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Revista Zur / Volumen 3 N°1 / La desoladora utopía de la llaga
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La desoladora utopía de la llaga: Somatizaciones de la colonidad en la narrativa latinoamericana

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“Tarde de Elqui” de Jorge Mella.

Fecha

01 Julio 2021

Autor

Daniel Alejandro Sarmiento Osorio

01 Julio 2021

Fecha de recepción: 12 de marzo de 2021.

Fecha de aceptación: 22 de abril de 2021.

Porque no eran esas las playas que encontraron sino el volcarse de
todas las llagas sobre ellos blancas dolidas sobre sí cayéndoles como
una bendición que les fijara en sus pupilas


Raúl Zurita

Los anteriores versos pertenecen al primer fragmento del extenso poema “Las playas de Chile”, el cual publica Zurita en su libro Anteparaíso (1980). Si bien la costa del país austral se va cargando de significados a lo largo de las dieciséis partes del poema, en este primer fragmento se nos presenta una imagen de enorme potencia: la población entera de Chile se concentra a lo largo de aquellas playas, lugar en el que se desnudan y encuentran innumerables llagas en toda la extensión de sus cuerpos (24-25). A la larga, este descubrimiento por parte de los chilenos termina por conducir a un doloroso festejo manifestado en el llanto y el abrazarse a sí mismos tendidos en el suelo. El dolor de la llaga termina entonces por ser una ocasión dichosa “porque lo que hasta nunca fue renació alborando por esas playas” (24), develamiento que sin lugar a duda refiere a los terribles sucesos acaecidos durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).

Es a partir de la lectura de estas imágenes líricas y de sus implicaciones que surge el propósito del presente texto: indagar por representaciones de las dolencias psíquicas y físicas en la narrativa del continente, con el objetivo de proponer que estas pueden ser leídas como somatizaciones de la prolongada situación colonial en Latinoamérica, así como para evaluar su impacto en el propio ejercicio de la escritura literaria. En concreto, las obras literarias a las que habremos de referirnos son En estado de memoria (1990), de la escritora argentina Tununa Mercado; Jamás el fuego nunca (2007), de la chilena Diamela Eltit; y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1967), del peruano José María Arguedas. Iniciaremos nuestra investigación presentando fragmentos de las mencionadas narraciones en los que se representen o tematicen enfermedades y malestares físicos y psicológicos, tras lo cual haremos un análisis de dichas imágenes a la luz de los aportes de Foucault y de las aproximaciones decoloniales a la literatura latinoamericana, y, por último, examinaremos cómo la propia escritura no solo representa dichas condiciones adversas, sino que llega incluso a enfermar junto con ellas, convirtiéndose en una nueva somatización. No obstante, antes de dar paso a los puntos anunciados, haremos una brevísima sinopsis de las obras a tratar.

En estado de memoria es una narración testimonial en la que la novelista argentina Tununa Mercado da desarrollo literario a sus experiencias propias de tragedia y duelo en el contexto de las dos últimas dictaduras argentinas (Avelar 172). A partir de una serie de capítulos concentrados alrededor de imágenes o asuntos específicos (“La enfermedad”, “Currículum, “Celdillas”, “Fenomenología”, etc.), la voz narradora recorre de manera no lineal diversas experiencias psíquicas y corporales acaecidas durante sus exilios en Francia y México, correspondientes a las dictaduras del 66 y del 76 respectivamente, y su posterior regreso a la Buenos Aires de la restauración democrática. Por otra parte, Jamás el fuego nunca, de la novelista chilena Diamela Eltit, se trata de una narración enteramente ficcional que versa sobre una pareja anciana de antiguos militantes de la izquierda radical, quienes se enfrentan a la contradictoria derrota que supuso el regreso de la democracia tras la caída de Franco. A lo largo de esta novela asistimos a un monólogo interior por parte de una narradora innominada, la cual reflexiona sobre el estado de degradación corporal e histórico que ella y su compañero padecen como producto del “fracaso de la utopía revolucionaria” (Leskinen y Eltit 249), anhelo destrozado de las izquierdas latinoamericanas del siglo pasado. Por último, El zorro de arriba y el zorro de abajo es una novela que incorpora un notorio gesto etnográfico, dado que su material proviene de una serie de entrevistas que realiza Arguedas a diversos habitantes del puerto peruano de Chimbote. Sin embargo, la narración no se realiza a manera de diálogo entre Arguedas y sus entrevistados, sino que se opta por intercalar las diversas voces del puerto con un narrador externo a la acción y unos diarios de autor. De este modo, a partir de la confluencia de distintas voces y sus hablas particulares se genera una imagen del complejo entramado social de Chimbote, caracterizado por la explotación a mano de los capitales extranjeros, la corrupción y la pobreza.

