El hombre construye su casa. Levanta día y noche,
ladrillo por ladrillo, un muro que lo cobije del frío, del hambre;
del puño de rabia que golpea los ojos furibundos,
la boca tiesa,
la otra mejilla que ofrece mientras baja la cabeza.
Clava sus huesos, tirante por tirante,
sobre la oscura viga que lo atraviesa. Hunde sus piernas en el barro,
52 columnas de un templo de adobe; y encadena su cuerpo a la tierra.
Entre los párpados pesa una bolsa de portland;
y su cuerpo se balancea
sobre el alto esqueleto de una escalera.
El corazón bombea balde tras balde:
sangre por agua, sudor por cemento, piel por arena.
Las aberturas se cierran
y el corazón se detiene sobre la puerta.