Revista ZUR

Revista ZUR - Volumen 4, N°1
Artículos

Nostalgia por la patria en versos. Alemania. Cuento de invierno de Heinrich Heine

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"Serie - El desgaste de las sombras" de Leonardo Cortina

Autora

Universidad Autónoma de San Luis Potosí

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Fecha

31 de Julio 2022

Autor

Universidad Autónoma de San Luis Potosí

01 Agosto 2022

Fecha de recepción: 23 de diciembre, 2022.

Fecha de aceptación: 3 de mayo 2022.

“Yo soy un poeta germano, y, me conocen bien; citando los nombres más grandes, al mío se cita también. Son parte también de la patria mi mal, mi vergüenza y pesar; nombrando el dolor de Alemania, al mío lo habrán de nombrar”.

Heinrich Heine

1. Introducción

Deutschland. Ein Wintermärchen (Alemania. Cuento de invierno, 1844), es un poema épico-satírico del escritor judío-alemán Heinrich Heine (1797 Düsseldorf – 1856 París), en el cual describe imágenes y pensamientos del viaje que realizó de París a Hamburgo en el invierno de 1843. El título alude sin duda a la obra –que le antecede– de Shakespeare Winter’s Tale (1623), semejante a su poema “Atta Troll: Ein Sommernachtstraum” (“Atta Troll: Sueño de una noche de verano”), escrito entre 1841 y 1846. Deutschland. Ein Wintermärchen se trata de un breve poema satírico compuesto por Heine en veintisiete capítulos con un complemento y un prefacio en prosa en el que el autor alemán expone los orígenes de la obra, compuesta en 1841 y publicada en partes en el Elegante Zeitung y en compendio en 1847, como respuesta a las acusaciones de inmoralidad, jacobinismo y carencia de sentimientos. Heine polemizó con sus detractores durante años, desde su destierro parisino hasta desahogarse en este poema, aislándose temporalmente en una creativa y fría soledad lejos de casa en París. Consideraba que los gobernantes debían fungir como pilares en la búsqueda de la emancipación de los pueblos oprimidos y en hacer posible la fraternidad humana. No es casualidad que haya colaborado con Karl Marx en Die neuerheinische Zeitung (El nuevo diario renano).

La primera edición es de 1844, la cual fue censurada de inmediato en prácticamente todo el territorio germano, dándole –como suele suceder– un creciente interés y fama a la obra y a su autor. Ya desde 1830 y durante la Restauración (Metternich) en Alemania, la censura alcanzaba todos los rincones, por lo que un año más tarde Heine decide emigrar y exiliarse en Francia. En 1835, por un decreto, la Convención Federal Alemana prohibió sus obras y las del llamado movimiento literario conocido como Junges Deutschland (Joven Alemania). Las autoridades basaron dicha prohibición en el hecho de que, según ellos, los “Alemanes Jóvenes” atacaban la religión cristiana de la manera más imprudente, degradando las condiciones existentes e intentando con sus obras destruir toda disciplina y moralidad, haciendo estas, además, accesibles a toda clase de lectores. Y no estaba la censura y persecución equivocada del todo, puesto que el movimiento produjo poetas, pensadores y periodistas en su mayoría contrarios a la introspección y particularismo del Romanticismo, el cual era visto como apolítico, “principio epocal” contrario al activismo que la floreciente inteligencia alemana requería –Hegel, influyente, admirado y profesor con gran cantidad de adeptos, incluido.

La “Joven Alemania” consistió en un grupo libre de escritores alemanes a cuya existencia como movimiento literario, se les puede agrupar entre aproximadamente 1830 y no después de 1850. Este estuvo conformado por jóvenes como Heinrich Heine, Ludolf Wienbarg, Ludwig Böme, Karl Gutzkow y Georg Büchner, principalmente, aunque podrían incluirse a otros como Willibald Alexis, Adolf Glassbrenner y a Gustav Kühne, quienes consideraban a la literatura más que como un fin en sí misma, un artefacto ideológico al servicio de intereses políticos y sociales. Se vivían tiempos de agitación, insurgencia y la amenaza constante de revuelta y revolución en gran parte de Europa, Alemania incluida, preocupaba a la población.

A la “Joven Alemania” –imitación del movimiento de inspiración europea para Italia por Mazzini y similar al de Irlanda, también– se le consideraba peligrosa por su visión progresista. Como ejemplo de lo anterior tenemos que, en virtud de la política de asistencia obligatoria a la escuela de las décadas anteriores en los diversos estados alemanes, el alfabetismo público implicó que se tuviera como resultado “un exceso de hombres cultos” que, el imperio no estaba dispuesto ni en posibilidades de aceptar ni de subsumir respectivamente para finales de la década de los años 20 y principios de los 30, surgiendo así las llamadas “profesiones libres” en paralelo con el boom de los diarios y periódicos. La prensa y la opinión pública se deleitaban y disputaban las notas y discursos que pululaban en los bares, cafés, universidades, burdeles y otros lugares donde los literatos mantenían fecunda y asidua presencia.

