"Las alarmas II" de Barbería Claribel.
Fecha
26 Enero 2022
Fecha de recepción: 14 de marzo, 2021
Fecha de aceptación: 26 de abril, 2021
Wilson, Mike. El púgil. Chile: Lecturas Ediciones, 2018. 125 páginas. Reseña por Javiera Jorquera*
Ambientado en un Buenos Aires postapocalíptico, esta obra del escritor argentino-canadiense- chileno Mike Wilson, fue originalmente publicada el año 2008 y posteriormente reeditada por Lecturas Ediciones el 2018, gracias a su popularidad dentro del campo de la ciencia ficción y al buen recibimiento por parte de la crítica literaria.
El texto nos presenta la historia de “El brujo” Art, un boxeador que es derribado contra la lona nada más terminamos la primera página, dando paso con el llanto del ex-deportista al comienzo de la trama. Inmerso en una sociedad sumergida en la tecnología y la fugacidad, el protagonista se ve enfrentado a sí mismo en medio de un escenario catastrófico, donde el orden de las cosas se ve repentinamente perturbado: las ballenas comienzan a caer del cielo, los aparatos aprenden a hablar y la línea humano-androide se vuelve más difusa. Guiado por su refrigerador verde oliva y con un objetivo claro, el titular púgil se aventura en su “Falcon” por la capital en busca de las piezas faltantes de Hal, su compañero no frost.
Es posible ubicar esta obra dentro del ámbito de las “narrativas de catástrofe”, donde se representa un evento transformador sin previo aviso, trayendo consigo una sensación de ruptura (Aradau y van Munster 9). La novela se encuentra poblada por estos “extrañamientos” que nos dejan con varias preguntas sin respuesta. Sin embargo, las catástrofes son también una oportunidad para crear desde cero, dualidad que encontramos en la narrativa de El púgil, donde a raíz de diversos desastres encontramos el origen de nuevas conciencias e identidades.
Para desarrollar la historia, el narrador se apoya en un variado elenco de personajes que irán tomando parte en el puzzle interno del protagonista, es decir, su memoria. Desde electrodomésticos con IA que se nombran a sí mismos, a lo que parecen ser veteranos samuráis, Art navega en una nueva realidad donde todo va adquiriendo nuevos significados, a medida que la ciudad colapsa a su alrededor. Habituado a no ser capaz de encontrarle sentido a la vida o a su existencia misma, Art se muestra de tal manera que es muy probable que los mismos lectores se vean envueltos en estas interrogantes, pues mientras la trama se desarrolla, se vuelve más difícil distinguir humano de máquina, conciencia de imitación y realidad de memoria.
La novela sigue un ritmo constante, dándole al lector las pausas justas para procesar la lectura; lo interesante es unir las pistas junto a Art y sentir que su mente se va descifrando a través de una ciudad azotada por tormentas, una lavandería automática y edificios que se caen a pedazos.
La trama nos transporta a lo largo de una travesía cyborg que pone en el centro el tema de la autoconciencia: ¿Qué y cómo es “ser real”? ¿Qué define la autenticidad de nuestros lazos? Preguntas como estas no pretenden ser respondidas, lo que quizás es uno de los puntos más atrayentes de la novela, pues nos deja con interrogantes que probablemente no sea posible resolver: “algo se activó en tu mente. las sinapsis vibraron. tu propia mirada quedó grabada en la cerviz. a veces la acaricias. dedos en la nuca. svss…” (Wilson 85).
¿Puede una máquina creer que es algo que no es?”, se pregunta Wilson, (56) sugiriendo con esto una segunda pregunta: ¿podría existir un humano que esté convencido de ser un androide? Desde el inicio del texto el narrador nos plantea sin advertencias la cuestión del humano-androide, materializando la problemática al mencionar la conocida prime directive: “Directiva I: un androide jamás le causará lesión a un humano. Directiva II: un androide obedecerá a su humano, siempre y cuando no viole la directiva I. Directiva III: un androide se protegerá de cualquier daño, siempre y cuando no viole las primeras dos directivas” (Wilson 28).
