Fecha
01 Octubre 2019
La madre observa, desde hace un buen rato, la segundera del reloj en la pared del hospital. La aguja cae unos centímetros antes o después del número que marca la hora. Nunca en el lugar exacto. Esa falta de precisión la exaspera. Su hija tararea una canción y mueve acompasadamente sus pies que todavía no llegan al suelo. Ya es bastante tarde. La niña debería estar dormida en casa, pero no encontró a nadie que la cuidara. No sabe si su hija comprende lo que está sucediendo. Carlos, su esposo, sufrió un infarto. El segundo. Los médicos hablaron de un trasplante como la única forma de salvarle la vida. Ella los escuchó en silencio. No solo era cuestión de encontrar un donante: su seguro no cubriría la operación. Mientras los médicos hablaban, ella se imaginaba ya vestida de negro. Ahora espera. Los milagros ocurren, piensa. De pronto, las enfermeras y los doctores corren hacia la habitación de su esposo. Alguien empuja un voluminoso desfibrilador. Vio uno igual durante la última estadía de su esposo en el hospital y sabe que su presencia no augura buenas noticias. Se levanta y sigue al personal médico. Está tan asustada que se olvida de su pequeña hija. La niña ha dejado de cantar y de agitar sus pies. Sus labios tiemblan preludiando el llanto. “¿Qué haces aquí sola?”, le pregunta una amable anciana. La niña sorbe por la nariz. “Mi papito está enfermo” responde, “y mi mamita se ha ido a cuidarlo”. La anciana le acaricia el cabello. “¿Lo quieres mucho?”, pregunta ahora la anciana. “Muchísimo”, dice la niña antes de hacer un puchero. La anciana la toma de la mano. “Te propongo un trato”, le dice a la niña, “si vienes conmigo, puedo hacer que tu padre se cure”. La niña duda. Sabe que no debe confiar en extraños, sin embargo, la anciana le inspira confianza. Se parece mucho a la mamá de su papito. Solo la ha visto en fotografías porque ahora vive en el cielo. Ella no quiere que su papito también se vaya al cielo. Lo quiere aquí, junto a ella. La niña se desliza de su asiento hasta caer al suelo. Avanzan por el pasillo. La niña abre los ojos, asombrada. A cada paso, las paredes se transforman en los linderos de un bosque y el suelo de baldosas blancas en un sendero de tierra. Mira a la anciana y lanza un grito de terror. Ya no se parece a su abuelita que vive en el cielo, ahora es igual a las brujas que ilustran los cuentos que a veces le lee su papá. “Tu padre necesita un corazón”, grazna la vieja, mientras aguijonea el pecho de la niña con una de sus largas uñas, “y yo tengo un hambre espantosa, pero como te prometí ayudarle, voy a dejarlo enterito, sin un solo mordisco”. Los médicos no pueden creerlo.
El hombre está sentado en la camilla, completamente recuperado. Es como si tuviera un corazón nuevo. La mujer abraza a su esposo que la mira desconcertado. “Voy por Lucía”, dice ella y sale hacia el pasillo vacío.
Información sobre el autor
Kalton Harold Bruhl
nació en Honduras, el año 1976. Ha publicado los libros de relatos: El último vagón (2013), Un nombre para el olvido (2014), La dama en el café y otros misterios (2014), Donde le dije adiós (2014), Sin vuelta atrás (2015), La intimidad de los Recuerdos (2017), El visitante y otros cuentos de terror (2018); Novela: La mente dividida (2014). Es premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” y miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, correspondiente de la Real Academia de la Lengua.