Las guerras de independencia y de liberación en América y otros lugares en el mundo durante el siglo XIX despertaron los ánimos e intereses de estos creadores artísticos por incrementar sus propias libertades de todo tipo y en todas las esferas sociales. Luego del alzamiento que ocurrió en 1813 en Alemania, Goethe, particularmente interesado en la naturaleza y el mundo como uno solo y sin fronteras, vio en la literatura el puente por el cual la humanidad entera debían cruzar y movilizarse más allá de las fronteras nacionales que venían remarcándose cada vez de mayor manera por aquellos días. Esta perspectiva influyó de manera importante en la reevaluación del pasado inmediato, tanto respecto al medioevo europeo como oriental.

Goethe, por ejemplo, se interesó por el poeta persa Hafis (1300-1389), influencia significativa sin duda para que el literato alemán escribiese sus poemas Westöstlicher Diwan (Diván occidental-oriental, 1819), en los que los diversos cursos de la muerte, las resurrecciones y lo supratemporal tienen una presencia importante, además de alejarse de lo meramente mundano y contingente, abriéndole paso, de esta manera, a autores como el mismo Heine y otros como Chamisso, Rückert, Platen, entre otros. La versión definitiva de Wilhelm Meister Wanderjahre (Los años de peregrinaje de Wilhelm Meister, 1829), anticipa ya el advenimiento de su utópica “provincia pedagógica”, en el que la comunidad (Gemeinschaft) más que la sociedad (Gesellschaft) de individuos cobraría importancia, sobre todo en Alemania. Las masas buscan valores eternos que valgan en todo espacio y tiempo para el hombre colectivo activo y en movimiento, a diferencia del individuo que medita y al que le resulta suficiente la naturaleza.

El disgusto frente a los valores, principios y fines de la época condujo a quienes serían conocidos como los Románticos a buscar otros ideales y valores en Oriente, en el pasado clásico grecolatino, en la Edad Media y en las culturas exóticas lejanas. Lo popular es revaluado y el estudio del lenguaje y las lenguas se convierte en un tema para quienes investigaban científicamente los fundamentos de la poesía, como Novalis. El juego, la experimentación, la creación libre y el flujo lírico del pensamiento/lenguaje cobraron importancia, logrando así encontrar cierta calma temporal en la vida social, política y cultural, aunque no por mucho tiempo.

Va a ser en la figura de Heine donde van a catalizarse los afanes de la Junges Deutschland, siendo este su máximo representante y para muchos considerado el último de los Románticos alemanes. Judío converso y atraído por las doctrinas protestantes, siempre mostró un gran interés en la figura de Cristo, se sintió atraído por las ideas socialistas – tanto utópicas como científicas– y practicó la ironía magistral e inteligentemente, mostrando gran agudeza crítica. La entrada de Napoleón (Gólem-Libertador de los judíos) en Düsseldorf, su ciudad natal, lo marcó de por vida. Ni siquiera el nazismo pudo borrar sus líneas y fragmentos, teniendo que presentarlo con la etiqueta “autor desconocido”, a pesar de haberse bautizado en 1827, año en que escribiría Buch der Lieder (Libro de los cantares), obra que lo elevaría como el más grande lírico de su generación y por supuesto, del movimiento literario –aunque su máxima altura como lírico la alcanzó hacia el final de su vida en Romanzero (1851). Estos “cantares” serían posteriormente ambientados por Robert Schumann en su Dichterliebe, en particular su Die beiden Grenadiere (Dos granaderos). Por su parte, Franz Schubert creó algunos poemas para la composición de una serie de canciones conocida como Schwanengesang.

En 1826, publicó su primer libro, titulado Reisebilder (Cuadernos de viaje), volviéndose de inmediato famoso. Prosa alusiva a sus años de juventud y en donde la naturaleza pervive en constante exaltación. Motivo, elementos y temática que continuaría en Harzreise (Viaje por el Harz) y en Italienische Reise (Viaje por Italia). Para fines de 1830, luego de participar en la Revolución de 1830 y exponer su defensa de los principios y derechos democráticos que Alemania requería, se ganó el destierro, desde donde siempre amó y criticó a ambos pueblos. De hecho, salvo dos viajes que realizó de manera clandestina a Alemania, no volvió a abandonar Francia.

A fines de 1843, Heine regresó a Alemania durante unas semanas para visitar a su madre y a su editor Julius Campe en Hamburgo. En este viaje de regreso tomó forma el primer borrador de Deutschland. Ein Wintermärchen. Esta obra fue publicada en 1844 por Hoffmann y Campe en Hamburgo, en concordancia con las regulaciones de censura de los “Decretos de Carlsbad” de 1819, contando con la suerte de que los manuscritos –más de veinte folios– no cayeran bajo el escrutinio del censor, publicándose junto con otros poemas en un volumen llamado Nuevos poemas. Fue hasta el 4 de octubre de 1844 que el libro fue prohibido en Prusia. El 12 de diciembre de 1844, una orden de arresto contra Heine fue emitida por el rey Federico Guillermo IV. En los años siguientes, luego de que había pasado por ser publicada con acotaciones y supresiones, la obra fue censurada por completo. Incluso el mismo Heine se vio obligado a acortarla y reescribirla. Irónicamente, la censura de las obras de Heine, en particular Alemania. Cuento de invierno, sirvió como propaganda para hacer de esta una de las tantas razones de su rápido y creciente éxito. En 1846, cayó enfermo gravemente y desde 1848 permaneció postrado en cama –“tumba acolchonada” solía llamarle– hasta su muerte acaecida en una mañana fría invernal del 17 de febrero de 1857.

