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Camilo Henríquez: La importancia de las letras en un proyecto fundacional ilustrado

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“Tarde de Elqui” de Jorge Mella.

Fecha

01 Julio 2021

Autor

Emilio Vilches Pino

01 Julio 2021

Fecha de recepción: 03 de febrero de 2021.

Fecha de aceptación: 23 de abril de 2021.

1. INTRODUCCIÓN

Es mucho lo que se puede decir acerca de Camilo Henríquez. Su papel en la crucial época en que se dio inicio al proceso independentista debiera asegurarle un lugar entre los grandes personajes chilenos de nuestra historia. Sin embargo, no siempre se le ha otorgado el sitial que merece. Es más, pese a ser considerado unánimemente como el fundador del periodismo chileno y también como un importante ideólogo de la causa independentista, no existen muchos estudios que aborden con profundidad su figura. Quizás su labor ideológica haya quedado opacada por caudillos militares como José Miguel Carrera, Bernardo O’Higgins o Manuel Rodríguez, pero basta con hacer un estudio rápido del contexto del Chile de comienzos del siglo XIX para encontrarse con el nombre de Camilo Henríquez. Es más, su sola contribución como director y redactor del primer periódico publicado en nuestro país, la Aurora de Chile, ya es mérito para convertirlo en un personaje ilustre e inmortal.

El primer trabajo concienzudo acerca del fraile fue la biografía realizada por Miguel Luis Amunátegui, autor en el cual se han basado prácticamente todos los autores que han trabajado la figura del “Fraile de la Buena Muerte”. También este trabajo, en los aspectos biográficos, le debe mucho al texto de Amunátegui, pero va mucho más allá de una simple biografía. Es nuestro propósito analizar la concepción que tenía de la literatura Camilo Henríquez y cómo se valió de ella para llevar adelante un proyecto de nación ilustrada que debía avanzar hacia la independencia total de la Corona española.

Pero las ideas de Henríquez no pudieron traspasarse a la realidad. Ciertamente Chile logró la independencia (proceso en el cual el fraile tuvo mucho que ver), pero la ciudad ilustrada que soñó nunca llegó a existir en nuestro país. ¿Por qué? Esa y otras preguntas son las que intentaremos responder.

2. CAMILO HENRÍQUEZ Y SU CONTEXTO

Camilo Henríquez González nació en Valdivia el 20 de julio de 1769. Hijo mayor del capitán español don Félix Henríquez y de doña Rosa González. Su familia lo incentivó al estudio y tras una estadía de cinco años en Santiago partió, entrado 1784, rumbo a Lima, la capital virreinal1. Ingresó entonces a la Orden de los ministros de los Enfermos Agonizantes de San Camilo de Lellis o “de la Buena Muerte”. En esta época, Camilo Henríquez se dedicó apasionadamente al estudio de la teología, la historia y las ciencias naturales. Pero no solo eso, además leyó con dedicación a los filósofos de la Ilustración, principalmente Montesquieu, voltaire y Rosseau, quizás éste último el que mayor influencia ejerció en el pensamiento del fraile.

En Lima se rodeó de gente de la alta sociedad, hombres cultos, letrados e ilustrados. Esto, sumado al tiempo que pasó en prisión debido a las acusaciones de la Inquisición, seguramente fueron formando su carácter fuertemente contrario a la tiranía y cercano a las ideas que planteaba Rosseau en El Contrato Social. Todos sus biógrafos coinciden en que este hecho marcó un antes y un después en la vida de Henríquez. José Leandro Urbina considera que “sin desestimar su significativo recorrido intelectual, será su encuentro directo con la represión el que haga cristalizar las ideas y sentimientos que darán dirección a su futuro accionar” (Urbina 12).

Existen diversas versiones acerca de las causas que lo llevaron a la prisión inquisitorial, pero se sabe que tiene que ver con la lectura de los libros prohibidos por la Inquisición, o sea los libros de los autores ilustrados, principalmente los franceses. Lo cierto es que, tras el tiempo que pasó en prisión, Henríquez partió a Quito, donde se topó con la matanza despiadada que los realistas dieron a los patriotas que intentaban liberar a los próceres de la Primera Junta de Gobierno de Quito. Este hecho histórico marcaría el pensamiento de Henríquez, radicalizando su postura patriota y anticolonial2.

