"Torre fantasma" de Víctor H. Orduña
Autor
Universidad Nacional Autónoma de México
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Fecha
31 de Julio 2022
Fecha de recepción: 8 de febrero, 2022.
Fecha de aceptación: 23 de febrero 2022.
Fernández, Nona. Mapocho. México: Fondo de Cultura Económica, 2021. 239 páginas.
Neumáticos, basura, mierda y muertos que se niegan a abandonar este mundo hasta que la historia les haga justicia, lo mismo que sueños, nostalgias y deseos incumplidos, navegan rumbo al océano en las aguas del río Mapocho, a través de la ciudad de Santiago, a la cual divide, como una herida geográfica y social que aún no cicatriza.
El río, que da nombre a la novela de Nona Fernández Silanes, Mapocho, es una representación simbólica de un segmento de la historia de Chile, de la cual la escritora hace una revisión desde una perspectiva alegórica, donde el animismo, el simbolismo y el realismo mágico le otorgan un cariz distinto. Se trata de una historia narrada por fantasmas, por muertos, por objetos y esencias, por personas a quienes la dictadura arrebató su identidad.
Ahora mi cuerpo flota sobre el oleaje del Mapocho, mi ataúd navega entre aguas sucias haciéndoles el quite a los neumáticos, a las ramas, avanza lentamente cruzando la ciudad completa. Voy cuesta abajo. El recorrido es largo y serpenteante. Viajo por un río moreno. Una hebra mugrienta que me lleva con calma, me acuna amorosa y me invita a que duerma y me entregue por completo a su trayecto fecal. (Fernández 15)
Mapocho, novela que vio la luz originalmente en el año 2002, reeditada el año 2021 por el Fondo de Cultura Económica para hacerla llegar a nuevos lectores de América Latina, es un reclamo contra la historia oficial, a través de cinco capítulos y un epílogo. Una razón, o quizás un pretexto, para reescribir ciertos capítulos de esta y llenar huecos a través de la memoria colectiva, de las voces que no fueron escuchadas en ese recuento, porque abreva de la leyenda urbana y de la narración oral para pasar lista a la atrocidad y el terror desde la mirada de quienes lo han padecido. De quienes siempre habían permanecido mudos e invisibles contra su voluntad.
En esta novela de Nona Fernández el río es metáfora de un ciclo que se revuelve sobre sí mismo, porque siempre nos remite a la manera en que alguien ha visto y contado la historia, con base en su ideología o desde la estrechez de un punto de vista, por encargo del poder de turno. Por fortuna, las aguas del Mapocho también representan un poder detergente y sanador, capaz de lavar, cuando no de engullir incluso las más grandes ignominias, o de diluirlas.
El otro escenario de la novela es un Santiago de Chile partido por las aguas del río, que divide dos ciudades que comparten el nombre, más no la misma realidad. Mientras en una de ellas se celebra el progreso con la modernidad de su arquitectura, sus centros educativos, hospitales, supermercados y demás bondades contemporáneas de la civilización, en la otra se encuentran los estandartes del atraso, los basurales, los cementerios, los manicomios, las casas de los marginados de esa modernidad que ni siquiera los mira de reojo. De los remisos de la justicia social y la democracia. De aquellos que deben conformarse con dirigir sus cuitas al trasero de la efigie de la virgen de Fátima, porque es el que les apunta desde que llegó a la ciudad, dándoles la espalda. Una virgen importada que habla un idioma incomprensible para muchos de los locales, quienes, aun así, le rezan con fervor y fe sin perder la esperanza en los milagros.
Mapocho es una novela protagonizada por fantasmas que se niegan a desaparecer de la memoria colectiva sin antes recibir la justicia que les adeudan la historia, la sociedad y el mundo, lo que no ocurrirá hasta que se conozcan sus nombres, la manera en que abandonaron este plano y/o dónde terminaron sus cuerpos, para dejar de ser simplemente cifras, estadísticas oficiales y huecos de incertidumbre en sus familias. Se trata de un reclamo cuya vigencia trasciende el tiempo, para erigirse en un tan hermoso como terrible testimonio literario: “A algunos es tan difícil distinguirlos. Se camuflan perfecto, visten como vivos, hablan y lloran como vivos. Los más inocentes hasta creen que están vivos” (Fernández 107).
A lo largo de sus 239 páginas, la novela otea en el pasado de Chile, no desde la lente de los grandes cronistas, no desde los ojos de los políticos, de los periodistas, de los historiadores ni de los activistas, sino desde la microhistoria, desde la vida cotidiana de personajes del pueblo, desde la esquina del barrio donde se patea un balón o desde una cancha de fútbol donde se desgarran los gritos de aquellos a quienes les ha sido arrebatada la esperanza.
Si bien Mapocho hace referencia directa a Santiago de Chile, sus páginas rebasan la geografía. Nos conectan con historias que se han vivido de una u otra manera en México, en Argentina, en Perú y muchas otras latitudes: las de gobernantes con ambición desmedida de poder, de inequidad en la distribución de la riqueza y los beneficios sociales, de desapariciones y asesinatos de quienes se les oponen, de sociedades dicotomizadas en pobres y ricos, los que sí y los que no, los de acá y los de allá, los que escriben la historia y los que la protagonizan. Asimismo, desde las reflexiones de personajes sólidamente construidos, algunos entrañables, otros deleznables, Nona Fernández nos reta y cuestiona acerca de nuestra calidad humana como sociedad, al tiempo que nos conmueve.