2. Deutschland. Ein wintermärchen

 Heinrich Heine fue un maestro del estilo natural de las letras sobre el tema del amor. En sus obras abordó las preocupaciones políticas e ideológicas de su época desde una perspectiva crítica y aguda, a diferencia del lirismo, el naturalismo melancólico y los escenarios e imágenes idílicos que Schubert recreó. Este último moriría en 1828.

El ciclo de poemas de Wilhelm Müller versa sobre el amor perdido, mientras que, el ciclo de canciones de Schubert consiste en una obra imperecedera que incorpora una declaración trágica sobre el amor perdido, como parte inexpugnable de la condición humana. Winterreise de Heine, trata sobre el exilio del corazón humano y la invencible necesidad iterada de autorreconciliación. Por su parte, en Deutschland. Ein Wintermärchen, Heine transfiere el tema al escenario político internacional europeo, motivado por supuesto, por su propio exilio en París, habiendo tenido que abandonar su corazón en tierras germánicas, lo cual lo lleva a padecer esa enfermedad tan alemana conocida como “Heimatssehnsucht”, o añoranza por la patria, y el dolor que le acompaña: “Heimatsweh”, o dolor por la patria.

Es así y como parte de su sintomatología, que Heine se propone preparar las puntas de sus flechas cargadas de sátira e ironía, tan inteligentes como dolientes del trágico tintero inagotable en el cual baña su pluma. El hecho de que la poesía de Heine se identifique de manera evidente con Schubert ocurre en diversos planos, algunos de ellos ya mencionados y relativos al amor, el dolor y la nostalgia, la naturaleza como fuente de inspiración y refugio, pero también se comunican al relacionar su arte con el sufrimiento existencial como efluvio de lamentos, lo cual lo lleva a transformar el lamento de Müller en un lamento por Alemania, como Sócrates lo hizo por su amada y decadente Atenas. En el Prólogo, fechado el 17 de septiembre de 1844, leemos:

EL POEMA QUE SIGUE lo escribí en el mes de este año en París, y el aire libre de aquel lugar penetró en alguna estrofa con mayor agudeza de la que yo propiamente deseaba. No dejé de suavizar al momento y de eliminar cuanto pareciera incompatible con el clima alemán, pero ello no impidió que, cuando envié el manuscrito en el mes de marzo a mi editor de Hamburgo, aun se me plantearan numerosas consideraciones y objeciones […] Con esta misión y dominio universal de Alemania sueño a menudo cuando paseo bajo los robles. Éste es mi patriotismo […] Una palabra más. El Cuento de invierno constituye la última parte de los Nuevos poemas que están a punto de aparecer en este momento […] Para poder realizar una edición separada, tuvo que presentar mi editor el poema a las autoridades supervisoras para una diligencia especial, y las consecuencias de esa ilustre crítica han sido nuevas variantes y supresiones. (Heine 9-12)

La estructura que se sigue a continuación es la de recorrer la obra desde el inicio hasta el final, siguiendo la composición de la versión española con notas y traducción de Jesús Munárriz (con catorce xilografías de Gerhard Kurt Müller y quince dibujos de Fernando Gómez), edición bilingüe de Hiperión, publicada el 2009. Esta viene estructurada de acuerdo con la terminología “Caput”, como otras suelen emplear “Capítulo” o “Sección”. Respetaremos la primera por ser la versión y traducción que tenemos a la mano.

En los Caput I y II, constatamos principalmente mucho de lo que se ha mencionado en gran parte en los últimos párrafos de este texto y que no son otra cosa que el leit motiv de la obra en su conjunto. En el Caput I, cuando después de varios años de exilio –real e imaginario– en París, Heine volvía a Alemania, leemos:

Fue en el triste mes de noviembre / -los días se agrisaban, / Deshojaba el viento los árboles- / Cuando viajé a Alemania. / Y cuando llegué a la frontera / Sentí un palpitar más fuerte / En mi pecho; incluso creo que / Empezaron a gotear mis ojos. / Y al oír la lengua alemana / Sentí una cosa extraña: / Creo que era como si el corazón / Sangrara muy a gusto. /[…] / La virgen Europa se ha prometido / Al hermoso genio de la libertad; / Yacen uno en brazos del otro, / Saborean su primer beso. / […] / Desde que pisé suelo alemán / Corren por mí mágicas savias: / El gigante ha vuelto a tocar a su madre / Y le resurgen las fuerzas. (17-23)