En Chile, mientras tanto, se conformaba la primera Junta Nacional de Gobierno del 18 de septiembre de 1810. Henríquez recibió con entusiasmo la noticia y decidió volver a su país natal a aportar con un proceso que aún no adquiría ribetes independentistas. En efecto, salvo algunas voces radicales aisladas, la sociedad chilena de la época mantenía una lealtad total al rey cautivo. Pero, al parecer, Henríquez tenía ideas más radicales. El mismo fraile afirmó que “me hallaba convaleciendo en piura cuando supe el gran movimiento que nuestra madre patria Chile tomaba hacia su felicidad. Volé al instante a servirla hasta donde alcanzaran mis luces y conocimientos, y a sostener en cuanto pudiese la idea de los buenos y el fuego patriótico” (Henríquez “Carta a su hermano” 1).

Es necesario que conozcamos el contexto nacional de entonces para entender el real alcance e importancia de la figura de Henríquez en este tiempo, y también para comprender cómo se pasó en tan poco tiempo de un estado de fidelidad absoluta al rey a una lucha independentista anticolonial (cambio en el cual Henríquez tuvo mucho que ver).

Las reformas borbónicas que pretendían aumentar el control español sobre sus colonias americanas había, paradójicamente, aumentado el descontento de los criollos, quienes se sentían desplazados por los peninsulares. La masa de españoles americanos era muy superior en número a la de los nacidos en Europa, además de manejar mucho mejor la realidad americana. Sin embargo, los mejores puestos públicos eran para los peninsulares. Algo similar a lo que ocurría con el comercio, pues los criollos no eran libres de comerciar con quien quisieran, sino que toda la actividad mercantil era manejada por los europeos y los beneficios eran siempre para la Corona. En el libro Las Ideas Políticas en Chile de Ricardo Donoso se expone así la situación:

El gobierno de la metrópoli estableció la desigualdad y fomentó la rivalidad entre los españoles europeos y los españoles americanos, el monopolio comercial favoreció a los peninsulares y perjudicó a los criollos, mantuvo a la América aislada del resto del mundo, embarazó deliberadamente la cultura intelectual de los españoles americanos y los excluyó sistemáticamente del ejercicio de los altos cargos. (Donoso 29).

Sin embargo, parece ser que, en Chile, si es que existió, el descontento criollo se dio mucho menos que en otros lugares de América. Es sabido que en el aspecto cultural Chile estaba dramáticamente atrasado. A nuestro país, salvo muy pocas excepciones, no llegaba prácticamente ningún libro y esto redundó en la inexistencia de ideas y fundamentos intelectuales que permitieran un cuestionamiento fuerte y sustancial al régimen colonial. Según José A. Alfonso, la sociedad nacional estaba sumida “en una completa ignorancia, casi inverosímil, ignorancia que comprendía no solo a la plebe, sino también a la casi totalidad de los individuos de las clases superiores (…) No había lectura, no había discusión, no había ideales” (Alfonso 6). El mismo Camilo Henríquez describiría años más tarde el estado cultural del Chile de la época: “Casi ninguno de los nobles tuvo educación: unos pocos recibieron en el Seminario y conventos una instrucción monacal. Las obras filosóficas liberales les eran desconocidas como la geografía y las matemáticas. Ni sabían qué era la libertad ni la deseaban” (Henríquez en Donoso 32).

Cuando se produce el secuestro del rey de España, los criollos en Chile no sabían qué hacer. Después de tres siglos de colonia, simplemente se habían acostumbrado a un sistema administrado por manos ajenas y la idea de un autogobierno resultaba algo impensado para la mayoría. Ricardo Donoso, parafraseando al patriota Francisco Antonio Pinto, señala que “en el campo de las ideas la sumisión era absoluta. Nuestras ideas eran tan limitadas y tan sumisas (…) que el más severo inquisidor no habría encontrado suficiente causa para un autillo de fe, y la cultura intelectual era poco menos que desconocida” (Donoso 31).