Ahora que hemos introducido el corpus textual a trabajar, continuaremos mediante la recolección de fragmentos que evidencian dolencias psíquicas y físicas en los sujetos de su representación. A propósito de su sanidad mental, la narradora de En estado de memoria afirma: “no debe haber terreno más fértil para las curas que mi cuerpo y mi alma” (Mercado 12), frase en la que se resume su autopercepción como sujeto enfermo. Es por este motivo que la narradora emprende una ardua búsqueda de la sanidad consistente en consultar toda clase de médicos, curanderos y gurús, los cuales apenas si atinan a ofrecerle recomendaciones laborales a modo de cura (Mercado 60). La ansiada sanación no llega porque los especialistas se niegan a reconocer que el malestar de la narradora se origina en el trauma de la dictadura y el exilio, dolencia que se manifiesta en el soñar con sus muertos (Mercado 31). Sobre uno de estos muertos, la narradora recuerda lo siguiente: “El nombre de Cindal (…) vuelve una y otra vez acompañando a un hombre y a una frase repetida sin cesar en la antesala de un consultorio psiquiátrico. ¡Dígale que haga algo por mí, que haga algo por mí! ¡Estoy haciendo una úlcera, estoy haciendo una úlcera!” (7). La escena nos muestra entonces la irrupción de un hombre profundamente perturbado y adolorido en la recepción de un psiquiátrico pidiendo ayuda; desafortunadamente, este clamor será ignorado de forma deliberada por el especialista médico (acaso como parte de una retorcida terapia), lo que conducirá a este hombre al suicidio en días postreros (8). Es a partir de esta experiencia que la narradora reafirma que el sujeto que busca la sanidad mental se halla en plena indefensión frente a sus terapeutas, quienes se niegan a percibir al enfermo como un sujeto dotado de un contexto y unas necesidades particulares.

En la novela de Arguedas, por otra parte, nos encontramos con Moncada, personaje zambo y tomado por sus vecinos como loco: “Loco Moncada”, como lo llama todo el mundo, es el mote del que se adueña el personaje con pleno agrado (68-69). El actuar del zambo consiste en salir a predicar en las calles de Chimbote adoptando distintos personajes, pero siempre con la intención de decir “la verdad que dicen los locos” (68), lo que lo lleva a emitir diatribas contra el capital extranjero: “(…) aquí estoy sudando la bubónica de Talara- Tumbes Internacional Petrolium Company, Esso, Lobitos, libra esterlina, dólar” (Arguedas 68), y también contra las consecuencias nefastas de la implantación local del capitalismo internacional: “Pobre Moncada (…) El gobierno te calumnia, te hace sudar, flagelar, calafatear con candela, te mete en los podridos del barro”(Arguedas 69). Sin embargo, lejos de victimizarse, Moncada ofrece su locura como forma de generar conciencia histórica y cuestionar la opresión a la que se ve sometido el puerto, lo cual expresa en fragmentos como: “la fortuna poder que yo puedo volatilizar, vitriolizar, aromatizar con mi voz que oyen las constelaciones (Arguedas 161), y “este negro calumniado, colgadito, de quien se acordarán los siglos” (Arguedas 69).

En cuanto a las dolencias físicas, conviene retornar a En estado de memoria para revisar como el malestar psíquico que expresa la narradora es correlativo al de su cuerpo. En la siguiente afirmación, tal y como podremos evidenciar, la narradora hace explícita la conexión entre el malestar físico y el exilio producto de la situación opresiva en que se encuentra su país:

En cuanto a las dolencias físicas, conviene retornar a En estado de memoria para revisar como el malestar psíquico que expresa la narradora es correlativo al de su cuerpo. En la siguiente afirmación, tal y como podremos evidenciar, la narradora hace explícita la conexión entre el malestar físico y el exilio producto de la situación opresiva en que se encuentra su país:

Vemos entonces que la narradora no alberga duda respecto a la correlación entre la situación política de su país y su estado de salud. No obstante, debe decirse que la manifestación de la tragedia por parte del cuerpo va mucho más allá de la enfermedad y abarca también la memoria de dicho cuerpo. Por ejemplo, en el ejercicio de recordar a su amigo asesinado Mario Usabiaga, la narradora afirma que aquella memoria le es devuelta a través del recuerdo de unas leves acciones corporales que ha asociado a él (Mercado 42). El pequeño gesto que fija a Mario en la memoria es simplemente un regaño que aquel amigo le hizo por mover levemente un bife sobre la plancha y por echarle sal antes de tiempo. A partir de ese momento, afirma la narradora, las normas de su amigo quedaron inscritas en su memoria y su cuerpo las replica siempre a la hora de cocinar (Mercado 43).