En el Caput II, previendo las persecuciones y censuras de las cuales viene siendo objeto, el poeta alemán se expresa precisamente sobre los pensamientos peligrosos que el régimen ha apresurado a señalar sobre su obra (31) y urge a la imperiosa necesidad de unidad del pueblo germano en torno al espíritu alemán, el cual se enfrenta a los poderes políticos del interior del país y a parte del continente europeo rodeado de potencias extranjeras:

¡Ah, necios que buscáis en mi maleta! / ¡Ahí no encontraréis nada! / El contrabando que conmigo viaja / Lo escondí en la cabeza. / […] / ¡Y muchos libros llevo aquí! / Os lo aseguro, mi cabeza / Es un nido en el que gorjean / Los libros confiscables. / “La Unión Aduanera” –observó– / “Cimentará nuestra nacionalidad, / Ella agrupará en un conjunto / La patria hecha añicos. / Nos da la unidad exterior, / La así llamada material; / La de espíritu, la auténtica unidad / De ideas, nos la da la censura. / Nos da la unidad interior, / Unidad de pensar y de repensar; / Una Alemania unida nos hace falta, / Unida por fuera y por dentro.” (27-31)

En el Caput III, eufórico, pisa suelo alemán llevando consigo apenas camisas, pantalones y pañuelos de bolsillo en su equipaje, pero en su cabeza “un gorgojeo de pájaros” –nido de libros susceptibles de ser confiscados–, le anuncian el interior de la patria: Aquisgrán, Stuttgart a la vera del río Néckar, alusiones al romántico Tieck y coordenadas medievales al toparse nuevamente con el ejército prusiano:

En Aquisgrán, en la vieja catedral / Yace enterrado Carlomagno. / (No hay que confundirlo con Carlo / Mayer, que vive en Suabia.) / […] / En Aquisgrán se aburren los perros / En la calle y sumisos suplican: / Danos, oh forastero, un puntapié, / Tal vez eso nos distraiga un poco. / En aquel poblacho aburrido / Deambulé una horita. / Volví a ver uniformes prusianos, / No han cambiado mucho. / […] / Siguen siendo los mismos tarugos pedantes, / Los mismos ángulos rectos / En cada movimiento, y en el rostro / La congelada petulancia. / […] / ¡Sí, sí, me gusta el caso, demuestra / un ingenio agudísimo! / ¡Es una ocurrencia regia! / ¡Tiene mucha agudeza, mucha punta! / […] / Y al hombre honrado que derribe / Al pajarraco, le investiré / Con cetro y corona. Sonará la banda / Y gritaremos: / ¡Viva el rey! (41)

En el Caput IV, toca el turno de una Colonia (Köln) invernal, en donde aprovecha para hacer mofa del atraso en el que considera aun vive la sociedad de dicha ciudad, la cual ha dedicado durante siglos sus energías y pensamientos a la construcción de una catedral de la cual se sienten sumamente orgullosos, aunque su fin no resulte evidente para generaciones enteras que allí han habitado desde el corazón temporal de la Edad Media. Heine consideraba que el hecho de que su edificación se viese interrumpida durante la Reforma era una clara muestra de la necesidad de superar la tradición y la infancia intelectual –y espiritual– por parte de los alemanes.

Las casas de piedra me miraban / Como si quisieran contarme / Leyendas de tiempo idos, historias / De la santa ciudad de Colonia. / Sí, antes aquí la clerecía cultivaba su pía manera de ser, / Aquí mandaban los oscurantistas / Que describió Ulrico de Hutten. / El cancán de la Edad Media aquí / Lo bailaban monjas y frailes; / Aquí escribió Hochstraaten, el Menzel de Colonia, / Sus venenosas denunciejas. / La llama de la pira de leña aquí / Devoró libros y hombres; / Y repicaron las campanas / Y se cantó el Kirieleisón. / La necedad y la maldad se apearon aquí / Como los perros en plena calle; / A la camada de sus nietos aún se le reconoce hoy / Por su odio confesional. / […] / En balde tocará el gran Franz Liszt / A beneficio de la catedral; / Y en vano declamará / Un rey de talento. / No se acabará la catedral de Colonia, / Aunque los chiflados de Suabia / Hayan enviado para su construcción / Todo un barco lleno de piedras. / […] / Sí, incluso llegara una época / En que, en lugar de terminarla, / Será empleado su interior / De establo para los caballos. (47-51)

En el Caput V el poeta arriba al Rin, al que refiere como su padre y por el cual siente nostalgia y anhelo, sentimientos, ambos, que pueden tratarse en alemán como sinónimos: sehnsucht. Se trata del río con el cual los alemanes se sienten más identificados. Signo de la ancestralidad, la calma, la sabiduría, el dios vidente que atraviesa todos los tiempos pasados y por venir, aquí es representado como un anciano triste, enfadado por el cacareo improductivo que se gesta alrededor de lo que significa la identidad germánica. No siente necesidad de volver a donde los franceses, pues considera que estos se han vuelto afectos a la lectura de Hegel, Kant y Fichte, además de beber cerveza.