Como se puede ver, el discurso independentista no aparecía por ninguna parte. Chile, a pesar de la Junta Nacional de Gobierno, seguía siendo una colonia. Al menos a nivel discursivo, los criollos asumían la tarea de administrar el país, pero no de separarlo de España. Sin embargo, algunas voces radicales comenzaron a aparecer y es aquí donde Camilo Henríquez emerge como una figura trascendental precisamente por ser el primero en proponer la independencia como un fin y la República como el sistema de gobierno a alcanzar3.

Todos los estudiosos de la figura del fraile coinciden en su enorme importancia en este ámbito. José A. Alfonso, uno de sus más entusiastas biógrafos, señala que “la personalidad de Camilo Henríquez es eminente, eminentísima. Fue un coloso de la revolución. Fue su primera figura política” (Alfonso 37). Otro de sus estudiosos, Raúl Téllez Yáñez, afirma que “la idea de ser libres estaba lanzada; el grito de la independencia dado por él [Henríquez] fue el primero que con extrema valentía se escuchó bajo el cielo de Chile” (Téllez Yáñez 42).

No pasaría mucho tiempo para que la voz de Henríquez cobrara un merecido prestigio y sus ideas de liberación hallaran eco en el espíritu de una generación de patriotas que tomaría en sus manos la lucha armada por la independencia.

3. LA PALABRA ESCRITA COMO ARMA

Camilo Henríquez, recientemente retornado a Chile, escribió y publicó el manuscrito de su Proclama de Quirino Lemáchez. Este escrito apareció el 6 de enero de 1811 y provocó un fuerte revuelo en la sociedad de la época. Y es que fue el primer texto que en nuestro país se pudieron leer ideas radicales en cuanto a la dependencia de España. El fraile lanzaba sus dardos al sistema colonial y alentaba a sus compatriotas a una verdadera revolución:

Vosotros no sois esclavos: ninguno puede mandaros contra vuestra voluntad. ¿Recibió alguno patentes del cielo que acredite que deben mandaros? La naturaleza nos hizo libres, y solamente en fuerza de un pacto libre, espontánea y voluntariamente celebrado, puede otro hombre ejercer sobre nosotros una autoridad justa, legítima y razonable. Mas no hay memoria de que hubiese entre nosotros un pacto semejante. Tampoco lo celebraron nuestros padres. ¡Ah! Ellos lloraron sin consuelo bajo el peso de un gobierno arbitrario, cuyo centro, colocado a una distancia inmensa, ni conocía ni remediaba sus males, ni se desvelaba porque disfrutasen los bienes que ofrece un suelo tan rico y feraz. (Henríquez “Proclama de Quirino” 46).

En este fragmento —donde Henríquez muestra evidentes influencia de El Contrato Social de Rousseau— dispara un ataque frontal contra la Corona española. Apela a la elección libre de mandatarios, haciendo alusión a la idea de República, y califica a la monarquía como un gobierno arbitrario, descontextualizado e injusto.

No es difícil imaginar el impacto de estas palabras, considerando la sumisión e ignorancia en las que estaba sumida nuestra sociedad. Este manuscrito, firmado con el seudónimo Quirino Lemáchez (anagrama de Camilo Henríquez) llegó a circular no sólo en Chile, sino en varias ciudades americanas e incluso en Europa. La palabra escrita se transformaba en un instrumento de difusión fundamental para el fraile, a pesar de que no existía aún una imprenta que permitiera llevar el mensaje a más público.

