Revista ZUR

Autor

José Antonio de la Cuadra

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Fecha

01 Diciembre 2020

Autor

José Antonio de la Cuadra

01 Julio 2021

El personaje no tiene nombre. Descansa en un salón completamente oscuro absorbiendo el aire por sus amplias fosas nasales como si fuera la primera vez que respira en toda su corta existencia, mantiene los ojos cerrados, consciente de que existe, pero de nada más. Inesperadamente, un reflector se enciende sobre él, mostrándolo recostado sobre un desgastado sofá color verde oliva, casi como si estuviera siendo forzado a abrir los ojos se percata por primera vez de sus alrededores, baja sus sucios pies sobre el piso de madera e intenta recordar cómo llegó allí mientras camina torpemente sobre lo que supone es un enorme escenario de madera. Se detiene en la mitad del lugar. Examinando con algo de temor la lóbrega oscuridad que se encuentra más allá de donde está parado, puede apreciar débilmente sombras sentadas en sillas de linóleo, murmurando, esperando.

El personaje traga saliva, siente pesada su garganta, trata de recordar su nombre, la razón por la que se encuentra en aquel escenario, pero lo único que recuerda es el sabor del alcohol en su boca, amargo y dulce néctar que espera volver a probar pronto. El murmullo del público se acrecienta al observar que el personaje en el escenario no hace nada aún, palabras como “¿qué espera?” o “¿esto es parte de la obra?” recorren la sala en apagada voz.

–¿Quién soy? –grita de forma brusca el personaje, silenciando los murmullos del público–. Puedo ver que estoy en un teatro, pero ¿para qué clase de presentación? ¿Un drama, una comedia, tal vez alguna aventura con intriga y romance? –continuó gritando mientras caminaba de un lado a otro del amplio escenario con la luz del reflector siguiéndolo a todos lados.

Las personas detrás de las cortinas revisaban el guion tratando de encontrar las frases por él pronunciadas, mientras que los otros actores se miraban mutuamente confundidos y alguno que otro que lo conocía mejor miraban con lastima al sujeto, mientras susurraban: “otra vez tiene una de sus crisis, que patético”.

–Puedo ver mis manos, son suaves, es decir que nunca hice un trabajo pesado con ellas – continuó el personaje– sin embargo, están cansadas y adoloridas, mi ropa es la de un payaso, pero no siento el maquillaje de uno en mi piel –afirmó, pasando una de sus manos por su rostro–. ¿Soy acaso un político desprestigiado?

Y con esa pregunta arranco risas de un público hasta el momento confundido.

–No es broma señores, la identidad es importante –sentenció el personaje– más allá de la raza, la familia y el trabajo diario, sin nuestro pasado no hay presente ni futuro por el que luchar.

El director, empezando a preocuparse, se comunicó con algunos actores que lo conocían para que improvisaran de último minuto una salida rápida para él antes de que arruinara la presentación, al tiempo que uno de ellos le respondía que: “tardaremos un minuto en salir, querido”.

–No tengo documentos de identidad que me definan, ni fotos en estos enormes bolsillos, solo confeti y unas cuantas monedas– dijo tirando esos objetos sobre las tablas– ¿Tendré algún perfil en una de las tantas redes sociales o solo serán fotos mías creadas por algún loco con un nombre y un pasado falso para atraer a estúpidos inocentes?

De nuevo los murmullos del público empezaron a resonar por los asientos mientras otros personajes salían de entre las cortinas negras.

–Es hora de irnos, ya has dicho demasiado –dijo otro personaje vestido como un juez.

–Ha llegado el momento de descansar –indicó otro personaje vestido como una muñeca de plástico.

–¿Son mi pasado que viene a llevarme? –preguntó el personaje original– ¿O tan solo son alucinaciones que han llegado para terminar de volverme loco?

–Somos tus amigos, tus recuerdos de momentos mejores –dijo un personaje vestido de pies a cabeza como un perro color café.

Más personajes, hombres y mujeres, vestidos con la indumentaria de diferentes profesiones, deidades y fantasmas iban rodeando al personaje, instándolo a irse por la izquierda hasta desaparecer por el cortinaje negro, pero la cabeza del personaje sin memoria se iba confundiendo con cada segundo que pasaba.

–¡Ustedes no son mi pasado! –gritó el personaje al borde de la histeria– son el pasado de toda la humanidad, su presente y su futuro, están atrapados como yo y solo hay una forma de salir de esta ronda de locura –exclamó, sacando una enorme pistola de debajo de su overol blanco de lunares multicolores.

–No hagas eso –suplicó un personaje femenino vestida como una mujer de la limpieza con todo y trapeador –aún hay mucho por que vivir.

–Lo que estás haciendo es absurdo –dijo un personaje vestido como una mosca gigante– te mueres, te pudres, te llorarán y mientras te lloran te comerán las moscas. Pensándolo bien, mejor hazlo.

–No lo hagas –dijo otro personaje vestido con un camisón blanco mientras empujaba a la enorme mosca–. Sé que todo esto duele, puede ser confuso, pero si lo haces ya no hay vuelta atrás y ¿luego qué?

Una sonrisa se dibujó sobre los finos labios del personaje sin nombre y disparó primero al aire haciendo que los otros personajes se alejaran de su alrededor.

–¿Luego qué? –preguntó el personaje blandiendo el arma a todo aquel que quisiera acercarse a querer quitársela– luego se cierra el telón.

Antes de que cualquiera de los personajes que lo volvía a rodear pudiera hacer algo el cañón se colocó sobre su pecho y la bala perforo su corazón.

Con su último aliento, el personaje sin nombre pudo escuchar al público sin rostro aplaudir de forma desenfrenada pensando que todo era parte de la obra mientras los otros personajes lo rodeaban queriendo ayudarlo.

–Ustedes conocen mi nombre –balbuceó casi en susurros– ustedes juzguen mi vida porque mientras mi recuerdo permanezca en sus cerebros, ya sea como héroe, amante o villano, entonces seguiré viviendo en las esquinas eternas de la eterna obra de teatro que llamamos sueño.

Diciendo esto el personaje murió, la cortina se cerró y los aplausos permanecieron en el aire por varios días antes de disiparse.

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