Revista ZUR

Fecha

01 Octubre 2019

Autor

Carlos Alberto Trujillo Ampuero

01 Octubre 2019

Havertown, 8 de marzo de 2014.

Mi padre me da mi primer cuaderno, un cuaderno Colón de hojas verdes con cubierta de un cartón delgado muy parecido al papel secante, y yo lo recibo con una alegría mayor que si se hubiera tratado de un juguete maravilloso e inalcanzable. Feliz me sentí con ese cuaderno mío, mi primer cuaderno para escribir allí hasta que se me diera puntada. Para escribir allí, es decir, para hacerrayitas, circulitos, pequeños cuadrados y en el mejor y más avanzado de los casos, para copiar letritas con mi pequeña e inexperta mano recién cumplidos sus cuatro años de ser y de saberse ser y de llevarse algo de comer a la boca. Hasta entonces sólo había hecho rayas y monos y tal vez algunas letras que no significaban nada, que no tenían sonido ni conexión con ninguna otra cosa que no fuera con su propia forma, tan rara y tan difícil de repetir, en trozos de papel de envolver, sobre el mostrador del almacén de provisiones de mi padre, o en los cuadernos que año tras año dejaban mis hermanas mayores una vez terminadas sus clases.

Cuánto habré ansiado ese cuaderno y cuántas veces lo habré pedido, que mi padre se resignó a darme uno. A darme uno de esos cuadernos Colón, de cuarenta hojas, de cuarenta hojas toscamente verdes, que eran los más baratos que podían encontrarse en esa parte del mundo. Cuántas veces lo habré pedido y cuántas noches habré soñado rayando en uno de ellos que mi padre me lo dio y quizás cuánto se lo habré agradecido. Qué sonrisa enorme debo haberle regalado a mi padre por el regalo, pero, para ser sincero no recuerdo nada de eso. Sólo mi cuaderno y el uso que le di.

No sé cuántos días habré tardado en llenar completamente ese cuaderno, pero sé que llené cada página, de tope a tope, con rayas y círculos y letras minúsculas y mayúsculas, pero ningún dibujito, ni nada que no fuera el estricto trabajo de aprendizaje de escritura, pues mi padre me habría dado una retada ‘de padre y señor mío’ si se me hubiera ocurrido usarlo en otras tareas. Y seguramente –es lo que yo pensaba– ése habría sido mi primer y último cuaderno para poner mis rayas. Así que meta escribir letras y números y hacer rayitas y círculos, y más letras y más números y más rayitas y más círculos.

Pero yo era tan solo un niñito y como el niñito que era, apenas pasé la mitad del cuaderno me entró un deseo tremendo de tener otro cuaderno. De tener otro cuaderno nuevo, nuevecito, sin ni una sola raya, para empezar a escribir en él igual que si estuviera inventando el mundo, inventando el aire, inventando las letras, las rayas y los números, inventándolo todo, igual que si hubiera sido el primer ser vivo que tenía la oportunidad de tener un lápiz en la mano y unos deseos incontenibles de poner rayas y más rayas y más rayas en un papel inmaculadamente ‘en verde’.

Así fue como unas hojas antes de completarlo me invadió una tremenda ansiedad por llenar cada página con más letras y más rayas y más números y más letras y más números y más rayas y más círculos, y más y más y más de lo que fuera y lo que fuese, pero cada letra y cada raya y cada número y cada círculo parecían perderse y diluirse de inmediato en el verde pobre y deslucido de la pobre página verde de mi cuaderno Colón que tenía en la portada una impresionante carabela, aunque bastante deslucida y pobre, en ese material que parecía un tosco papel secante.

Entonces, empujado por la ansiedad y el deseo enorme de ganarme otro cuaderno –otro hermoso cuaderno Colón de pobres hojas verdes–, empecé a escribir unas letras y unos números cada vez más grandes; unas letras y unos números que abarcaban dos líneas, que abarcaban tres líneas, que abarcaban cuatro, cinco, seis o siete líneas, que abarcaban locamente la página completa, extendiéndose como un océano de letras, tratando de engullir, cada una por sí sola, la página, las hojas, el cuaderno entero.

Carlos Alberto Trujillo Ampuero

Profesor, escritor, editor y poeta chileno vinculado al movimiento cultural Aumen, del que es referido como uno de sus fundadores junto a Renato Cárdenas en 1975. Es profesor de Estado en Castellano de la Universidad de Chile y Doctor en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos. Ha publicado extensamente desde la década de 1970 y hasta la actualidad, recibiendo múltiples reconocimientos por su obra, entre ellos el Premio Pablo Neruda en 1991.

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