La Proclama no significó, sin embargo, una absoluta novedad en el contexto americano. De hecho, guarda ciertas similitudes formales con la Carta a los Españoles Americanos (1791 presumiblemente) escrita por el jesuita peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán. Ambos textos produjeron un gran impacto en sus distintos contextos y demuestran el poder de la palabra escrita en la época. Las mismas similitudes las podemos encontrar entre su célebre texto “El Catecismo de los patriotas” y los “catecismos” que circulaban por entonces como textos destinados a propagar las ideas anticoloniales y de los cuales el más conocido e importante fue el Catecismo Político Cristiano (1810), firmado con el seudónimo de Don José Amor de la patria y cuya verdadera identidad aún no se confirma a ciencia cierta. Camilo Henríquez era claramente consciente de esta situación y lejos de renegar de las influencias o similitudes, se sentía cómodo y se instalaba dentro de esta naciente tradición literaria liberal, ilustrada y pedagógica.

Las palabras del fraile encendieron la conciencia patriota de varios criollos, a pesar de que muchos de ellos aún no se atrevían a hablarlo abiertamente. Pero otros, como José Miguel Carrera, se pasaron de las ideas a la acción y a través de la figura del Golpe de Estado asumió el poder del país, incluyendo la disolución del Congreso Nacional recién formado. El mandato de Carrera fue abiertamente separatista y, como tal, buscó difundir sus ideas al tiempo que fundaba avances que garantizaran la difusión de las ideas liberales. Entre esos avances se puede mencionar la Biblioteca Nacional, el Instituto Nacional y la compra de la primera imprenta que llegó al país4. Esta imprenta llegó a Valparaíso y luego se trasladó a Santiago, donde se instaló para operar en la Real Universidad de San Felipe. Para hacerla funcionar y hacerse cargo de la impresión del primer periódico de nuestra historia, Carrera designó a Camilo Henríquez. Y cómo no, si el fraile abrazaba la causa independentista y sus textos (principalmente la Proclama y el Sermón en la Instalación del Primer Congreso Nacional) ya le habían dado un prestigio indesmentible en nuestra sociedad. Así se refería Henríquez a la llegada de la imprenta:

Está ya en nuestro poder, el grande, el precioso instrumento de la ilustración universal, la Imprenta. Los sanos principios el conocimiento de nuestros eternos derechos, las verdades sólidas, y útiles van a difundirse entre todas las clases del Estado. (…) La voz de la razón, y de la verdad se oirán entre nosotros después del triste e insufrible silencio de tres siglos. (Henríquez en Subercaseaux Historia del libro 25).

Como se puede ver, Henríquez otorgaba una importancia fundamental a la imprenta como medio de difusión de textos escritos. Para el fraile las letras tenían una función de escuela pública, un medio para sacar de la ignorancia al pueblo y, de este modo, lograr la libertad y la felicidad. En su célebre texto “El Catecismo de los patriotas” afirma:

Como se puede ver, Henríquez otorgaba una importancia fundamental a la imprenta como medio de difusión de textos escritos. Para el fraile las letras tenían una función de escuela pública, un medio para sacar de la ignorancia al pueblo y, de este modo, lograr la libertad y la felicidad. En su célebre texto “El Catecismo de los patriotas” afirma:

Las letras y la imprenta libre eran para Henríquez un arma de denuncia, de combate, de educación. En las páginas de la Aurora de Chile hace un llamado a los patriotas a derrotar la ignorancia y a buscar la libertad que se encuentra oprimida por la monarquía europea. El tono de Henríquez es combativo, pero también pedagógico. El fraile se sitúa en una posición de superioridad intelectual y desde allí educa a los patriotas a través de la palabra escrita. José Leandro Urbina afirma que “el carácter pedagógico de la escritura de Henríquez es un rasgo que no puede ser pasado por alto. Todo artículo, todo discurso tiene como eje central el elemento didáctico. El pueblo debe ser informado, debe ser educado en el conocimiento de la libertad” (Urbina 35).

La Aurora marcó un antes y un después en la historia de nuestras letras. Según Ricardo Donoso: “Desde el primer momento comenzó la Aurora a golpear la conciencia de sus compatriotas con un lenguaje hasta entonces desconocido en los anales del púlpito y de la cátedra, y a difundir el evangelio de las nuevas ideas con un lirismo encendido de patriótico ardor y apasionado entusiasmo” (Donoso 41). En las páginas del periódico circularon varios de los mejores textos escritos por Henríquez, casi todos de tono político.

