Reseñas
Mística en lo cotidiano: Un acercamiento a Auroras, de Mariana Colomer
“En llamas” de Alejandra Etcheverry.
Fecha
01 Julio 2021
Fecha de recepción: 12 de marzo de 2021.
Fecha de aceptación: 27 de abril de 2021.
Colomer, Mariana. Auroras. Barcelona: Huerga y Fierro, 2019. 66 pp. Reseña por Inés de Asís Domínguez Álvarez.
“Olor de madre / para días de infancia, / para la ausencia.”
Estos tres versos, tomados con fruición de la obra a la que nos acercamos, son una
adecuadísima primera muestra de la sencillez y la maestría delicada con las que se introduce
la autora en el panorama lector de la persona que abre sus Auroras.
Se trata de un poemario que, ya desde su planteamiento estructural, nos habla de llaneza, de equilibrio: está dividido en dos partes simétricas que a su vez constan, respectivamente, de cincuenta poemas numerados. El número uno de la primera parte conversa con el número uno de la segunda parte y así cada poema con su homólogo, lo que dota a la obra de la continuidad de quien sigue un hilo temático, pero también de la frescura y ligereza propias de un diálogo. A través de esta “conversación” nos adentramos en una tendencia poética que hoy en día es, quizás, un poco un cultivo a contracorriente: la mística. Según su definición y, contextualizada en la literatura, se trata -a grandes rasgos- de la corriente expresiva de la unión entre lo humano y lo divino. Partiendo de esta premisa, lo que principalmente distingue la creación de Mariana Colomer (Barcelona, 1962) es que, alejándose de la poética ornamental, en ocasiones excesiva, que sobreabunda en esta temática, opta por elementos del léxico más puramente familiar, del ámbito cotidiano: construye, con teselas de simplicidad, la unidad compleja: “De una granada / el niño cuenta granos: / sangre ofrecida.” Al detenernos en estos versos, podemos ver cómo, a través de ellos, la autora consigue enlazar nada menos que dos realidades tan en contraste como son, por un lado, la inocencia del pequeño con su alimento básico (que es una fruta cruda, no un plato elaborado) y, por otro, la implicación del peso del sacrificio de sangre (presumiblemente el de Cristo por la humanidad, pues es ofrecido). El bermejo colorido de la fruta, sobreentendido, reafirma esa unión de los dos elementos en lo que resulta una composición magistral. Como apunte interesante, además, cabe señalar que podemos encontrar una correspondencia plástica de este poema concreto en el detalle de la parte central del cuadro La Virgen de la granada (de Fra Angelico), imagen que conforma la portada del poemario (y un bellísimo ejemplo de la máxima clásica ut pictura poesis). De nuevo, con cada pormenor, la presencia incontestable del equilibrio. Y en tan solo diecisiete sílabas, pues el metro escogido para vehicular la obra, como ya se ha podido apreciar, es la forma poética breve por antonomasia: el japonés haiku (tres versos; el primero y el tercero constan de cinco sílabas y, el segundo, de siete). Esto tampoco es un detalle baladí, pues implica que cada sílaba cuenta, lo que desemboca en que el contenido sea una síntesis lírica de lo esencial. No sobra nada, no falta nada.
La lectura resulta balsámica, y —evidentemente— no solo para quien profese unas creencias religiosas, sino también para aquellos que asumen más estrechamente lo terrenal, pues las reiteradas referencias a la madre, al padre, a la infancia, a las tradiciones, expresadas en palabras escogidas, con su revestimiento de sobria hermosura, configuran un locus amœnus que acoge con calidez a todo el que se aproxima. Esta acogida se percibe de manera continuada e indirecta bajo cada poro de la piel de la obra y, en numerosas ocasiones, se concreta formalmente sobre ella, como vemos, por ejemplo, en: «Casa paterna. / Reposo de inmigrantes. / Plato servido». Se nos pincela aquí, muy certeramente, esa sensación reconfortante de apreciar el techo y el alimento y de saber que uno puede abandonarse ciegamente a los cuidados más amorosos, los naturales de un progenitor.
Asimismo, en las imágenes que construye Mariana atisbamos constantemente la pequeñez constituida por las limitaciones de nuestra condición humana. Y se nos habla de la necesidad de conocerlas, de asumirlas. No para fustigarnos por ellas, sino para llegar a existir con más sencillez, mirando más allá de nuestra condición de individuos. Esto también nos conduce a hacernos eco de otra aportación muy interesante de la autora: la versificación de las dolencias propias de la sociedad actual. Así, lejos de ser, como podría parecer, un conjunto utópico, desgajado de la realidad, el poemario, contraponiendo toda la lentitud de lo tradicional, lo familiar, que tanto hemos visto en los ejemplos anteriores, nos conduce a reflexionar, entre otras cosas, acerca de nuestro frenético ritmo vital en las ciudades, de nuestra generalizada falta de tiempo: “En los andenes, / prisas con las maletas. / Pies extraviados”; Este haiku —el primero de los dos hermanos que componen el binomio vigésimo cuarto de la obra—, nos retrata el familiar caos de un escenario de la urbanidad más cotidiana: una estación. Esa sensación que todos conocemos de ser arrastrado por una prisa densa, que se respira en el aire y que tantas veces no nos pertenece, se traduce en la imagen de los pies, perdidos, inciertos, mezclados. Imagen que se retoma en el segundo poema para ofrecer el alivio que necesitarían: despojarse de esa grisura metropolitana, volver a la desnudez natural no solo de la piel, sino también del suelo (“En la gran urbe, / anhelo de la tierra. / Los pies descalzos.”). Cuando uno cierra el libro, acaba agradeciendo profundamente a la autora la creación que ha llevado a cabo de semejante paréntesis de alivio. También el hecho de que, como hemos visto, despierta la conciencia a una necesidad de valores poco “modernos”, la pausa y la humildad. En resumen, abordar una lectura como esta, elaborada estéticamente con la finura y lentitud que caracterizan el trabajo del artesano, resulta reconciliador (y máxime en unos tiempos tan convulsos como los que envuelven el actual devenir histórico). Al acercarnos a los poemas de Auroras, tal y como nos prefigura el título, cala en nosotros la calma propia del que madruga y se encuentra en soledad ante el amanecer (“Ocaso de aves. / El cielo aún en rosa. / Café en la taza.”), con todos los elementos a su disposición y el alma, el cuerpo y la mente en ese estado de reposo que perdura hasta un rato después del despertar, mientras todo permanece renovado, pero, como puede verse, conservando la huella indisoluble de lo atávico, lo precedente, lo necesario.
Inés de Asís Domínguez Álvarez
UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia); soy estudiante, en esta universidad, del Máster en formación e investigación literaria y teatral en el contexto europeo (especialidad en metodologías, teorías y técnicas de investigación en literatura española e hispanoamericana).