Por otro lado, en Jamás el fuego nunca la exploración de la dolencia corporal es mucho más compleja, puesto que esta no solo es representada en los cuerpos de los personajes, sino que también es tematizada a lo largo del texto mediante la imagen de “la célula”. En la primera escena de la novela, por ejemplo, la narradora de Eltit se muestra aquejada por un insomnio que sólo podría ser resuelto si su esposo simplemente le contestara la siguiente pregunta: “¿Cuándo murió Franco?” (13); mientras que él insiste en dormir, ella insiste en recordar. Sin embargo, los cuerpos de ambos siguen somatizando la catástrofe: ella sigue sufriendo de insomnio, a pesar de haber renunciado a fumar el día en que murió el dictador a manera de sanación; él, por el contrario, simplemente continúa fumando de manera desaforada (Eltit 11-17). La correlación entre el malestar físico y el contexto sociohistórico es tan directa que incluso la narradora iguala la violencia de las jaquecas de su compañero a la de la nueva burguesía tecnocrática (Eltit 51), la cual es la forma de dominación propia de la era de la restauración posdictatorial. No obstante, la dolencia física no solo se relaciona con los sistemas de dominación externos al hogar de la anciana pareja, sino también con las jerarquías internas a este; es allí donde cobra importancia la imagen de “la célula”. Además de su acepción biológica, en la novela las células también se refieren a la forma en que se estructuraban los grupos de acción de la izquierda radical, muchos de los cuales dirigió la pareja en su juventud. La persecución por parte del estado a estas agrupaciones fue tal que los militantes se vieron obligados a aceptar “el aislamiento (del resto de la sociedad) y la fuerte compartimentación celular” (Eltit 107). Al no poder entrar en contacto con el resto de sus semejantes, los cuerpos de la narradora y su compañero se disolvieron entre sí y en la imagen de la célula al punto en que los límites entre uno y otro se volvieron difusos, lo cual se expresa en la frase: “lo hemos perdido, el rostro, el tiempo nos ha convertido en formas radicalmente seriadas […]” (Eltit 50).

Para este punto de nuestro examen se vuelve evidente que la representación de las dolencias psíquicas y físicas en el corpus elegido está siempre ligada al contexto de los sujetos enfermos. Pero, además de este interés por el contexto sociohistórico del enfermo, también es visible que la representación de estas enfermedades carece por completo de todo vocabulario médico: no existe un interés por clasificar los síntomas, ni mucho menos por generar vías de tratamiento. Así como resulta imposible nombrar la enfermedad exacta que clasifique las llagas en el poema de Zurita (sífilis, lepra, diabetes, etc.), tampoco en ningún momento revela Mercado su diagnóstico psiquiátrico específico, ni arguedas el de Moncada, ni la narradora de Eltit el cuadro clínico de su compañero. Recordando a Michel Foucault, podríamos decir que estas representaciones de la enfermedad pretenden no caer en una lectura médica positiva, en la que la dolencia es apenas un cruce estático de fenómenos observables o síntomas, y se prescinde de la indagación por las peculiaridades del enfermo (19-23). Mientras que para la praxis médica institucionalizada desde finales del XVIII el doliente es tan solo “el accidente de la enfermedad” (Foucault, 33), las novelas en cuestión sí perciben a sus enfermos como sujetos individuales, de modo que estos no son conejillos de indias en los que se lee un cuadro clínico universal (Foucault, 23-24), sino sujetos sociohistóricos concretos. Y es que a la larga la medicina oficial regida por el positivismo deviene instrumento de dominación social, puesto que el aislamiento en la clínica y la eliminación de la individualidad del enfermo terminan por anularlo como sujeto (Foucault, 25, 34-35, 39), hecho que pudimos observar claramente en los casos de Cindal y de la narradora de En estado de memoria.