Pero queda preguntarnos, ¿qué pasa con las bellas letras, que es como se denominaba por entonces a la literatura de ficción? para Camilo Henríquez no existe diferencia entre los textos literarios y los no literarios. Tal como lo define Bernardo Subercaseaux, el fraile le da un “uso enciclopédico y no restrictivo del concepto de literatura” (Subercaseaux “Literatura y prensa” 174). Desde su punto de vista, la literatura en general debe ser siempre una escuela pública, un medio de combate. Es así como Henríquez escribió sermones, proclamas, artículos periodísticos, obras dramáticas, poemas, todo con la misma intención pedagógica y combativa. Cuando escribe literatura de ficción lo hace no con un afán artístico, sino con uno pedagógico. Según Subercaseaux “a Camilo Henríquez y a los ilustrados republicanos les importaba sobre todo la palabra escrita y la cultura letrada, no en función de las ‘bellas letras’, sino en su potencial para el avance de propósitos políticos y culturales” (Subercaseaux “Literatura y prensa” 171). Es más, Henríquez planteaba incluso cierta inferioridad de las “bellas letras” ante los escritos “de pensamiento”. En su fundamental artículo “Es preciso ilustrar al pueblo” plantea que “las facultades de la imaginación se perfeccionan antes que las de pensamiento, observación y cálculo; y que la sana política y la buena legislación son el último resultado de nuestras reflexiones. ¡Feliz el pueblo que tiene poetas! A los poetas seguirán los filósofos; a los filósofos los políticos profundos” (Henríquez “Es preciso ilustrar” párr. 6 ).

Quizás este desinterés artístico sea el causante de que las obras propiamente literarias de Henríquez hayan pasado desapercibidas en su época y en la actualidad se les critique en cuanto a creatividad, estilo y solidez argumental. En efecto, al estilo del fraile se le han hecho muchos reparos y críticas; sin embargo, es sabido que su importancia va por el lado de las ideas, no de la calidad artística. Así queda claro al estudiar dos obras dramáticas que el fraile escribió durante su estancia en Buenos Aires5 y que, al parecer, nunca llegaron a representarse y obtuvieron una mala crítica. Se trata de La Camila o La Patriota de Sud América (1817) y La Inocencia en el asilo de las virtudes (obra que no llegó ni siquiera a publicarse). Según Raúl Silva Castro:

No hay en ninguna de las dos [obras] un rasgo que provoque interés o que provoque la atención. Si el autor hubiese olvidado al escribirlas que era el paladín de una causa (…) las escenas muertas habrían cobrado vida y levantándose tal vez hasta el nivel de una discreta creación escénica. Pero los principios de didáctica política que en mala hora ingirió en la representación teatral eran radicalmente incompatibles con la literatura de creación. (Silva Castro 15).

Camilo Henríquez fue, además, un prolífico traductor. Consideraba que no era suficiente con lo que estaba escrito en castellano y aprendió inglés especialmente para poder traducir a algunos autores fundamentales para el desarrollo de las ideas en nuestro país. Su estilo era más bien selectivo, pues no hacía traducciones completas y literales, sino que resumía, adaptaba, tanto por un tema de espacio (la Aurora de Chile comprendía solamente un par de planas) y también debido a su carácter pedagógico: no quería aburrir a sus lectores. Por eso adaptaba y resumía hasta lo fundamental.

Los textos que tradujo Henríquez fueron casi en su totalidad textos políticos, manifestando una vez más su predilección por la literatura de pensamiento. Según Benoît Santini:

Camilo Henríquez considera la literatura y la escritura, así como la traducción como armas; así, para él, la difusión y/o traducción, así como la adaptación de textos teóricos y políticos anglosajones y franceses esencialmente son una estrategia escritural que tiene como objetivo ‘inspirar odio a la tiranía y desplegar toda la dignidad republicana’, como lo escribe acerca de la tragedia en La Aurora de Chile. (Santini 2).