La Rucia, uno de los personajes principales del relato, murió en un accidente automovilístico que le incrustó cristales en la mollera, mismos que poco a poco van saliendo a la superficie, dejando heridas abiertas que manan sangre, porque en la novela los muertos sangran, hablan, comen, duermen, sienten, lloran… Cristales que son metáforas de recuerdos dolorosos, de las heridas históricas y sociales que aún causan dolor en Chile. El Indio, un personaje obsesionado con la Rucia –su hermana– y con pintar ombligos de todas las formas, profundidades y características imaginables, como alegoría del cordón umbilical que nos une a algo; en este caso a la patria, más allá de clases sociales y orígenes étnicos. La belleza literaria con que la autora aborda la inocencia que subyace en la tensión sexual entre los dos hermanos, se podría traducir en el sincretismo cultural de la población chilena. En el mestizaje que prima en su gente:
Los dedos sucios del Indio se posan en su vientre. Los dedos sucios acariciando su ombligo, rodeándolo, circunscribiéndolo en un límite de óleo. Un círculo imperfecto que luego se transforma en un surco de pintura delineado suavemente rumbo al pubis. Las huellas digitales del Indio marcando territorio, tiñendo sus vellos rubios, bajando líquidas y azules, hasta introducirse en su cuerpo. Las huellas del Indio en su interior. Sus dedos palpándola por dentro. Recorriendo su propia rajadura, esa que debe ser curada de alguna forma, con algún ungüento colorinche como el que le empieza a gotear por la entrepierna. Una herida abierta, un espacio en blanco, un hueco a llenar, un hoyo, un abismo, una caverna que comienza a ser habitada por ese par de dedos azules que el Indio ha introducido. (Fernández 127)
En el otro extremo de la narración se encuentra Fausto, padre de ambos. El mago de ocasión, cuya memoria pugna por recordar y olvidar al mismo tiempo. El que hace prestidigitación con las palabras para inventar historias con finales truncos. Un reputado historiador oficial, quien para sobrevivir debe omitir pasajes, podar y maquillar el árbol de la historia bajo el arbitrio del régimen pinochetista y cuya pluma ha llenado decenas de tomos de una historia mayoritariamente inventada. Una ajena y desconocida para quienes la vivieron en carne propia. Una que también ha inundado el espíritu del mismo Fausto con una culpa que aviva en él el deseo de tomar su vida por mano propia.
La novela también cuenta la historia del puente de Calicanto construido sobre el río a instancias del mismísimo diablo. Una estructura que tiene conciencia de existir y que observa aterrada e imposibilitada sino para eso, el discurrir de capítulos horrendos de la historia en las aguas en las que se hunden los pilares que lo sostienen, y que terminan por engullirlo y regurgitarlo en su discurrir cíclico.
El texto también habla del intento por restañar las heridas y ocultar las cicatrices de la dictadura, a través de los vertederos convertidos en parques y centros de diversión, donde niñas y niños juegan ajenos a la podredumbre que yace bajo sus pies, así como de la modernidad que arrambla con la arquitectura del pasado para dar lugar a nuevas edificaciones fraguadas en concordancia con los tiempos que corren: “La basura queda olvidada bajo los juegos de color. Enterrada por las voces infantiles. Los niños se columpian encima de los platos rotos que quebraron sus padres. Los niños juegan sobre mierda ajena, pero no lo saben” (Fernández 203). Asimismo, hace referencia a una casa en ruinas con una grieta que la parte por la mitad, que no es otra cosa sino un largo pasillo que remite a la geografía de Chile. Un pasillo lleno de habitaciones, donde cada una de ellas está ocupada por quienes más sufrieron las consecuencias de la dictadura: obreros, estudiantes, madres, la comunidad LGBT. El pueblo.
Mapocho es, en suma, una historia de la Historia. De la mentira. De finales olvidados y canciones que se escabullen en oscuros recovecos de la memoria. Una historia dolorosa que no conoce descanso ni en la muerte. Una aún vigente, donde los personajes se buscan en el otro en espera de redención. Donde cada herida duele. La historia de una sociedad desbarrancada que se niega a morir. De un río que bien podría ser también la vida misma, con todos sus componentes buenos y malos. Pero también es un canto de esperanza, de fe en una democracia que sigue deconstruyéndose y reconstruyéndose. Es otra voz en pie de lucha por la justicia, una que demanda poner freno a la espiral de la historia para impedir que se repita.
Salvador Cristerna
(Ciudad de México), es comunicólogo, periodista, escritor y académico. Cursó el Diplomado en Literatura y Análisis de Textos por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura de México. Ha publicado cuentos, ensayos y reseñas literarias en México, Chile, Argentina, Colombia, Uruguay, Venezuela e India. Fue finalista del I Certamen Sexypoética Almuñécar, de poesía erótica en Granada, España. Actualmente imparte cátedra en la UNAM.