A raíz de estas directrices, comenzamos a analizar ciertos personajes y sus acciones, pues parte de la lectura se funda en seguir nuestra intuición para tratar de prever el rumbo de la trama. Todo esto vuelve sobre el ya referido concepto de autoconciencia: “La verdad, Major Tom, es que sé imitar la autoconciencia tan bien que había logrado engañarme a mí mismo” (Wilson 87). ¿Estamos seguros de que somos reales? ¿Cómo podemos saber, a ciencia cierta, que no somos parte de una simulación, o que no somos una especie de autómata hiper avanzado, capaz de imitar el organismo humano, como el refrigerador Hal?
Incluso podríamos reformular estas preguntas hacia otros ámbitos: ¿Cómo podemos estar seguros de que todas las personas que hemos conocido eran efectivamente seres humanos? ¿Qué es “ser real”?
¿Una conciencia? ¿La capacidad de sentir? En ese caso un androide que ha aprendido a imitar la conciencia humana al punto de poder generar sus propias respuestas frente a nuevos estímulos, ¿Lo podríamos considerar “real”? ¿Un androide capaz de llorar, merece la compasión humana? ¿Un androide que ha vivido como humano desde siempre, sigue siendo un androide?
Wilson plantea estos cuestionamientos posthumanos, propios de un “Pinocho futurista” cada vez que puede, transformando el libro en una travesía que se disputa entre la moral y la lógica, donde es casi imposible decidirse por una sola respuesta: “El día que terminé de rearticular la máquina no supe bien lo que había creado, pero sabía que era algo bello” (Wilson 92).
¿Es posible “rearticular la máquina”, como intentan Hal y Art? ¿Convertirse en el “cuarto hombre”? En el mundo de El púgil la línea humano-androide es un tema casi tabú para aquellos humanos que sobrevivieron la tormenta, pues parecen ser capaces de ver una barrera que el protagonista ha olvidado hace ya tiempo. Aquél que intenta traspasar los límites del androide es calificado recelosamente como “el cuarto hombre”, quizás porque son conscientes de las consecuencias que podría traer la tan temida “rearticulación”: “Cuatro. Había una vez un hombre que, al rearticular los compactadores de basuras que tanto odiaba, creó una máquina que…” (Wilson 64).
Repleta de referencias musicales y literarias -solo por mencionar algunas, destacamos: El Eternauta, Billie Holiday, Kilgore, Joy Division, 2001: Space Odyssey y Artificial Intelligence– , la obra nos da la sensación de ubicarse en imaginarios cercanos a Blade Runner, Ghost in Shell y algunos capítulos de Black Mirror, todo en un escenario latinoamericano catastrófico muy contemporáneo que grita cyberpunk.
Wilson presenta una narrativa bien lograda, captando la atención del lector y convirtiendo a El púgil en un representante latinoamericano del género, por lo que no sorprende su reedición después de 10 años. Con un ritmo veloz y constante, la obra nos lleva a cuestionarnos la veracidad de lo que conocemos, cuántas cosas consideramos reales en base a nuestros parámetros humanos y cuál es el límite de la conciencia en un mundo donde la inteligencia artificial parece no estancarse. El púgil nos invita a plantearnos estas interrogantes y mantener abierto el debate de lo real y lo programado, para continuar expandiendo nuestros límites y quizás, en un futuro, tratar de “rearticular” la máquina: “¡Basta! Aparato de mierda. ¡No sos nada vos! ¡Sos una cagada de refri! Lo único que tenías que hacer era enfriar mi puta comida. Pero no. Vos no. Tenías que salir con todo esto. ¡Basta!” (Wilson 108).
Obras citadas
Aradau, Claudia y Van Munster, Rens. Politics of Catastrophe: Genealogies of the Unknown. London: Routledge, 2011.
Wilson, Mike. El púgil. Santiago: Lectura Ediciones, 2018.
Javiera A. Jorquera Valenzuela
Estudiante de Pedagogía en Castellano y Comunicación de la Universidad de la Frontera.