Como podemos ver, Henríquez tenía un concepto de literatura que iba más allá de las “bellas letras”, también incluía, y en gran medida, a los textos “de pensamiento”. La literatura de ficción era nada más que un paso hacia un nivel más elevado, que eran los textos didácticos políticos. La función de la literatura debía ser pedagógica y combativa, tenía que servir para ilustrar al pueblo, sacarlo de la ignorancia y alentarlo a pelear por su libertad y romper con el colonialismo.

4. LA UTOPÍA DE LA CIUDAD ILUSTRADA

El proyecto de nación de Camilo Henríquez buscaba la instalación de una sociedad ilustrada, republicana, feliz. Para él la ignorancia era la culpable de que el colonialismo perdurara tanto y con tanta fuerza, por lo tanto, era necesario y urgente ilustrar al pueblo para, de esta manera, romper las cadenas y lograr la independencia de la monarquía española. A través de una literatura pedagógica y combativa (“bellas letras” y “de pensamiento”) buscaba difundir la ilustración y erradicar la ignorancia.

Si bien Chile logró independizarse de España, sería insensato afirmar que el plan de “ciudad ilustrada” de Henríquez logró implantarse en nuestro país. Las castas sociales siguieron desarrollándose e incluso aumentando las diferencias entre la elite intelectual dueña del espacio discursivo y del poder y las clases no ilustradas ni poderosas.

Uno de los principales errores de Henríquez fue intentar copiar un modelo foráneo y ponerlo sobre una sociedad que nada tenía que ver con las ciudades cultas y desarrolladas. En “Civilización de los indios” plantea:

Que perspectiva tan risueña, y consoladora: el Sud, y el Norte del nuevo mundo igualmente venturosos; la paz, las artes, las ciencias de la Pensilvania trasladadas al suelo Araucano, constituido en asilo de la libertad (…) poblándose de hombres útiles bajo los auspicios de la razón, y de un Gobierno justo e iluminado que consuele a la especie humana de sus largos martirios, persecuciones y amarguras. (Henríquez “Civilización de los indios” 76).

Otro error del fraile fue la idea de la aculturación de los sectores no ilustrados. Desde su óptica era muy fácil ilustrar a los sectores populares e incluso a los indígenas, sin considerar su otredad: “los indios están en estado de considerarse como una nación nueva y, por consiguiente, fácil y dispuesta para ser ilustrada”. (Henríquez “Civilización de los indios” 76). Henríquez no toma en cuenta las diferencias culturales y sociales de los pueblos indígenas ni del “bajo pueblo” al momento de lanzar sobre ellos su discurso didáctico ilustrado. Él solamente veía una masa de personas ignorantes a las cuales era necesario educar para que lograran la libertad y la felicidad, sin considerar que no todos los sectores sociales buscaban el mismo ideal que la elite intelectual y política. En efecto, la realidad distaba de lo que pensaba Henríquez. Al pueblo, en su mayoría, no le interesaba ilustrarse. No conocía a Rosseau ni le preocupaban sus ideas. Según Ricardo Donoso “la gran masa del pueblo, repartida en campos y ciudades, [estaba] ajena a preocupaciones que no sean las de índole religiosa, constituyendo el trabajador en los campos o el obrero y el artesano de las ciudades” (Donoso 31).

Raúl Silva Castro critica fuertemente al fraile en este sentido. En Fray Camilo Henríquez, Fragmentos de una historia literaria de Chile, afirma que “al llegar a Chile parece haber creído que el país iba a convertirse por arte de magia en una nación felicísima en la cual nadie anhelaría otra cosa que la libertad más amplia, sin pensar sino en hacer abstracción de intereses personales, situación social y demás circunstancias” (Silva Castro 9). Y agrega que “la situación no era, sin embargo, tal como se la pintó el visionario, al cual faltaba sin duda trato con el mundo de los vivos, tanto como por lo menos como le sobrara candidez de ideólogo” (Silva Castro 9).