Por lo tanto, podría decirse que, al abordar la enfermedad desde una perspectiva no positivista, las novelas en cuestión están capacitadas para observar las estructuras de dominación que enferman a los sujetos representados. Si bien el texto de Arguedas es el único que no tematiza un gobierno dictatorial, se debe reconocer que los tres textos sí reflexionan sobre la opresión social que genera la implantación del sistema capitalista en el continente, puesto que las dictaduras deben leerse como un “(intento por eliminar material y simbólicamente) toda resistencia a la lógica del mercado” (Avelar 173). Lo que olvida la medicina positiva, mas no estas narraciones, es que lo que enferma a los sujetos es la política de modernizar a la fuerza las sociedades de Latinoamérica, imposición que sin lugar a duda se corresponde con el discurso histórico de la inferioridad del continente, sus sujetos e ideologías frente a los de Occidente. A esta “inferiorización […] en aras de la extracción de recursos y explotación de (la) fuerza de trabajo (local)” se le denomina colonialidad (Restrepo 306). No puede pensarse en modernidad sin colonialidad, tanto porque Europa generó la creencia de que la única modernidad posible procedía de ella, y por ende el resto del mundo debía aceptar su dogma (Restrepo 310, 312); como porque el colonialismo fue el principal motor económico de la modernidad europea (Restrepo 406). Por tanto, el individuo en situación colonial es aquel al que se le ha negado su identidad como sujeto, destrozando por completo sus relaciones consigo mismo y con los demás (Cornejo Polar 14), lo cual pudimos evidenciar en las novelas escogidas observando la destrucción de los cuerpos y mentes sometidos por el capitalismo foráneo.

Sin embargo, es importante aclarar que la relación entre estas novelas y la enfermedad de los sujetos colonizados no se agota en la mera representación. En el caso de Zurita, por ejemplo, mencionábamos en la introducción a este texto que el poema se construye como espacio en el que la dolencia por fin se vuelve visible, imagen poética que adquiere un cariz utópico, aunque desolador, si consideramos que el texto fue escrito en plena dictadura. A propósito de esta idea de la escritura como espacio utópico en el que el sujeto enfermo habla en sus propios términos introduciremos el siguiente pasaje, en el cual la narradora de Mercado comenta su relación con Cindal: “No dejo de pensar en (él, quién lo habrá llorado, quién lo llora todavía; salvo yo, quién se acuerda de él […] haciendo su úlcera como quien hace un deber […] en la antesala de la muerte, y traza una letra roja y fulgurante con las heridas de su úlcera (9, énfasis mío). Por lo tanto, la enfermedad y la escritura son una y la  misma cosa: una somatización de la perpetuación de la colonialidad que se traduce en una opresión capitalista y dictatorial; “la antigua savia del poema”, continúa la narradora de Mercado, “era en realidad una perfecta inductora de úlceras y gastritis” (11).

Por otra parte, en el caso de El zorro de arriba y el zorro de abajo es indispensable recordar que la narración está intercalada con unos diarios de autor, quien nos confiesa que lleva ya bastantes años luchando contra el suicidio y nos dice: “Escribo estas páginas porque se me ha dicho hasta la saciedad que si logro escribir recuperaré la sanidad” (Arguedas 17-18), la cual no le ha podido devolver ni siquiera el tratamiento psicológico al que se ha sometido. al final del texto la narración se corta porque arguedas nos dice que ha perdido la batalla: no puede concluir la historia que cuenta porque la enfermedad ha vencido y, por ende, solo queda la muerte y su silencio (271). Por último, en el caso de Jamás el fuego nunca la narradora compara el ejercicio de contar esta historia con la función de copista que tuvo en una de las células: si antes ella era apenas la secretaria que transcribía fielmente las doctrinas de su compañero, ahora posee completa agencia de su palabra y elige narrar su historia en lugar de impartir dogmas (Eltit, 72-74). Narrar resulta ser más apropiado que adoctrinar porque sólo así puede hacerse visible al sujeto, su enfermedad y su contexto.

