Hecho funesto

No desperdicio la cordura entre sueños de oropel
que satisfagan al animal que habito,
no dejo que sus garras toquen cuento amo
para que la destrucción quede contenida a mi voz,
víctima del deseo, me encuentro en cuclillas al abismo
a la espera de los que habré de sacrificar,
soy un cordero con la carne enferma,
una promesa retorcida que se ofrenda para herir,
si algo ha de quedar de antiguos dioses
lo hemos re-bautizado con las flores de la resignación,
para que hable por nosotros entre lenguaje
de trufas pasadas,
remordimiento bajo el moho en la lengua,
y sea la vergüenza que necesitamos cada día.

Nos conformamos con repetir las mismas historias
porque podemos olvidar que estuvimos allí,
que el metal no cae con esa gracia,
que la amarga junto al aire en el cuello,
que fuimos torpes, inútiles, desnudos
entre la estepa quemada,
hablando como si fuéramos otros
para que nadie se fije en que las cicatrices
no son del mismo tamaño,
el hombre es una bestia que se complace
en lamer las heridas propias
antes de clavar las uñas en las del prójimo,
profeta del ansia que no busca paz del sol,
pero que se conforta al aroma torcido de la llama
que quiebra los huesos
tras mascar la carne de la presa;
qué importa el origen, si el ejercicio de la crueldad
es el de sentarse satisfecho
a encontrar el silencio.

La memoria titila al fondo de los ojos,
una roca cae encima del albatros mudo
que identifica la muerte en el jardín,
sin que sus plumas se caigan en el camino;
la piedra no se raja,
mi voz permanece sin ser pronunciada.