Más severo aún es José Leandro Urbina, quien afirma que el proyecto ilustrado de Camilo Henríquez “concurre a la instalación de una decidida heterofobia que afectará en lo sucesivo a los gobiernos chilenos impedidos de comprender y vivir con la diferencia”. (Urbina 67). En efecto, el proyecto ilustrado de Henríquez instalaba un modelo que presentaba verticalidades y asimetrías y que entendía al pueblo como una masa ignorante “culpable” del retraso de la ilustración y la independencia.

Es interesante, sin embargo, considerar que los sectores marginales y especialmente los indígenas aparezcan considerados como actores sociales (aunque sea como ignorantes que deben ilustrarse para ser dignos del destino de la patria). En “Civilización de los indios”, sobre todo, planeta sus ideas al respecto. Esto no deja de tener importancia, pues la elite ilustrada que se hará cargo de formar una identidad nacional republicana tres décadas después, ni siquiera se dará el trabajo de mencionarlos. Para la generación de Lastarria los indígenas y el bajo pueblo serán sectores que es preciso esconder (de la política, del arte, e incluso de manera literal, como el llamado “Camino de Cintura” que pretendía instalar Benjamín Vicuña Mackenna). Henríquez, en cambio, no evadía el tema, incluso bautizó como El Monitor Araucano al periódico que fundó una vez que la censura cayó sobre La Aurora de Chile y llegó a usar el seudónimo mapuche de patricio Curiñancu para firmar algunos de sus escritos.

Cabe señalar que la independencia de Chile no significaría un cambio absoluto de paradigmas, sino más bien un traslado del poder de las manos de la Corona a las manos de una elite de españoles o descendientes directos de españoles nacidos en Chile. El sistema republicano reemplazaría al monárquico, pero la vida real y concreta del pueblo no cambiaría sustancialmente, todo lo contrario a lo que pensaba Henríquez.

Se puede discutir acerca de la factibilidad del modelo ilustrado republicano de Henríquez. ¿Era posible aplicarlo en alguna ciudad del mundo? ¿Existía una sociedad donde todos sus integrantes cumplieran con el mismo perfil y absorbieran de buenas a primeras el modelo que la elite ilustrada quería para ellos? Creemos que no es posible, sobre todo en una época en que los medios de comunicación y de transporte eran mucho menos masivos que hoy en día y donde casi la totalidad del pueblo ajeno a las elites era analfabeta. Es cierto que las ciudades americanas se formaron en torno a aquellos grupos ilustrados de poder y que fueron ellos los que asumieron la tarea de la formación de las repúblicas, pero estas ciudades letradas nunca fueron capaces (o simplemente no quisieron) incluir a las masas ciudadanas, rurales, indígenas, pobres y populares. Es por eso por lo que los ideales de Henríquez no pueden ser considerados más que una utopía. Nadie puede discutir acerca de las buenas intenciones del religioso, pero, como hemos planteado, el tipo de sociedad por la que luchó principalmente a través de las letras era simplemente incongruente con la realidad.

5. CONCLUSIONES

Camilo Henríquez fue un religioso, estudioso, periodista,   traductor,   fue   apresado por la Inquisición, ayudó a sofocar el Motín de Figueroa, escribió los primeros textos independentistas que circularon en Chile, fundó el primer periódico de nuestra historia, colaboró activamente en la fundación del Instituto Nacional. Sus méritos son tantos que difícilmente pueden tratarse en trabajos breves como éste. Sin embargo, su principal aporte fue levantar la voz contra el poder europeo en tiempos en que nadie se atrevía a hacerlo. El proceso emancipatorio que comenzó en Chile en 1810 fue alentado por Camilo Henríquez, por su puño y letra.

Es cierto que Henríquez cae en contradicciones y que su pensamiento peca de libresco y su estilo escritural es poco original y desprolijo, pero hay que considerar la época en la cual lanzó el llamado a la liberación de las cadenas coloniales, una época de ignorancia y temor, donde ningún chileno buscaba la libertad porque no la conocían, no la entendían. Y el hecho de que Henríquez sea un sacerdote, lejos de quitarle valor a su actuar, lo aumenta. La iglesia en Chile no contaba por entonces con esta figura del religioso combativo, como sí ocurría en otros lugares como México.