Y cuando llegué al puente del rin, / Junto al fortín del puerto, / Vi cómo fluía el padre Rin / A la plácida luz de la luna. / ¡Oh, padre mío Rin, saludos! / Dime, ¿cómo te ha ido? / Muy a menudo pensé en ti / Con nostalgia y anhelo. / Así hablé, y entonces en el fondo del agua / Escuché sonidos extrañamente malhumorados, / Como carraspeos de un viejo, / Un gruñido y un tierno gemido: / Bienvenido, hijo mío, me alegra ver / Que no me has olvidado. / Trece años hace que no te veo; / A mí, entretanto, me ha ido mal. / […] / Que no soy pura doncella / Bien lo saben los franceses; / A menudo han mezclado con mis aguas / Sus aguas de vencedores. / […] / Ahora filosofan y suelen hablar / De Kant, de Fichte y de Hegel, / Fuman tabaco, beben cerveza, / Y más de uno juega a los bolos. / […] / Queda tranquilo, Padre Rin, / No pienses en malas coplas, / Pronto oirás un canto mejor… / Sigue bien, pronto nos veremos. (57-63)

En el Caput VI, Heine pone al lector frente al liktor, demonio del poeta y doppelgänger fantasmagórico, siempre presente y acompañándole en tanto porta un hacha bajo su manto, en espera de fungir como verdugo, cumpliéndose así las sentencias judiciales que sobre el autor alemán pesan en territorio germano. Se lee en las estrofas la clara convicción de Heine sobre la importancia de ser leal y fiel a los principios y valores que como persona se poseen frente a los intereses del poder, sin importar el tipo de régimen o ideología predominantes. El yo lírico le responde a la figura sombría: “Ante el cónsul llevaban un hacha / En Roma, en épocas antiguas. / También tú tienes un líctor, pero a ti / Te llevan el hacha detrás. / Yo soy tu líctor y camino siempre / Detrás de ti con la reluciente / Hacha de verdugo… yo soy / El efecto de tus pensamientos” (73).

En el Caput VII el relato inicia mientras el yo lírico cae profundamente dormido tan pronto llega a casa, resaltando los atributos de las camas alemanas de plumas, en nada comparables con la aspereza de los “duros jergones” franceses de su exilio. El hablante deambula por la ciudad de Colonia, enalteciendo el virtuosismo del sueño que solo los alemanes, a diferencia de rusos, británicos y franceses, poseen y que los hace invencibles. El ambiente está inundado de muerte, noche, silencio y oscuridad, ofreciéndole al liktor la señal que anuncia una sentencia de muerte, la cual es llevada a cabo tan pronto arriba a la Catedral dirigiéndose al Santuario de los Tres Reyes, donde “destroza los pobres esqueletos de la superstición sin compasión” (77).

Me fui a casa y dormí tal cual / Si me hubieran acunado los ángeles. / Se descansa tan blandamente en las camas alemanas / Porque son camas de plumas. / […] / La tierra es de franceses y rusos, / Y el mar de los británicos, / Pero en el aéreo reino del sueño / Poseemos el dominio indiscutible. / Ahí ejercemos la hegemonía, / Ahí somos invencibles; / Los otros pueblos sólo se han / Desarrollado a ras de tierra… / Y al dormirme empecé a soñar, / Volví a vagar a la clara luz / De la luna por las calles resonantes / De la muy antigua Colonia. / […] / Se acercó entonces y con el hacha / Destrozó los pobres esqueletos / De la superstición, los echó / Abajo sin compasión. / Retumbaba el eco de los hachazos / Espantoso en todas las bóvedas, Chorros de sangre brotaban de mi pecho / Y de repente… desperté. (77-87)

En el Caput VIII comenta haber viajado de Colonia a Hagen. En el trayecto informa sobre el tiempo meteorológico, la temperatura y las condiciones del camino. Asimismo, describe su paso por la ciudad de Mühlheim y los recuerdos que sobre la gente de dicho lugar conserva. Entre estos últimos rememora el antiguo entusiasmo que solía despertarle la figura de Napoleón Bonaparte, en el cual Heine supuso la posibilidad de la libertad universal. Heine asistió a los funerales de éste en París en 1840 en Les Invalides. En el Caput IX, abandonando Colonia y llegando a Hagen, el poeta se entretiene en las delicias de la cocina, comentando con cierto tono satírico acerca de recuerdos gastronómicos como el del chucrut preparado en casa. En el Caput X, expone virtudes y consejos sobre Westfalia y sus habitantes en su acostumbrado tono satírico. En el Caput XI, basándose en el mismo ejercicio realizado y plasmado por Tácito (55 d.c.-120 d.c) en su antiguo y memorable texto De origine et situ Germanorum (Sobre el origen y territorio de los germanos), conocido también como Germania, describe a los germanos y a su país, como es el caso del bosque de Teutoburgo. En este mismo apartado echa a andar la imaginación y fantasea sobre la posibilidad hipotética de que Hermann, príncipe de la tribu germana de los cheruscanos o queruscanos, de (los) Cherusci (también conocido como Cayo Julio Arminio [16 o 17 a. C. a 21 d. C.]), germano de nacimiento, pero ciudadano romano, no hubiera vencido a los romanos. Las consecuencias se pueden adivinar con facilidad: la cultura romana habría transculturizado la vida cultural y espiritual de Alemania. En este mismo apartado, Heine aprovecha para atacar la “política cultural” de Friedrich Wilhelm IV, el “Romántico en el Trono”, incluyendo nombres como Raumer, Hengstenberg, Birch-Pfeiffer, Schelling, Maßmann, Cornelius, entre otros, los cuales vivían en Berlín.

