¿Por qué si salgo sales conmigo,
lluvia, de los poemas?
Vuelve a los poemas, haz el favor,
sal de las terrazas
de las tuberías que desbordas
vuelve tranquila: llévate todo
los álbumes del 73
la correspondencia internacional
el hijo prematuramente ido
el seísmo de los desfiles militares
¡empapa!, no uno
todos los poemas para que no se marchiten.
Vendrá un marinero austral, verás,
fatigado de ti y, sin embargo,
te buscará.
Otros, como yo, saldremos a
recoger con gusto nubes rojas
nubes retenidas largamente a un lado de las montañas
nubes amazónicas y altiplánicas
nubes del atlántico sur y nubes campanas
entraremos al poema y te las abrocharemos
dolorosa y prolijamente.
Pasa pero regresa,
no eres un adorno para la vida.
No puede uno presentarse al trabajo,
a las reuniones familiares,
a la universidad,
a una cita enteramente mojado
ir de un lado a otro dejando detrás
un surco de agua a cada paso.
¿Es que acaso no contemplas, lluvia,
la blandura de los panes, el pergamino mojado,
las botas pesadísimas, la piel que se repliega?
Deja, de una vez por todas,
que los ríos adelgacen,
que corran con sosiego o bien
que se sequen, una por una,
las piedras de su cauce,
¡detenlas!
Confínate en tu verso y permanece
recluida, lluvia. Permítenos salir
y dejarte en los poemas, dar un paso y
cruzar la puerta solos, encontrar
el placer de incendiar otros ojos
pero sin la llama del lenguaje,
y permítenos reflejar en la cara,
en la frente,
como una quemadura o una ofrenda,
ese pedazo de sol caído que
por azar hallamos y es
invisible en los espejos.