Por lo tanto, las tres novelas conciben la escritura no solo como representación de la enfermedad, sino también como espacio en que el contexto puede ser nuevamente somatizado. Sin lugar a duda, esta forma que adopta la narrativa del continente comparte cierta semejanza con el cambio en la novela europea que detectó Adorno tras las guerras mundiales (1): si en la novela burguesa que practicaba Flaubert la reflexión narrativa estaba prohibida y se buscaba un lenguaje purificado para contar una historia, en la nueva novela europea (Kafka, Mann, Proust, etc.) la reflexión atentaba constantemente contra la posibilidad de narrar y el lenguaje se contaminaba en el proceso (4). Dicho de otra manera, se le negaba al lector el chance de leer una historia sobre los horrores del mundo sin inmutarse, se cancelaba la distancia estética (4-5). Si bien en lo que hemos observado es claro que también el lenguaje de la narrativa latinoamericana enferma en su tarea, o lo que es lo mismo decir, la escritura somatiza lo que busca representar, es importante recordar que en este caso la cancelación de la distancia estética obedece a una condición histórica específica del continente: la imposición de las lógicas del capitalismo global en su seno y su impacto catastrófico en los sujetos que lo habitan. a la narrativa del continente no le queda otro camino porque preservar la distancia estética frente a la enfermedad sería hacerse cómplice de la colonialidad. Es por este motivo que, con la llegada de los regímenes dictatoriales, las narrativas del Boom entran en su ocaso: la brutalidad de la implementación del capitalismo internacional no permite soñar con una gloriosa modernidad literaria latinoamericana como lo hicieran Fuentes y Cortázar (Avelar 18-30), por lo que se vuelve necesario que la escritura enferme para hacer visible el horror vivido.

Concluimos este ensayo afirmando que, lejos de permanecer en el plano de la imagen o en el de lo temático, la enfermedad en los textos analizados invade a la escritura misma y hace de ella síntoma y denuncia. A pesar de pertenecer a temporalidades distintas, En estado de memoria, El zorro de arriba y el zorro de abajo, y Jamás el fuego nunca configuran un desolador espacio utópico en que al enfermo se le permite por fin hablar en sus propios términos, de modo que se escuche su historia y se comprenda su contexto individual, en lugar de ser tan solo clasificado y tratado en función de sus síntomas. al escuchar lo que nos quieren decir estas voces, comprendemos que sus dolencias están intrínsecamente ligadas a la situación colonial que se perpetúa en Latinoamérica, la cual ha conducido a intervenciones violentas por parte de capitales extranjeros y gobiernos autoritarios. El discurso europeo de la modernidad ha situado al continente en una perpetua situación de  inferioridad, lo cual ha justificado un número exorbitante de abusos y ha hecho del sujeto latinoamericano un individuo en constante pugna consigo mismo y su identidad, cuyo cuerpo y cuya mente entran en un estado de franca destrucción. Por ello, la escritura se ofrece como un espacio alternativo en el que se puede visibilizar la condición del continente y sus habitantes, siempre y cuando esta elija no limitarse a representar las dolencias, sino que las encarne en su propia estética. No obstante, la enfermedad puede resultar tan avasalladora que a veces escribir no basta y la propia empatía puede ser fatal y, por ello, como en el caso de José María arguedas, no queda más alternativa que sumirse en el silencio definitivo.

 

OBRAS CITADAS

Arguedas, José María. El zorro de arriba y el zorro de abajo. Caracas: Fundación editorial El perro y la rana, 2006.

Avelar, Idelber. Alegorías de la derrota: Ficción postictatorial y el trabajo del duelo. Santiago de Chile: Universidad ARCSIS, 2004.

Cornejo Polar, Antonio. Escribir en el aire: Ensayo sobre la heterogeneidad sociocultural en las literaturas andinas. Lima: Centro de estudios literarios «Antonio Cornejo Polar», 2003. Eltit, Diamela. Jamás el fuego nunca. Cáceres: Editorial periférica, 2012.

Foucault, Michel. El nacimiento de la clínica. Ciudad de México: Editorial siglo XXI, 2001. Leskinen, Auli y Eltit, Diamela. “La novela del nuevo milenio: Jamás el fuego nunca de Diamela Eltit, alegoría del cuerpo moribundo de la utopía revolucionaria de América Latina”. Debate feminista 37 (2008): 249-254.

Mercado, Tununa. En estado de memoria. Buenos Aires: Ada Korn editora, 1990.

Restrepo, Eduardo. América y el Caribe en el cruce de la modernidad y la colonialidad. Ciudad de México: UNAM- Centro de investigaciones interdisciplinarias en ciencias y humanidades, 2014.

Zurita, Raúl. Anteparaíso. Santiago de Chile: Almadía, 2016.

Daniel Alejandro Sarmiento Osorio

Estudiante próximo por graduarse del programa de pregrado en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia y corrector de estilo certificado por la misma institución. actualmente coordina el programa radial universitario Lecturas Compartidas, espacio dedicado a la difusión de la literatura desde una perspectiva crítica pero amena. Gran apasionado de diversas tradiciones líricas a lo largo del mundo, así como de las múltiples teorías de las artes y la literatura.