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Revista Zur / Volumen 2 N°2 / Cosecha de primavera
narrativas

Cosecha de primavera

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Fecha

01 Diciembre 2020

Autor

Gerardo Andrés Lisi

01 Julio 2021

Extracto de una carta de un condenado a muerte,

a un remitente desconocido.

 En la oscuridad sólo me acompaña el brillo de sus ojos. Sus ojos son fuego vivo de la mañana, que alumbra mis noches. Supe que serían mi placer y tormento desde que tuve la desdicha de mirarlos, amada mía. Hoy escribo esta carta, aunque su alma esté ya muy lejos de la mía, para manifestarle cuan profundo ha calado, sin saberlo, en mis entrañas.

Mi cielo y sus hermosos ojos… Sabemos que cualquier interpretación artística que yo pudiera hacer sería una réplica torpe de su belleza, aunque eso no me impidió intentar.

¿Recibiste mis dibujos y pinturas? No has respondido a ellos. Tantas noches que compartimos juntos, en aquellos balcones o plazas, y aunque te miraba embobado no podrías imaginar la magnitud de mis sentimientos por ti, justo porque ni yo mismo conocía entonces los alcances que tenían. Ahora lo sé.

Aunque admirar la belleza de su merced ha sido un placer que aventaja a todos los demás de este tiempo y los tiempos venideros, ha sido también un tormento insoportable, he de decirlo: sus ojos me acompañaron cuando me perdí a mí mismo. El mero recuerdo de su existencia callaba mis tribulaciones en mis noches más oscuras, durante mis años suicidas. Mi señora de la champaña. Amada mía, los celajes de su semblante y el calor de tu voz, el color de los sueños que compartiste conmigo, me acompañarán, aunque te hayas ido, para dejarme morir solo, enfermo y desahuciado. No te irás, aunque te vayas. Ni tú ni tus ojos vivos. Me acompañarán hasta la tumba, en mi celda y hasta en la horca. Lo que hice no tiene perdón.

Aunque felicidad y paz habían sido cuestiones ajenas a mi propia personalidad, como te comenté en mi carta anterior, con vuestra merced descubrí partes mágicas y tenues de la vida, donde se podía volar sin volar en realidad, sino flotando en el interior, revolviendo nuestros corazones. Volaremos juntos una vez más, en cualquier otra vida que nos quede.

Disculpe la mala caligrafía, estoy temblando y tengo frío.

Hoy le escribo destrozado, aunque con la consciencia tranquila en la certeza de que conseguí apaciguarle de los terrores familiares que tanto comentó en su último escrito. Espero que su merced se deje ver por su incansable y humilde servidor, en el Paraíso. Estaremos juntos, nadando en el infinito.

La noche ha entrado en horas, ya no me queda mucho tiempo. Estoy mareado.

Al ver el estante lleno y la silla vacía a mi lado, el fantasma violeta de su presencia me llama, acusador y aterrado. Extraño vuestra presencia más de lo que un ruiseñor extrañaría el rocío del alba. He pasado temporadas áridas desde su partida. En estos últimos meses seco, es cuando voy al joyero, para admirar vuestros espectaculares ojos vivos una vez más. Perdóneme si al momento le causé dolor.

Prometo que no sentirá usted más dolor, ni su cuerpo ni corazón, mientras mi alma albergue una chispa de calor.

Perdone una vez más lo informal e indigno de mi escrito final. Le regalaría mil versos si no me sintiera tan mal. Perdone siete veces más la tardanza al acudir ante su señoría para que me deje ir a usted. Me avergüenza admitir que, aunque la seguridad de su calor me aúpa en cada latido, he sentido miedo estos meses. La gente habla, la gente susurra, y a mí solo me dejan chismes, burlas, insultos y la comida de las ratas. Ellos no entienden. No entienden nada. Me llaman cosas horribles. Ellos no pueden siquiera imaginar nuestra historia, escrita en sangre. Me limito a escucharlos, a mirarlos… Carentes de razón, rostro y corazón. Ellos han experimentado la muerte antes de la muerte, y he de decir que siento lástima por ellos, a veces. Porque estuvieron muertos en vida y quedaron muertos, sin una diosa que les sacara del letargo infernal de su putrefacción. Le estoy infinitamente agradecido.

Me es imposible desdibujar la nube de tristeza que me inunda el alma. Nuestra estancia ha sido corta, ¿no? Aunque maravillosa, en comparación. No me arrepiento de nada. Te fuiste y pronto me iré yo de este mundo, como una cosecha de primavera. Cortados en flor. Aunque nuestros pétalos se marchiten, no lo harán los recuerdos de nuestra memoria. Vos como la princesa, la criatura más hermosa que jamás pisó estas tierras, y yo como un lunático. No importa, no desfalleceremos. Viviremos una vez más, como el capullo de una flor perene que retoña, en el universo por años y años.

Las campanas están doblando. Sé que vienen para agarrarme.

Me queda no más que despedirme. Cerraré los ojos, y en la nada veré los tuyos, en un eco que perdurará hasta los confines de la existencia. Mis labios clamarán los tuyos, y mis ojos clamarán los tuyos, y mi voz susurrará vuestro nombre hasta mi último aliento.

 

 

Gerardo Andrés Lisi

Nació en Caracas y sigue aquí. Ha publicado relatos como “Tras el Cristal”, “Tus Balas”, “Ida y Vuelta”, “Gotas Cósmicas”, entre otros, en revistas literarias de gran prestigio como Óclesis y Pluma. Ahora trabaja en su primera novela, que va de sangre y niñas con espadas

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