Semillas al viento

La vida tartamudeaba,
lenta.
Un diente de león
echando sus semillas al viento.

Un cabello sigiloso para despertar a la araña
y en frascos las reunían, esos traviesos,
y levantaban rin, prestos a observar el combate arácnido.

El tren se durmió hace mucho,
el teatro apagó sus seriales,
aún escucho gritos: ¡ya pu cojo!,
rezongando por la cinta cortada.
Las cáscaras de piñones, planeaban en la oscuridad.

Los chicos trepan el árbol de la avenida,
planean quién sabe qué cosas.
Otras ocurrencias nacen en los techos:
jugando, sencillamente tomó el paraguas
y se lanzó al vacío.
Mary Poppins hubiese resultado ilesa,
pero la anatomía humana
y sobre todo los huesos del brazo,
se desastillan y quiebran.

La niñez sostiene el minutero,
aplaca su avance
y brinca sobre resortes dantescos.
El pasto huele a correrías de pies pequeños,
los charcos chapotean en los zapatos
y los zapatos chapotean en los charcos,
el espejo del agua fotografiando, una instantánea del segundo,
de la vida tartamudeante,
lenta,
la antiréplica futura del segundero
girando a miles de caballos de fuerza,
obtusa anatomía vagando
en trincheras capitalistas.

Cae un globo acuoso en el calzado,
el lustre impermeabilizado desmaya a la gota,
lenta,
cae en manos del niño nuevamente
y las polquitas se disparan,
a un golpe maestro de dedos.
Y va hilando a su corazón,
sosteniendo las risas de los triunfos.

Las pestañas alzan vuelos nebulosos,
en busca de la madre.
Duerme, con el camisón de franela,
descalzo, busca una linterna.
La enciende y mira su rostro en el espejo,
es la noche de San Juan,
los perros aúllan, asustado, vuelve a su cama.
Duerme.

Lentamente.
Toma el bastón.
Camina.
La vida tartamudea. Lenta.
Un diente de león,
echando sus semillas al viento.