Quizás Henríquez fue un adelantado a su tiempo, quizás sus ideas no fueran más que adaptaciones de lo que leía en los libros de los ilustrados franceses, pero hay que valorar su valentía y sobre todo su aporte a una causa que sin su voz pedagógica y combativa probablemente hubiese tardado mucho tiempo más en encaminarse hacia la emancipación.

Notas

1 Por entonces las capitales virreinales eran los centros de la cultura. Era donde existía un acceso mucho más expedito a libros, a las ciencias y a los estudios.

2 Esta matanza ocurrió en las calles de Quito el día 2 de agosto de 1810. Henríquez retomaría el tema en su obra dramática La Camila o la patriota de Sud América.

3 Al considerar a Henríquez como “el primero” en Chile en proponer la independencia como alternativa real, no se ha considerado a hechos o personajes poco conocidos precisamente porque no dejaron una huella importante en la sociedad de la época, como la llamada “Conspiración de los tres Antonios” de 1780 que buscaba derribar al gobierno colonial monárquico y establecer un régimen republicano en el país.

4 Hay versiones que señalan que anteriormente los jesuitas tuvieron una imprenta, aunque no existen registros de algún trabajo impreso en ella.

Tras la derrota de los patriotas en Rancagua, Camilo Henríquez, al igual que muchos patriotas, debió exiliarse en Buenos Aires, donde vivió entre 1814 y 1822. En la ciudad trasandina escribió sus obras dramáticas y colaboró en la redacción de los periódicos La Gaceta de Buenos Aires y El Censor.

OBRAS CITADAS

Alfonso, José A. Camilo Henríquez y sus principios políticos. Chile: Nascimento, 1934.

Donoso, Ricardo. Las ideas políticas en Chile. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1946.

Henríquez, Camilo. Carta a su hermano político Diego Pérez (1810), en línea en “Ideas revolucionarias” en Memoria Chilena. Disponible en http://www.memoriachilena.gob. cl/602/w3-article-92634.html. (Recuperado en 31-01-2021).

—-. “Civilización de los indios”. Escritos políticos de Camilo Henríquez. Silva Castro, Raúl. Santiago de Chile: Universitaria, 1960. Pp. 73-78.

—-. “El Catecismo de los Patriotas”. Escritos políticos de Camilo Henríquez. Silva Castro, Raúl. Santiago de Chile: Universitaria, 1960. Pp.147-154.

—-. “Es preciso ilustrar al pueblo”. La Aurora de Chile (7 de mayo, 1812). Disponible en http://www.auroradechile.cl/newtenberg/681/article-2789.html. (Recuperado en 30-01- 2021).

—-. “Proclama de Quirino Lemáchez”. Escritos políticos de Camilo Henríquez. Silva Castro, Raúl. Santiago de Chile: Universitaria, 1960. Pp. 45–49.

Santini, Benoît. “Traducciones y difusión de las ideas liberales, emancipadoras e ilustradas en los escritos del chileno Camilo Henríquez (1769-1825): defensa de las libertades, lucha por la independencia”. Revue Histoire(s) de l’Amérique latine VII (2012): 1-14.

Silva Castro, Raúl. Fray Camilo Henríquez, Fragmentos de una historia literaria de Chile en preparación. Santiago de Chile: Universitaria, 1950.

Subercaseaux, Bernardo. Historia del libro en Chile : (alma y cuerpo). Santiago de Chile: LOM, 2000.

—-. “Literatura y prensa de la Independencia, independencia de la literatura”. Revista Chilena de Literatura 77 (2010): 157-180.

Téllez Yáñez, Raúl: Fray Camilo Henríquez: El patriota. Chile: Universidad de Chile, 1945. Urbina, José Leandro: Camilo Henríquez. El sueño ilustrado. Santiago de Chile: Editorial Universidad de Santiago de Chile, 2011.

Emilio Vilches Pino

Universidad de Santiago de Chile.