En el Caput XII, mientras el carruaje se descompone por la noche en el bosque y los pobladores del lugar le ofrecen una serenata, juega satíricamente con la metáfora fabular de los lobos y los corderos y sus respectivas vestiduras de las cuales hay que despojar y despojarse, en alusión a él mismo como poeta polémico y crítico con relación a la autoridad que lo proscribe y los otros autores que dócilmente se dejan devorar por el lobo:

Son los lobos, aúllan salvajes / Con voces muertas de hambre. / Cual luces en la oscuridad / Arden sus ojos llameantes. / Sabían de mi llegada, seguro, / Las bestias, y en honor mío / Iluminaban el bosque / Y cantaban sus corales. / […] / “¡Hermanos lobos! Hoy soy feliz / De estar entre vosotros / Donde tantos nobles corazones / Me aúllan con cariño”. / […] / Yo soy un lobo y siempre / Aullaré con los lobos… / Sí, contad conmigo y ayudaos a vosotros mismos, / ¡entonces también Dios os ayudará! (121-25)

En el Caput XIII el paradero del escritor de Reisebilder (Cuadernos de viaje) es Paderborn. Entre la niebla en el camino se encuentra con un crucifijo. En los Caput XIV y XV, Heine, tránsfugo onírico y ciudadano del mundo (weltbürger) –cosmopolita, en sus propias palabras– tiene un encuentro con Friedrich Barbarroja en el monte Kyffhäuser, donde, según la leyenda, está enterrado el Emperador Barbarroja. No es de extrañar que el mítico emperador alemán se presente, a pesar de su aspecto espectral, como un retrasado mental en función de su avanzada edad. Hay polillas, humedad, Alemania se muere joven y de nada. Alemania debe despertar:

“Sigue sin haber suficientes” / Dijo al fin enfadado; / “Soldados y armas tengo bastantes / Pero aún me faltan corceles. / Esperaré hasta completar la cifra, / Entonces atacaré y liberaré / A mi patria y a mi pueblo alemán / Que fielmente me espera.” / Dijo el emperador; yo le repliqué: / Ataca ya, viejo camarada, / Ataca y si no tienes bastantes caballos / Toma en su lugar asnos. / Barbarroja respondió riendo: / “El ataque no es cuestión de prisa, / No se construyó Roma en una hora, / Lo bien hecho, tiempo precisa. / Quien no llega hoy, llegará mañana, / Despacio crecen los robles, / Y chi va piano, va sano, así dice / El refrán del imperio romano.” (153-55)

En los Caput XVI y XVII el hablante se transporta acompañado del Emperador Barbarroja a un tiempo situado entre la Edad Media y la Edad Moderna, pasando por la Guerra de los Siete Años (1756-1763), el compositor Moisés Mendelssohn, la condesa Dubarry (favorita de Luis XV), Abraham, la guillotina, los bufones de la vieja Alemania y la asociación de estudiantes. Lapso entretejido por la mentira y lo superfluo. Cierra este apartado Heine, convencido: “Considerando detenidamente el asunto, no nos hace falta ningún emperador” (167); “La espada para los nobles, la soga para los burgueses, y los aldeanos al trullo” (173). Vuelve a toparse con los malos tratos de la policía prusiana en Minden lo que lo lleva a evocar el sueño de venganza frente a la “demencia gótica y [el] fraude moderno”, al final del Caput XVIII (183). En el Caput XIX visita la casa donde nació su abuelo en Bückeburg y luego va a Hannover.

Paré en la ciudad de Bückeburgo / Para contemplar el lugar de origen / En que nació mi abuelo; / La abuela era de Hamburgo. / […] / Llegué a Hannover al mediodía / Y me hice limpiar las botas. / De inmediato fui a ver la ciudad, / Me gusta viajar con provecho. / […] / A veces le veo, se suele quejar / De su aburrido empleo, / Su empleo de rey, al que ahora aquí / En Hannover está condenado. (187-89)

