 Lo interesante aquí es que estas ideas van a ser retomadas por uno de los máximos teóricos de la Revolución Rusa, Vladimir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin. En su obra ¿Qué hacer?, inspirada en el libro ¿Qué hacer? de Chernyshevsky (uno de los máximos exponentes de la intelligentsia rusa del siglo XIX), hace hincapié en la necesidad de una “fuerza externa” a la masa social (con las clases sociales aún en formación), un grupo capaz de elevar la consciencia del naciente proletariado y de las masas campesinas para aportarles la idea de lucha de clases y liberarlos de la mentalidad servil. Y es allí cuando irrumpe su idea del “Partido de vanguardia”, asumiendo ese rol dirigente y organizador de esos sectores aún no aptos para lanzarse a la lucha; el Partido sería entonces una pieza sin la cual Rusia seguiría ignorando la lucha de clases. Lenin le asigna la tarea de introducir la dimensión política a las luchas espontáneas, porque desconfíaba de la idea de la espontaneidad económica y la constitución automática de la clase obrera (Ingerflom 182).

5 El movimiento populista ruso (narodnichetsvo), surgido a mediados del siglo XIX, se proponía construir el socialismo en Rusia utilizando sus condiciones específicas (esto es, ser un país periférico con mayoría campesina). Buscaban salirse de las lógicas “etapas” planteadas por el marxismo de Europa occidental que creía inevitable el paso por el capitalismo para así desarrollar los medios de producción y luego sí dar paso a una vida comunitaria, sin clases sociales. Los populistas creían que debían “volver” a los métodos tradicionales de la comuna campesina, donde se practicaban ciertas formas de democracia plebeya, y así “saltarse” el paso por el capitalismo que planteaba la ortodoxia marxista. Aleksandr Herzen fue el emblema de este movimiento y decía justamente que en el atraso del pueblo ruso residía su “salvación”, ya que esas instituciones tradicionales aún estaban vivas y podían adaptarse para desarrollar una vida socialista. Entre los círculos populistas (en su mayoría habitantes de las principales ciudades rusas) se planteó la necesidad de “ir hacia el pueblo”, y fue así que muchos jóvenes se vistieron de campesinos y buscaron relacionarse con las poblaciones aldeanas. Este movimiento fracasó rotundamente mostrando el abismo cultural que separaba a estos grupos de los mujiks, y fue uno de los detonantes para que muchos de estos jóvenes se volcasen a la vía terrorista para llevar a cabo sus políticas de cambio (estrategia que tampoco tuvo un desenlace positivo).

Obras citadas

Baña Martín, y Stefanoni Pablo. Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa. Buenos Aires: Paidós, 2017.

Chernyshevsky, Nikolay. ¿Qué hacer? Relatos sobre la gente nueva. Trad. Luis A Vargas Moscú: Editorial en Lenguas Extranjeras.

Goncharov, Iván. Oblomov. Trad. Lydia Kúper. Barcelona: Alba, 1999.

Ingerflom, Claudio. “La construcción política del pueblo”, El revolucionario profesional. Rosario: Prohistoria, 2017. 57-192.

Kagarlitsky, Boris. “El Estado y la intelligentsia en Rusia”, Los intelectuales y el Estado soviético. De 1917 al presente. Buenos Aires: Prometeo, 2006. 23-60.

LeDonne John. Absolutismo y clase dominante: La formación del orden político ruso 1700 – 1825 (selección). Trad. Martín Baña. Fichas de Cátedra, Serie “Estudios Rusos”, N° 4. Buenos Aires, OPFyL, 2006.

Lenin, Vladimir. ¿Qué hacer? Trad. Francisco Herreros. Madrid: Alianza Editorial, 2016.

Service, Robert. Historia de Rusia en el siglo XX. Trad. Carles Mercadal. Barcelona: Crítica, 2000.

Juan Ignacio Incardona

Oriundo de Argentina, actualmente residiendo en España, periodista y estudiante de Historia, ha publicado cuatro libros de crónicas de viajes por diversos países de la mal llamada “periferia mundial”: Viví Cuba, Senderos marroquíes, África, barriendo fronteras y Mongolia: cultura nómade. Actualmente trabaja en un libro sobre un viaje por Rusia a cien años de la Revolución de Octubre.

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