En el Caput XIX se menciona un encuentro con el rey Ernesto Augusto de Hannover, quien “acostumbrado a la vida en Gran Bretaña” (191) queda a salvo por la falta de valor de sus amigos y detenido por el tiempo mortal y aburrido de la vida palaciega. Se hace alusión al incidente de la violación de la constitución por parte del rey Ernst August en el año 1837, a quien se opusieron siete profesores de Göttingen. Llegando al Caput XX, Heine está próximo a concluir su viaje. Se detiene en Hamburgo para visitar a su madre, quien lo aborda entre halagos y preguntas, feliz de verlo sano, vivo y frente a ella en casa. Él, mientras tanto, evade sus preguntas de manera más descarada conforme avanza el poema, como puede apreciarse explícitamente en la última estrofa:

“¡Hijo mío querido, trece años / han pasado sin vernos! / Seguro que tienes mucha hambre… / Di, ¿qué quieres comer? / Tengo pescado, también ganso / Y hermosas naranjas.” / Así que me dio pescado y ganso / Y hermosas naranjas. / […] / “¡Hijo mío querido! ¿Te cuidan también / con cariño en el extranjero? / ¿Sabe tu mujer llevar la casa / y remendarte medias y camisas?” / […] / “¡Hijo mío querido! ¿en qué país / se vive mejor? / ¿Aquí o en Francia? ¿Y a qué pueblo / le das tu preferencia?” / […] / “¡Hijo mío querido! ¿Cómo piensas ahora? / ¿Sigues sintiendo inclinación / por la política? ¿A qué partido / perteneces por tus convicciones?” / Las naranjas, querida mamá, / Están buenas, y con verdadero placer / Sorbo su dulce jugo, / Pero dejo la piel a un lado. (195-99)

En los Caput XXI y XXII el poeta se encuentra en Hamburgo en busca de personas conocidas y que habitan su memoria en forma de recuerdos, así como lugares que le resultan familiares. En el primero de estos menciona sus Reisebilder, mientras que en el segundo afirma que los judíos de la ciudad “se dividen en dos partidos diferentes” (217), lo cual realiza con clara perspicacia crítica y sarcástica de su propia tradición y cultura: “Los nuevos comen carne de cerdo, / Se muestran insumisos, / Son demócratas; los antiguos son / Mucho más aristosarnosos. / Me gustan los antiguos, me gustan los nuevos, / Pero juro, por el Dios eterno, / Que aún me gustan más ciertos pescaditos: / Los llaman arenques ahumados” (219).

En el Caput XXIII se deshace en alabanzas a la ciudad de Hamburgo y a su editor, Julio Campe, con quien disfrutó de las mejores ostras y vinos del Rin. En el Caput XXIV, describe un encuentro con el “Gabinete de Hammonia”, algo así como los genius loci de Hamburgo. Acontece una especie de ritual en el cual el poeta eleva una promesa solemne frente a la “diosa” al estilo del Antiguo Testamento, en el que “¡después de haber estado bebiendo ron!” (245), esta le promete mostrarle Alemania en un tiempo futuro, dejándole inundado por la nostalgia y la añoranza de tiempos pasados.

Añoraba el humo azulado / Que se elevaba de las chimeneas alemanas, / Los ruiseñores de la baja Sajonia, /Los tranquilos hayedos. / Añoraba incluso aquellos sitios / –estaciones dolorosas– / En que cargué la cruz de la juventud / Y mi corona de espinas. / Quería llorar donde antes / Lloré las más amargas lágrimas… / Creo que se llama amor a la patria / A esta tonta añoranza. / […] / Sí, estoy enfermo, y tú podrías / Aliviar mucho mi alma / Con una buena taza de té; / Pero añádele algo de ron. (241-45)

En el Caput XXV, la “diosa”, luego de prepararle el té en el cual había echado el ron (el cual ella misma se tomó, sin rastro de té), deposita su cabeza sobre los hombros del poeta y le dice suavemente:

“A veces me ha preocupado / Pensar que vives en la inmoral / París si la menor vigilancia / Entre aquellos frívolos franceses. / Andas vagabundeando por allí / Y ni siquiera tienes a tu lado / A un leal editor alemán / Que como mentor tuyo te prevenga y te guíe. / […] / Nunca se estuvo tan mal en Alemania / Pese a todos los apuros momentáneos… / Créeme, nadie ha muerto de hambre / En una cárcel alemana. / […] / También nuestra poesía / Se extinguirá, ya está un poco extinguida; / Junto a otros reyes morirá / El rey moro de Freiligath. / […] / Lo que no enseñé nunca a ningún mortal / Quisiera enseñártelo a ti: / El futuro de tu patria… / Pero ¡ay, eres incapaz de callar!” / ¡Dios mío, oh diosa! –exclamé encantando–, / Sería mi mayor satisfacción, / Déjame ver la Alemania futura… / Soy un hombre, y discreto. (249-55)

Con el Caput XXVII concluye Alemania. Cuento de invierno. El tono se mueve entre la esperanza universal (humanística) y la decepción nacional (alemana).

El resto de lo que pasó / En aquella noche maravillosa / Os lo contaré en otra ocasión, / En los cálidos días de estío. / La vieja casta de los hipócritas / Hoy, gracias a Dios, desaparece, / Poco a poco se hunde en la tumba, / Muere de la enfermedad de su mentira. / Crece ya un nuevo linaje / Sin afeites y sin pecados, / De pensamiento libre, de placeres libres, / A él le anunciaré todo. / Ya brota la juventud que comprende / El orgullo y la bondad del poeta / Y se templa en su corazón, / En su ánimo solar. (275)

En las últimas estrofas Heine menciona a Cristo. Le habla al rey de Prusia de frente y rinde honores a Aristófanes y Dante, representantes de la tradición:

Al Aristófanes de verdad / Le iría mal, al pobre; / Pronto lo veríamos acompañado / Por coros de gendarmes. / […] / ¡Oh rey! Te tengo en buen concepto / Y quiero darte un consejo: / No honres sólo a los poetas muertos, / cuida también a los vivos. / No ofendas a los poetas vivos; / Tienen llamas y dardos / Más temibles que el rayo de Júpiter, / Que fue creación de un poeta. (279)

Heine concluye con lo que hoy podríamos llamar una admonición, sino es que una invectiva, cargada de resistencia y sangre revolucionaria dirigida hacia el rey, acorde con los tiempos que se vivían en aquella época, no solo en Alemania, sino en toda Europa, y no solo en el ámbito de las artes, sino, también, en las esferas política y cultural: “ ¿No conoces el infierno del Dante, / sus terribles tercetos? / A quién el poeta encerró allí / No hay dios que pueda salvarle. / ¡Ningún dios, ningún salvador / le librará de esas llamas cantarinas! / Ten cuidado, no te vayamos / A condenar a tal infierno” (281).

3.    Conclusión

 Deutschland. Ein Wintermärchen muestra al modo de una “canción popular” (völkslied) el mundo que le toca vivir, gozar y sufrir a su autor. Lo hace a través de la sátira y la ironía propias de la poesía popular, criticando agudamente las circunstancias, que percibe con suma negatividad, de su amada Alemania. El “invierno”, sombría imagen de su patria, se presenta como el ocaso de la tradición, el atraso en el cual su nación subyace y debe fenecer, para luego, cual ave fénix, redimirse y renacer. Nuevos valores deben ponerse en práctica y las instituciones apropiadas a los tiempos que corren, erigirse. Heine no soportaba la militarización bajo la cual se encontraba la vida alemana (prusiana), como tampoco el nacionalismo absurdo y reaccionario (entre Alemania y Francia, sobre todo, pero también con relación a Rusia e Inglaterra) que rodeaban a las figuras de autoridad como reyes, príncipes y jueces, cómodos con el estado de las cosas y enemigos, por tanto, del cambio, que sobre todo los poetas –los verdaderos poetas como él– proclamaban.

Heine se sintió defraudado con respecto a Napoleón, debido a que la libertad que pensó que este traería a la humanidad nunca fue su verdadero objetivo, tanto así, que nunca llegó. Murió convencido de que la Revolución Francesa, incluidos Napoleón y la Ilustración, resultó contraria a las ideas de libertad y emancipación. Con respecto a Alemania, siempre se consideró un fiel patriota alemán y sus críticas a esta no perseguían otro ideal que el de que los alemanes y alemanas alumbraran con su liderazgo el camino por el cual todos los habitantes del planeta se condujeran hacia la libertad. Afirma en el “Prólogo”: “Plantad la bandera negra, rojo y oro a la altura del pensamiento alemán, haced de ella el estandarte de la humanidad libre, y derramaré por ella la mejor sangre de mi corazón. Tranquilizaos, yo amo a la patria tanto como vosotros” (Heine 10).

Vio en los reaccionarios de la Restauración de Metternich de 1830 el aborto de la libertad todavía en la matriz, siendo él mismo, durante toda su vida, perseguido, censurado, vigilado, reprimido e incluso desterrado. Su sueño obsesivo y paradójicamente romántico de una Alemania libre y democrática, transmutó en un atisbo de loca traición como la humanidad lo constataría en el siglo que siguió a la vida de este. Deutschland. Ein Wintermärchen es la puerta a la poesía política del período Vormärz que antecedió a la Revolución posterior a la de 1830, la de marzo de 1848.

Obras citadas

Heine, Heinrich. Alemania. Un cuento de invierno. Trad. Jesús Munárriz. Madrid: Ediciones Hiperión, 2009.

—–. Alemania / Cuadros de viaje. Trad. Manuel García Morente y Juan Pérez Bances. México: Editorial Porrúa, 1991.

—–. Edición completa histórico-crítica de las obras. Vol. 4: Atta Troll. Ein Sommernachtstraum / Deutschland. Ein Wintermärchen. Trad. Jesús Munárriz. Hamburgo: Hoffmann und Campe, 1985.

Carlos Navarro Fuentes

Posdoctorado en Estudios Sociales, Maestro y Doctor en Teoría Crítica (Filosofía), Maestro y Doctor en Humanidades (Ética). Licenciatura en Lengua y Literatura Alemanas (pasante), UNAM. Correo electrónico: betoballack@yahoo.com.mx

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